Inundación |
Mi padre me dice que el exceso de agua de las últimas
lluvias le ha podrido casi todos sus árboles: “Melocotoneros, albaricoqueros,
naranjos, varios limoneros, los setos… En fin, un desastre. Fíjate que me han sobrevivido
un par de higueras, que son de secano, y un manzano y un peral. También varios
limoneros y poco más. Tanta agua ha hecho que se pudra la raíz”.
La última DANA ha vuelto a inundar el terreno de mis padres y, aunque el agua se acaba absorbiendo, deja destrucción a su paso. En la gota fría de septiembre el terreno de mis padres se inundó y el coche quedó prácticamente siniestro total; y en este temporal de marzo ha acabado con la vida de árboles que llevaban años dando buen fruto.
La última DANA ha vuelto a inundar el terreno de mis padres y, aunque el agua se acaba absorbiendo, deja destrucción a su paso. En la gota fría de septiembre el terreno de mis padres se inundó y el coche quedó prácticamente siniestro total; y en este temporal de marzo ha acabado con la vida de árboles que llevaban años dando buen fruto.
Demasiada agua pudre las raíces. Cuidado. Cuidado porque en
este tiempo estamos expuestos a abundancia de agua. Me refiero a una saturación
de mensajes y palabras que nos llueven por las redes sociales y diferentes medios
de comunicación. Es importante estar bien regados y ser como árboles plantados
junto a corrientes de aguas. Otra cosa es estar inundados de agua y que nuestra
capacidad de asimilar tanta información se vea sobrepasada, de manera que ya no
sabemos ni asimilar lo que el Espíritu Santo nos está diciendo cada día.
Mi soliloquio de hoy apunta hacia la necesidad que tenemos
de ser selectivos. ¿Qué decido oír y qué no? ¿A qué le doy mi tiempo y a qué
no? ¿Qué puedo y quiero leer, y qué no es digno de mi atención? Esta capacidad
de examinar o analizar los mensajes que nos llegan está quedando muy en
entredicho en esta cuarentena. Me quedo asombrado ante los bulos que reenviamos
o las profecías que damos por buenas; o las predicaciones que consumimos y que
a su vez compartimos para que otros las reciban. O, simplemente, estoy
preocupado por la calidad de los contenidos que consumimos.
Todos los días llegan a nosotros multitud de mensajes que
compiten por nuestra atención; y si no nos llegan los buscamos: información,
entretenimiento, un poco de cotilleo, edificación, voz profética (para no andar
a ciegas), consejos de salud, y un largo etcétera.
No me malinterpretes. Me encanta que haya abundancia de
palabra, tal y como Colosenses recomienda: “La palabra de Cristo more en
abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda
sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e
himnos y cánticos espirituales” Colosenses 3:16. Cuando una canción me ha
bendecido o un versículo me ha tocado, o un artículo o programa es de
inspiración, dejemos que esa bendición fluya como un río y que no se estanque
en nosotros. Lo que no se puede dar en nosotros es la actitud de los
atenienses: “Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en
ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo” Hechos
17:21. Eso es un claro ejemplo de la comezón de oídos que describe Pablo en 2ª Timoteo
4:3.
El árbol plantado junto a corrientes de agua va tomando de
la humedad del subsuelo a medida que va necesitando agua viva. Y de tanto en
tanto se refresca con las lluvias del cielo. Pero en la inundación no hay forma
de dosificar lo que las raíces absorben. Simplemente, se atiborran de agua, y
esto las pudre.
Nosotros también debemos discernir cuándo estamos expuestos
a una inundación que puede anegarnos e intentar, en la medida de lo posible,
ponernos a salvo. Ahí van algunos consejos para que tomemos agua y humedad en
porciones saludables. Me los aplico yo el primero:
1) Busquemos nuestra propia palabra de Dios diariamente.
Nada se compara con estar a los pies de Jesús. Ese ambiente es la humedad y la
frescura que todos necesitamos. Los árboles de los desiertos tienen la
capacidad de ahondar con sus raíces y encontrar aguas profundas. Nosotros tenemos
esa profundidad en el secreto. En lo oculto de nuestros cuartos podremos
empaparnos con el amor de Cristo y recibir palabras de vida eterna. La verdad
que tomamos de su boca es la que más necesitamos. Que hable el Espíritu y calle
todo el mundo. Yo también debo silenciar mis propias palabras para escuchar lo
que el Señor me dice. Hoy, por ejemplo, a mí me habló de que la capacidad que
necesito viene del Señor, con los textos de Marcos 13:9-11 y Mateo 10:17-20. ¡Qué
consolador ha sido! Lo que intento explicar es que todos debemos oír al
Espíritu en el secreto. Y esa es la palabra que nos va a sostener diariamente y
a orientar.
De todos los vídeos que circulan por las redes sociales o me
llegan por WhatsApp he encontrado de mucha edificación este de David Wilkerson
(un poco antes de partir a la morada eterna) en el que nos exhorta a buscar al
Señor en medio de la crisis. Te lo recomiendo. Está en el mismo sentir de lo que
estoy recomendando en el punto uno.
2) Otro consejo, demasiado evidente, aunque no lo puedo obviar,
es que debemos estar informados con rigor y, sobre todo, escuchar a los dos
espías. Informarnos con seriedad es cada vez más difícil. Yo tengo mis
fuentes para hacerme una idea de lo que está pasando. Los sigo por sus cuentas
de Twitter, por sus podcasts o por otras plataformas. Porque las noticias de
medios oficiales están, tristemente a menudo, al servicio de otros poderes: el
dinero, determinadas ideologías o lobbies, fuerzas políticas, agendas, etc.
¡Claro que oigo noticias en la radio o en la televisión! Sin embargo, no me
quedo ahí. Sigo a otros periodistas, expertos e informantes que no tengan
amordazada la boca (o la mano para escribir). Hay días en los que da risa ver
el telediario. Parece propaganda en lugar de periodismo serio. Me da pena los
profesionales que tienen que ganarse la vida limitando su capacidad de hacer un
buen periodismo y solo pueden moverse en unos parámetros informativos previamente
delimitados. Pero bueno, es el mundo en el que estamos. Tampoco me gusta ver la
realidad únicamente a través de la mirada crítica de tal o cual comunicador. No
es de extrañar que pinten un cuadro algo esperpéntico de lo que está pasando.
En fin… intento estar al tanto de los gigantes, las murallas, los buenos frutos
de la tierra, los ejércitos enemigos y todo eso que está sobre mi país y las
naciones y no lo podemos negar. Y entonces decido (otra vez lo diré), decido oír
a Josué y a Caleb. No me van a desmoralizar los diez pesimistas, incrédulos y
rebeldes (esas voces nunca faltan). Quiero escuchar la palabra de fe, como la
que Rahab habló a los dos espías enviados por Josué.
Estamos en una pandemia. Hay previsiones de depresión
económica terribles. Los gobiernos, por lo menos el de España, están muy
limitados para responder a las necesidades del momento. Y muchas más cosas que
se añaden a la lista. ¡Pero es nuestro tiempo! ¡Es el momento de la iglesia!
¡La esperanza es más necesaria que nunca! Creo, con todo el corazón, que el
Señor está preparando muchos corazones y poniendo hambre y sed de lo eterno y
de lo verdadero: del amor de Jesucristo. ¡Para esta hora hemos llegado al
reino! Ese espíritu de fe de los dos espías, frente a los diez que desanimaron,
es el que quiero rescatar cada día.
3) Las buenas nuevas deben llegar primero. Esto tiene
que ver con el orden en el que me alimento. Así como para la alimentación
natural: la ensalada primero y luego la carne; de lo contrario, los ácidos de
la digestión destruyen los nutrientes de la ensalada; si hay postre, mejor de
último; las frutas, a media mañana y media tarde para que nos aprovechen;
etcétera. De la misma forma con nuestra nutrición espiritual. Es importante la
calidad de nuestros alimentos, así como el orden y el tiempo en el que los
ingerimos. Cuando llegaron las malas noticias a Jairo, de que su hija había
muerto, tuvo a Jesús a su lado para decirle: “No temas, cree solamente” (Lucas
8:40-56). ¿Por qué? Porque las buenas noticias de Jesús llegaron primero; y él
había ido en su búsqueda; y de camino había comprobado su poder cuando la mujer
con flujo de sangre sanó. Las malas noticias eran reales: su hija había muerto.
Pero más real era el Salvador, pues andaba a su vera. Yo quiero caminar con
Jesús en esta pandemia. Y cada mañana ir en su búsqueda y recordar su poder.
Incluso tocarlo con fe. Esa buena noticia del evangelio, que es Cristo en
nosotros, la esperanza de gloria, me hace enfrentar lo que venga con fortaleza
espiritual (Colosenses 1:27).
Es como tener mi sistema inmunológico espiritual fuerte para
poder resistir a la infodemia. Este neologismo ha surgido de la presente
crisis sanitaria para concienciar de que la mala información (los bulos que
producen pánico) o el exceso de información (que enferma el alma) son otra
epidemia que se cobra víctimas. Pues, las buenas nuevas o el evangelio son el mejor
antídoto para enfrentarme a todo virus espiritual que me ataque.
Las buenas nuevas deben llegar primero. Ahimaas lo entendió
y por eso corrió más que el mensajero, para llegar a David y darle la noticia
de que su ejército había vencido (2 Samuel 18:23). En segundo lugar, llegó el
corredor que portaba el triste anuncio de que Absalón era uno de los caídos en
combate. El efecto fue desastroso, sin embargo, solo Dios sabe lo que hubiese
supuesto para David recibir la mala noticia primero. Recordemos cuando Elí se
desnucó al saber de la muerte de sus hijos en aquella otra guerra contra los
filisteos (1 Samuel 4:18). De aquí yo aprendo dos cosas: uno, que los que
portamos las buenas nuevas debemos correr y hacer el máximo esfuerzo para que
lleguen a los oídos de los hombres, y así amortigüen las noticias desastrosas
que nos inundan; y dos, que nosotros debemos escuchar el mensaje del Cielo
antes de que llegue el mensaje de la Tierra. El mensaje del Cielo nos anuncia
vida, victoria, salvación, perdón, milagros, ayuda oportuna y toda bendición en
Cristo Jesús. Con esa buena nueva en el corazón oigamos también los mensajes de
la Tierra que, tristemente, son durísimos y preocupantes.
4) Y, para no extenderme en este soliloquio, terminaré
hablando del sano entretenimiento. Todos necesitamos leer, escuchar música,
ver una película, reírnos un rato, jugar a un juego de mesa o informático,
hacer un escape room, etc. Desconectar de la actualidad y sumergirnos unos
minutos en un bello mundo imaginario o, dicho de otro modo, oxigenar nuestra
mente un poco. Pero no dejemos de ser selectivos y astutos en el espíritu. Hay
una oferta que contiene un espíritu de muerte, de incredulidad, de lascivia,
inspirado por el infierno. En cambio, hay muchísimas creaciones artísticas y
lúdicas (cristianas y seculares) que son saludables para nuestro corazón. Yo
cuido la salud de mi alma; y velo por esa salud en los de mi casa. Elige un
buen libro. Hay música llena de belleza y vida. Lee poemas que te enriquezcan.
Miremos una película que nos haga pensar y ser mejores. Carguemos las pilas
espirituales con un buen audiolibro. Si concluimos que el entretenimiento es
necesario, optemos por el entretenimiento que pasa el sello de calidad del
Espíritu. Ya me entiendes…
En conclusión, toma el agua que necesites, con sabiduría, mesura y dando prioridad a lo que el Señor te provee directamente. Y no dejes que ninguna inundación de información o mensajes te pudra las raíces.
Que edificante, gracias.
ResponderEliminarPerfecto ,tomemos nota,todo me es lícito,más no todo me combuene
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