Poema: Oda a mi hermano misionero.
Si la tierra a la que vas te recibe con la mitad de amor con la que esta te despide, sé que allí serás feliz.
Si la tierra a la que vas te recibe con la mitad de amor con la que esta te despide, sé que allí serás feliz.
Hermano misionero, no olvides que ellos son la causa. Que por ellos vino Jesús. Que por ellos haces las maletas y partes. Por aquellos que, sin saberlo, precisan buenas nuevas de salvación.
¡Ámalos, hermano! ¡Sírvelos! Dales el evangelio y no religión. Dales ejemplo y no solo predicación. Míralos con la compasión de Aquel que por ellos murió.
No temas, hermano misionero, rechazo, necesidad, enfermedad, duda, soledad o dolor. Todo eso y más enfrentó Jesús y venció. ¡Tú también vencerás!
Los ministros somos bueyes llevando el arado. Vuestra ofrenda en el altar será un precioso sacrificio. ¡Olor fragante para Cristo! Que el fuego sea vuestro amor, que la leña sea vuestra pasión, que el altar sea fuerte en la unión familiar y que cada día se renueve vuestra devoción.
Yo te comprendo, hermano misionero. Es duro empezar de nuevo. Dejar todo atrás y poner la mirada delante, con valor. Sois saetas tomados de la aljaba y enviados a su destino. Pero fue Dios quien os llamó y también os preparó. Si alguien cree que un simple arco tembloroso es el que te respalda, ignora la mano poderosa que os lanzó.
Recuerda que, en los días de tempestad, cuando el viento golpee de cara y os dificulte avanzar, cientos de manos, alzadas en oración, os empujarán.
¡Ve, hermano misionero! Lloraremos, pero todo estará en paz. A nosotros, sin duda, nos cuidará Él. Espero que después de un tiempo te veré, con el fruto de tu esfuerzo rodeándote. Mas si el camino nos separa, y tú o yo partimos al Cielo, nos quedará la alegría de encontrarnos con risas en la presencia de Jesús.
Lo escribí en Murcia, el 15 de abril, por la partida de mi hermano Benjamín y su familia, como misioneros a Bolivia.
¡Ámalos, hermano! ¡Sírvelos! Dales el evangelio y no religión. Dales ejemplo y no solo predicación. Míralos con la compasión de Aquel que por ellos murió.
No temas, hermano misionero, rechazo, necesidad, enfermedad, duda, soledad o dolor. Todo eso y más enfrentó Jesús y venció. ¡Tú también vencerás!
Los ministros somos bueyes llevando el arado. Vuestra ofrenda en el altar será un precioso sacrificio. ¡Olor fragante para Cristo! Que el fuego sea vuestro amor, que la leña sea vuestra pasión, que el altar sea fuerte en la unión familiar y que cada día se renueve vuestra devoción.
Yo te comprendo, hermano misionero. Es duro empezar de nuevo. Dejar todo atrás y poner la mirada delante, con valor. Sois saetas tomados de la aljaba y enviados a su destino. Pero fue Dios quien os llamó y también os preparó. Si alguien cree que un simple arco tembloroso es el que te respalda, ignora la mano poderosa que os lanzó.
Recuerda que, en los días de tempestad, cuando el viento golpee de cara y os dificulte avanzar, cientos de manos, alzadas en oración, os empujarán.
¡Ve, hermano misionero! Lloraremos, pero todo estará en paz. A nosotros, sin duda, nos cuidará Él. Espero que después de un tiempo te veré, con el fruto de tu esfuerzo rodeándote. Mas si el camino nos separa, y tú o yo partimos al Cielo, nos quedará la alegría de encontrarnos con risas en la presencia de Jesús.
Lo escribí en Murcia, el 15 de abril, por la partida de mi hermano Benjamín y su familia, como misioneros a Bolivia.
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