¿Qué hay en tu corazón? |
Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído el Señor tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientosLos tiempos difíciles exponen el corazón; y este es un tiempo difícil. De manera que se va a exponer nuestro corazón o, mejor dicho, ya se está exponiendo.
Para una naranja debe ser traumático pasar por el exprimidor. Allí es estrujada contra una superficie rugosa por una mano que la presiona. Así, la fruta redonda y compacta, acaba siendo el líquido que refresca y que a la mayoría nos gusta. De igual forma, la crisis sanitaria es una nueva realidad que, a modo de exprimidor, nos presiona; mientras que la mano sabia del Señor aplasta nuestra vida contra esta pandemia con la intención de que salga la esencia de lo que llevamos dentro.
Cuando Dios nos exprima ¿qué saldrá?
En el caso del pueblo de Israel, el desierto fue ese exprimidor y el Señor permitió vueltas y vueltas, como a la naranja se la hace girar, para obtener un zumo (o jugo, como dicen en América).
Muchos demostraron tener un corazón de incredulidad, rebeldía y murmuración. Un líquido tóxico que se quedó vertido en el desierto. Para nada servía.
Ese mismo desierto, en cambio, manifestó la esencia de Josué y Caleb. Cuando Dios probó el zumo de estos hombres tuvo un sabor exquisito: fe, sujeción, valentía y lealtad.
Y yo me pregunto: cuando el Señor me estruje contra la nueva situación que me rodea ¿qué saldrá de mí?
Cuando pasamos por una enfermedad, estrechez económica, pérdida de un ser querido, persecución, etc. ¿qué hay en nuestro corazón? ¿Lo mismo que los de Israel que perecieron en el desierto o el precioso zumo de Josué y Caleb?
Ante la pregunta que encabeza este soliloquio (¿Qué hay en tu corazón?) yo puedo responder ¡fe!, ¡amor a Dios! o ¡valentía!... Pero una cosa es lo que yo creo que hay en mi corazón y otra muy diferente puede ser lo que realmente hay.
Jesús dijo a sus discípulos que le iban a abandonar y que se iba a quedar solo; y no solo Pedro le llevó la contraria gritando que nunca lo dejaría; todos dijeron lo mismo. Ellos estaban convencidos de que tendrían la fe y la valentía suficiente como para ir a la cárcel o a la muerte por su amado Maestro. Días más tarde llegó el exprimidor de la prueba y, bajo la presión del momento, todos lo negaron y lo abandonaron, como el Señor había dicho que sucedería.
Tuvieron que descubrir con lágrimas que sus corazones estaban llenos de miedo, de incredulidad, de egoísmo, de rivalidades... de oscuridad.
Y es que bien dijo el profeta Jeremías, "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" (Jeremías 17:9). Pero, entonces, a continuación afirma: "Yo el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras" (verso 10).
Solo Dios conoce realmente nuestros corazones y solo Él puede ayudarnos a vencer esa oscuridad tan ligada a nuestra humanidad, para que seamos capaces de pasar la prueba de la aflicción o de la tentación en victoria.
Pensemos en Jesús y en sus exprimidores.
¿Qué se manifestó en las adversidades que padeció nuestro Salvador?
· En el desierto de la tentación: total obediencia y lealtad al Padre.
· En el examen (porque toda prueba es un examen) de la popularidad y la aclamación multitudinaria: un corazón vacío de toda ambición, que solo buscaba agradar a su Padre.
· En la prueba de la persecución, el rechazo y la burla: un corazón valiente, seguro en Dios y suficientemente sano como para no llenarse de odio o amargura contra sus opositores.
· Finalmente, en la presión del Getsemaní y de sus padecimientos, ¿qué había en su corazón? Solo amor. Amor por nosotros. Los clavos no lo retenían a la cruz, sino el amor por ti y por mí.
Y, ¿sabes una cosa? Si hoy te preguntas qué hay en el corazón de Cristo Jesús cuando te acercas a Él, la respuesta es sencilla: amor. Un amor apasionado, incansable y eterno. De eso no hay la menor duda.
La cuestión realmente sería esta otra: si Él se acerca hoy a mí, para escudriñar mi corazón, ¿qué hallará en él? ¡Yo quiero que encuentre amor apasionado! ¡Deseo ferviente de agradarle! Compasión por mi prójimo, también. Buena dosis de fe. Compromiso con la verdad y obediencia al Señor. Un corazón limpio, porque escrito está: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5:8).
Ahora bien (y dicho sea de paso, a Jesús nadie lo puede engañar), ¿qué tal si al examinar mi corazón encontrase algo de esto otro? Apatía hacia las cosas espirituales; egoísmo; queja; incredulidad; temor; altivez... Es imposible que con ese corazón le pueda agradar.
Lo que quiero transmitirte es que necesitamos los desiertos y presiones, los momentos de estrechez o de prueba, pues son los exprimidores que nos estrujan y dejan que salga lo que de verdad hay en nuestro corazón. No para que Dios lo descubra. Él ya lo sabe. Sino para que nosotros lo veamos y pidamos su ayuda.
Si al llegar a esta pandemia, confinamiento o crisis económica creíamos que jamás fallaríamos al Señor, pero con el paso de los días y ante el aumento de la presión lo que sale de nosotros es pesimismo, queja, dejadez espiritual, incredulidad, ansiedad o temor... ¡ahí lo tienes! El desierto ha hecho que se exponga nuestro corazón.
De igual forma, si una oportunidad de testificar de Cristo se presenta y callamos por vergüenza, ¡ahí está! ¡el exprimidor! La cobardía de mi corazón está delante de mí, manifestada otra vez.
O si me enfrento a la necesidad y no soy capaz de abrir la mano para ser generoso o para ayudar de alguna forma, no importa lo que yo piense de mí mismo en cuanto a la gracia del dar, la verdad sale a la luz con todo el dolor que pueda causarnos: soy egoísta y tacaño.
Que nos provocan o nos ignoran o nos calumnian. Es solo un examen a nuestro corazón para saber cómo estamos de sanos en cuanto a la altivez o el orgullo. Si respondemos con humildad y mansedumbre habremos producido un vaso de zumo delicioso. Dios nos exprimió con esa situación y de nuestro corazón manó el néctar del cielo: Cristo en nosotros la esperanza de gloria.
Con estas líneas no quiero transmitir condenación o tristeza. Por el contrario, me propongo terminar este séptimo soliloquio con la medicina que yo conozco para mi engañoso corazón.
Él sabía que los discípulos iban a fallar, especialmente Pedro, y los siguió amando. Solo tenían que reconocer su debilidad, arrepentirse, pedir perdón, y pedir gracia al Señor. Gracia para no fallar más. Poder del Espíritu Santo para que en sus corazones reinase Cristo, y así poder salir aprobados en los siguientes exámenes.
Después de la cruz, después de la resurrección, después de Pentecostés y de ser llenos del Espíritu, ¡qué buen zumo salió de los apóstoles!
El perdón de Dios y la gracia de Cristo nos hacen estar siempre humillados ante el Señor y no fiarnos de nuestro engañoso corazón, sino depender de su Espíritu para todo.
Ahora bien, el cuidado de la salud del corazón debe ser una prioridad para cada uno de nosotros (Proverbios 4:23). No queremos tener un corazón malo de incredulidad (Hebreos 3:12), sino un corazón de fe y obediencia. Por eso, el escritor de los Hebreos les dedica unas palabras de advertencia y los estimula a mantenerse conectados con la palabra de Dios, "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4:12).
Concluyo con tres consejos para mantener saludable nuestro corazón:
1) Llénalo de la palabra de Dios:
Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón (Deuteronomio 6:6).
Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos (Deuteronomio 11:18).
En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti (Salmo 119:11).
Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él (Juan 14:23).2) Llénalo de alabanza:
Te alabaré, oh Señor, con todo mi corazón; Contaré todas tus maravillas (Salmo 9:1).
Te alabaré, oh Señor Dios mío, con todo mi corazón, Y glorificaré tu nombre para siempre (Salmo 86:12).
Alabaré al Señor con todo el corazón En la compañía y congregación de los rectos (Salmo 111:1).3) Fortalécete en el espíritu cada día, para que Cristo habite por la fe en tu corazón. Es decir, la única forma de que tu corazón esté lleno de fe y de Cristo es fortaleciendo tu vida interior a través de la oración:
... que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones... (Efesios 3:16-17)Debemos dar gracias a Dios por estas pruebas que permite y que nos ayudan a descubrir cómo está nuestro corazón (¡gracias, Señor, por tus exprimidores). Y, además, recordemos que Dios ya conoce cómo está nuestro corazón y a pesar de eso nos ama.
Gloria a Dios por su Palabra, y por usarlo Pastor, ha Sido de gran bendición
ResponderEliminarOhh Dios mío!!!Gracias por tanto amor y misericordia hacia nosotros.
ResponderEliminarMuchas gracias mi pastor Juan Carlos que el Señor lo bendiga me ha encantado tu sobrino que porque me hace pensar que hacer ser feliz porque Dios es fiel espero que sea 6:30 exprime salga un zumo dulce y fresco y agradable
ResponderEliminarEs un proceso difícil pero necesario. Al final todo contribuye para bien. Gracias por esta reflexión que nos permite conocer la voz de Dios y a llevarnos por el camino correcto.
ResponderEliminarAleluya!!! Exprímenos Señor y limpiamos de toda maldad y todo aquello que no te agrada!!!!
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