El exprimidor de Dios |
Para una naranja debe ser traumático pasar por el exprimidor. Allí es estrujada contra una superficie rugosa por una mano que la presiona. Así, la fruta redonda y compacta, acaba siendo el líquido que refresca y que a la mayoría nos gusta. De igual forma, la crisis sanitaria es una nueva realidad que, a modo de exprimidor, nos presiona; mientras que la mano sabia del Señor usa esta pandemia con la intención de que salga la esencia de lo que llevamos dentro.
Uno de los propósitos por los que el Señor hizo pasar a Israel por el desierto, según Deuteronomio 8:2, fue para que se supiese lo que había en sus corazones: "Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído el Señor tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos".
Los tiempos difíciles exponen el corazón; y este es un tiempo difícil. De manera que se va a exponer nuestro corazón o, mejor dicho, ya se está exponiendo.
En el caso del pueblo de Israel, el desierto fue ese exprimidor y el Señor permitió vueltas y vueltas, como a la naranja se la hace girar, para obtener un jugo (o zumo, como decimos en España).
Muchos demostraron tener un corazón de incredulidad, rebeldía y murmuración. Un líquido tóxico que se quedó vertido en el desierto. Para nada servía.
Ese mismo desierto, en cambio, manifestó la esencia de Josué y Caleb. Cuando Dios probó el zumo de estos hombres tuvo un sabor exquisito: fe, sujeción, valentía y lealtad.
Y yo me pregunto: cuando el Señor utilice la situación que me rodea como exprimidor, ¿qué saldrá de mí?
Al pasar por una enfermedad, estrechez económica, pérdida de un ser querido, persecución, etc. ¿qué hay en nuestro corazón? ¿Lo mismo que los de Israel, que perecieron en el desierto, o el precioso jugo de Josué y Caleb?
Ante la pregunta, “¡Oye, Juan Carlos! ¿Qué hay en tu corazón?” yo puedo responder: “¡Fe! ¡Amor a Dios! ¡Valentía!...”. Pero una cosa es lo que creo que hay en mi corazón, y otra muy diferente (puede ser) lo que realmente hay.
Lo que quiero transmitirte es que necesitamos los desiertos y presiones, los momentos de estrechez o de prueba, pues son los exprimidores que nos estrujan y dejan que salga lo que de verdad hay en nuestro corazón. No para que Dios lo descubra. Él ya lo sabe. Sino para que nosotros lo veamos y pidamos su ayuda.
Si al llegar a esta pandemia, confinamiento o crisis económica creíamos que jamás fallaríamos al Señor, pero con el paso de los días y ante el aumento de la presión lo que sale de nosotros es pesimismo, queja, dejadez espiritual, incredulidad, ansiedad o temor... ¡ahí lo tienes! El desierto ha hecho que se exponga nuestro corazón.
De igual forma, si una oportunidad de testificar de Cristo se presenta y callamos por vergüenza, ¡ahí está! ¡el exprimidor! La cobardía de mi corazón está delante de mí, manifestada otra vez.
O si me enfrento a la necesidad de mi prójimo y no soy capaz de abrir la mano para ser generoso o para ayudar de alguna forma, no importa lo que yo piense de mí mismo en cuanto a la gracia del dar, la verdad sale a la luz con todo el dolor que pueda causarnos: soy egoísta y tacaño.
¿Nos provocan o nos ignoran o nos calumnian? Es solo un examen a nuestro corazón para saber cómo estamos de sanos en cuanto a la altivez o el orgullo. Si respondemos con humildad y mansedumbre habremos producido un vaso de zumo delicioso. Dios usó esa situación para exprimirnos y de nuestro corazón manó el néctar del cielo: Cristo en nosotros la esperanza de gloria.
Con estas líneas no quiero transmitir condenación o tristeza. Por el contrario, me propongo terminar este soliloquio con la medicina que yo conozco para mi engañoso corazón.
Pensemos en Jesús y en sus exprimidores. ¿Qué se manifestó en las adversidades que padeció nuestro Salvador? Obediencia y lealtad al Padre; un corazón valiente; amor... Un amor apasionado, incansable y eterno. De eso no hay la menor duda. ¡Podemos beber de ese jugo de amor y refrescar nuestra alma necesitada!
Jesús dijo a sus discípulos que lo iban a abandonar y que se iba a quedar solo; y Pedro le llevó la contraria gritando que nunca lo dejaría; no olvidemos que todos dijeron lo mismo. Ellos estaban convencidos de que tendrían la fe y la valentía suficiente como para ir a la cárcel o a la muerte por su amado Maestro. Días más tarde llegó el exprimidor de la prueba y, bajo la presión del momento, todos lo negaron y lo abandonaron, como el Señor había dicho que sucedería.
Tuvieron que descubrir con lágrimas que sus corazones estaban llenos de miedo, de incredulidad, de egoísmo, de rivalidades... de oscuridad.
Jesús sabía que los discípulos iban a fallar, especialmente Pedro, y los siguió amando. Solo tenían que reconocer su debilidad, arrepentirse y pedir gracia al Señor. Gracia para no fallar más. Poder del Espíritu Santo para que en sus corazones reinase Cristo, y así poder salir aprobados en los siguientes exámenes.
Después de la cruz, después de la resurrección, después de Pentecostés y de ser llenos del Espíritu, ¡qué buen jugo salió de los apóstoles!
El perdón de Dios y la gracia de Cristo nos hacen estar siempre humillados ante el Señor y no fiarnos de nuestro engañoso corazón, sino depender de su Espíritu para todo.
Y es que bien dijo el profeta Jeremías, "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" (Jeremías 17:9). Entonces, a continuación, afirma: "Yo el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras" (verso 10).
Solo Dios conoce realmente nuestros corazones y solo Él puede ayudarnos a vencer esa oscuridad tan ligada a nuestra humanidad, para que seamos capaces de pasar la prueba de la aflicción o de la tentación en victoria.
Ahí van tres consejos para mantener saludable nuestro corazón:
1) Llénalo de la palabra de Dios: "Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón" (Deuteronomio 6:6). También en Deuteronomio 11:18. "En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti" (Salmo 119:11).
2) Llénalo de alabanza: "Te alabaré, oh Señor, con todo mi corazón; Contaré todas tus maravillas" (Salmo 9:1). También en Salmo 86:12 y 111:1.
3) Fortalécete en el espíritu cada día, para que Cristo habite por la fe en tu corazón. Es decir, la única forma de que tu corazón esté lleno de fe y de Cristo es fortaleciendo tu vida interior a través de la oración: "que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones..." (Efesios 3:16-17).
Debemos dar gracias a Dios por estas pruebas que nos ayudan a descubrir cómo está nuestro corazón. ¡Gracias, Señor, por tus exprimidores! Y, además, recordemos que Jesús ya conoce cómo está nuestro corazón y a pesar de eso nos ama.
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