
El milagro del último Ruiz Era un diminuto pueblo pesquero de unas veinte viviendas pobres, esparcidas por la ladera perpendicular de una montaña bañada por el Atlántico, y que hubiese sido un acantilado inhóspito de no ser por una pequeña cala de apenas treinta metros de largo y setenta de ancho donde fabricaron un embarcadero de madera las pasadas generaciones de pescadores gallegos. De la playa de piedras y rocas se pasaba a la pared gris y verde de la montaña y, desafiando a la gravedad, las familias que fundaron la aldea habían construido casas cueva, aprovechando los balcones naturales. Fruto de la erosión, por las mordidas del tiempo al acantilado, se crearon grutas aquí y allá, como si la montaña invitase a un pueblo rudo y tesonero a instalarse y descubrir la riqueza del mar. La pesca era poca, pero la calidad de lo capturado inigualable. Del embarcadero a lavarlos, de lavarlos a las cestas de mimbre y, con mulos o asnos, a escalar la pendiente que m...