
Mi soliloquio de hoy nace de un sentimiento que a todos nos es común. Me refiero a que el ritmo y las presiones de la vida moderna pueden convertirse en un feroz enemigo que nos deja sitiados por dentro. Sin tiempo para respirar; para pensar; para interactuar; en definitiva, para vivir. En la antigüedad una de las tácticas para derrotar a un rival que se escondía tras poderosos muros era el sitio . Cerrar el paso a cualquier persona. Nada entra y nada sale. Y tras rodear la ciudad, cegar las entradas de agua, y dejar correr el tiempo. Hoy también estamos rodeados de preocupaciones . Rodeados de responsabilidades por el trabajo, teletrabajo, iglesia, ministerio, o por el cuidar de la familia. Franqueados por los mensajes de las computadoras, teléfonos inteligentes, televisiones o tablets. Que si whatsapp, de los ochenta grupos en los que estoy. Que si nueva publicación en Youtube. Y ahora (me piden), “escucha esta canción, que es muy buena”. Mis hijos: “Papá, jolín, vente a ver la peli”...