Cuento 6: Zacarías ha muerto

Zacarías ha muerto

Llegamos al sexto cuento de la serie Después del Resplandor. Es el más largo debido a su importancia. Por fin vamos a conocer a la comunidad sesasenia de la península ibérica y comprenderemos mejor cómo es el mundo de después del Resplandor. 


CUENTO: ZACARÍAS HA MUERTO

-Zacarías ha muerto -dijo Pirro sin inmutarse ante la mirada atónita de Paul y Serena.

-¿Cómo? -exclamó Paul.

-¿Por qué? -gritó Serena.

-¿Creíais que no sabríamos de vuestro mensaje al resto de sesasenios? -contestó Séneca.

Los pastores de la congregación cristiana, en la principal colmena de Los Inconformes, del desierto sur de la península ibérica, se habrían caído al suelo por la noticia si no hubiesen estado sentados en dos sillas, frente a Pirro y Séneca, los patriarcas rebeldes.

Se hallaban en la capilla. Solo ellos. Paul y Serena, con los líderes inconformes y rodeados por soldados que tenían armas en las manos.


-Le dijimos que debía entregarnos sus conocimientos de la tecnología crystaloide y se negó -explicó Pirro-. Solo queríamos tener el poder de reactivar los crystales de la República o alterar los de otras partes del mundo, para usar ese conocimiento a nuestro antojo...

-Pero se negó, el maldito viejo -repitió Séneca encendido en ira.

-Él... Él era solo... Un pobre anciano... -dijo Serena entre lágrimas.


En la oscuridad de la antigua mina, convertida en refugio de los insurgentes, a más de setecientos metros de profundidad, los ojos de todos los presentes brillaban como los de los animales que poseen visión nocturna. Solo así podrían sobrevivir en la colmena, entre sombras, empleando el mínimo consumo energético. Después de diez años viviendo allí y pastoreando a un centenar de insurgentes a los que habían conseguido influenciar con el mensaje del evangelio, los pastores seguían sin acostumbrarse a esos ojos que parecían de felino. Cincuenta y cuatro años tenía Paul y cincuenta Serena, pero si tenían que vivir cincuenta años más en la mina estaban seguros de que acabarían perdiendo su sano juicio.

Las sillas, de tamaño estándar, eran incómodas para los dos metros que medían Pirro y Séneca, así que se pusieron en pie antes de decir sus últimas palabras.

-Pensamos que si Zacarías era tan valiente como para hacer lo que hizo... Lo de mandar un mensaje a los sesasenios de la República sin nuestro permiso y usando nuestra tecnología -dijo Séneca cruelmente-, pues que tendría el mismo valor para pasar por quirófano y trashumanizarlo.

-Tenía valor en su alma, mas poca fuerza en su corazón... Eran ciento tres años... -interrumpió Paul que ardía de indignación.

-Lo sentimos... -añadió Pirro irónicamente-. Sobre todo, porque nos llevará un tiempo el descubrir los conocimientos que se ha llevado a la tumba.

Paul y Serena también se pusieron en pie y vieron, sorprendidos, cómo la media docena de soldados les apuntaba al cuerpo en defensa de sus patriarcas.

-Tranquilos -mandó Pirro-. Bajad las armas...

-¿Y ahora qué? ¿Qué vais a hacer con nosotros? -preguntó Serena.

-Mi esposa se refiere a que los sesasenios que recibieron el mensaje buscarán la forma de llegar hasta la ubicación que Zacarías les mandó y...

-Ya, ya... Entendemos -tomó la palabra Séneca-. Reforzaremos la vigilancia de la entrada y salida de la colmena, para que vosotros no salgáis y para que vuestros “hermanos" que vayan llegando puedan entrar con la máxima discreción.

A continuación, Séneca hizo un movimiento con la mano y dos de sus hombres soltaron tres cucarachas espía. Rápidamente, los robots corrieron a esconderse en las tinieblas de la capilla.

Paul y Serena a duras penas contuvieron el estremecimiento que sintieron al ver a los nanorobots dirigirse a diferentes rincones del salón. Para confirmar lo que Paul empezó a sospechar preguntó:

-¿Cómo nos trataréis?

-Con toda la cortesía que merecéis... y que sabemos otorgar -dijo Pirro entre risas.

-¿La misma que habéis mostrado con Zacarías? -espetó Paul sin medir el peligro de su atrevimiento.

En ese momento Séneca se abalanzó sobre él y parecía, ante los ojos de Serena, que una montaña de músculos y odio caía sobre su esposo. Apenas tuvo tiempo de reaccionar; Séneca propinó un golpe en el vientre a Paul que lo dejó sin aliento.

-¡No! ¡Para! -gritó Serena.

Pirro la agarró de su larga melena y la lanzó, con fuerza sobrehumana, al lado de su esposo, que seguía tendido en el suelo.

-La misma cortesía que hemos tenido con Zacarías... ¡La misma tendremos con todos los sesasenios! -declaró Pirro y, dicho esto, hizo un gesto con brazos y cara para que los siete subordinados lo acompañaran en marcharse.

Antes de salir, Séneca, registró los bolsillos de Paul y Serena y les retiró la llave de la capilla.

-¡Pobres infelices! -Fue su despedida.


El plan de Óscar y Noa salió a pedir de boca. Siguiendo las indicaciones de la pulsera vital viajaron desde Urbe Meridional y llegaron al punto de encuentro en mitad de la nada, tras pasar por la base aduanera del desierto. El camión deslizable que los transportaba no tuvo ningún problema en recorrer los más de doscientos kilómetros de camino accidentado, hasta la colmena. Estaba preparado para esos terrenos.

La ruta que siguieron atravesaba el desierto sur de la península. El Resplandor del 2054 había acabado con toda la vegetación. Solo podían ver estepa: roca y tierra que, en lugar de color ocre, parecía pintada de gris oscuro; gris desolación.

-En nuestro trabajo... probando diademas de realidad mejorada –dijo Isaac, pensando en voz alta-, vemos constantemente paraísos de la Tierra... Evidentemente, de antes del Resplandor o creados virtualmente. ¿Dónde ha quedado esa belleza del mundo? ¡Todo es un sequedal!


La versión oficial del gobierno mundial arcano fue que el Resplandor había sido a consecuencia de un meteorito gigante, que impactó contra el planeta. Pero nadie se creía esa versión. Los científicos que sobrevivieron y que cuestionaron la veracidad de esa información, sobre el origen del cataclismo, desaparecieron o cambiaron de postura para dar la razón a Los Arcanos. A los que pedían ir a ver el cráter gigantesco, que mostraban con imágenes en Univernet, se les prohibía acercarse físicamente al área del impacto, además, sin dar explicaciones.

Fruto de esta opacidad por parte del régimen, las teorías en torno al Resplandor recorrían las más variadas distopías: desde una o varias bombas nucleares, hasta un complot humanoide, pasando por la teoría extraterrestre en la que Los Arcanos serían un gobierno alienígena; o bien, esta otra, en la que Los Inconformes vinieron de otro planeta y su llegada causó el Resplandor.

La hipótesis de que el Resplandor se correspondía con el Armagedón o con la venida de Jesucristo fue rápidamente descartada. Esto no era probable entre la mayoría atea, pues para ellos Dios era un mito y la Biblia un libro semejante a la Odisea o a la Ilíada. Y para los cristianos el problema estribaba en la inconsistencia bíblica. Ya fuesen  creyentes controlados por el régimen con las iglesias arcanas, donde todo lo que enseñaban en la Summa Biblia omitía un juicio de Dios de tales dimensiones; o para los cristianos sesasenios que quedaban, de fe y práctica arraigada a los sesenta y seis libros de la Biblia, la pregunta era la misma: ¿Si el Resplandor fue el fin del mundo o la Segunda Venida de Jesús, por qué seguimos nosotros aquí en la Tierra?

Bien cierto era que millones de creyentes murieron en el Resplandor. Pero también fallecieron todo tipo de personas; la mayoría de otra fe o sin religión alguna. Así que, esta posibilidad no se sostenía, según el pensamiento cristiano.

El viaje en el deslizable resultaba de lo más deprimente. No se oían cantos de aves; no había reptiles; ya no existía ningún animal; solo insectos. Ahora el planeta era de los insectos, de los robots y de los humanos que sobrevivieron al Resplandor y a la guerra que se produjo antes de la catástrofe. La comida era artificial, aunque imitaba la carne y verdura. Pero todos sabían que se había producido en fábricas que mantenían cultivos sintéticos. La vida acuática también desapareció. Los mares y ríos estaban muertos. Sin embargo, el filtrado del agua de lluvia salvaba a los humanos de finales del siglo XXI que quedaron vivos. 

Óscar retuvo la pregunta que tenía que hacerle a Noa, su prometida poshumana, tanto como pudo; pero cuando faltaba apenas media hora para llegar al punto de encuentro no supo aguantar más.

-Noa, cariño -dijo en un susurro-. ¿Qué vas a hacer? ¿Te quedarás con nosotros o volverás con tus padres?

Noa, rota por dentro, aunque intentó disimularlo, le contestó:

-Me quedo.

-Estupendo –dijo Óscar sin celebraciones, comprendiendo que Noa no podía sentir alegría alguna en ese momento-. Ponte el kit de oxígeno, cariño. No deben saber que eres poshumana hasta que estemos seguros de que te aceptarán. Sabemos que Los Inconformes rechazan a los robots... En cambio, no han llegado a pronunciarse con claridad sobre los Pobladores de la Galaxia.

-Los Pobladores de la Galaxia -repitió Noa con desdén-. Hemos destruido este mundo y ahora queremos, enfundados en cuerpos robóticos, llevar nuestra degradación a otras partes del Universo...

-¡Que Dios no lo permita! -dijo Isaac, metiéndose imprudentemente en la conversación, que era hasta ese momento solo un murmullo de ambos novios. Pero Isaac no podía reprimir la rabia que sentía ante aquel desierto de barro y muerte.


Cuando se detuvieron sobre la ubicación que señalaba la pulsera de Óscar no distinguieron nada que pudiese parecer una puerta o un acceso a la colmena.

De pronto, unos soldados insurgentes aparecieron de la nada y les ordenaron salir del camión deslizable y andar delante de ellos en una determinada dirección, hacia unas rocas que sobresalían. Los cuatro sesasenios anduvieron atemorizados, manos en alto en señal de rendición, sabiendo que estaban siendo encañonados por la espalda. Reconocieron las armas que llevaban los soldados: eran cañones de ondas paralizantes de última generación; y cuando habían andado unos pocos pasos dispararon a los cuatro.


Isaac y Ágata despertaron dos horas después, aturdidos aún por las ondas paralizantes. Al abrir los ojos vieron dos rostros amables sentados en sillas frente a ellos. Eran de unos cincuenta años, sumamente delgados, al parecer de Ágata e Isaac, ambos de pelo castaño y ojos un tanto extraños. Sus caras les transmitieron paz, a pesar de que la tensión dejaba una sutil marca en los desconocidos.

Isaac y Ágata se incorporaron e inmediatamente Paul y Serena les sirvieron a cada uno un vaso de agua. Los recién llegados tenían sed, mas no se atrevieron a quitarse las mascarillas y tenían el vaso en las manos con un lógico desconcierto.

-Aquí abajo hay un microclima -explicó Paul-, no es como en el exterior; pero el exceso de dióxido de carbono acabaría con cualquiera en un par de días. Lo mejor es que solo os quitéis la mascarilla para beber, comer y ducharos.

Isaac y Ágata bebieron el agua de un solo trago y volvieron a colocarse la máscara de oxígeno.

Lo primero que hicieron fue preguntar por Óscar y Noa. Paul y Serena les explicaron que estaban siendo atendidos en el barracón donde se hallaba el resto de sesasenios que habían llegado antes que ellos.

-A todos os han hecho lo mismo –dijo Serena-. Os disparan con ondas paralizantes.

-¿Por qué? -preguntó Isaac con la voz maltrecha aún.

-¿La razón? Que no sepáis cómo acceder a la colmena -dijo Paul-. Y que se pueda detectar a cualquier robot, pues los disparos de las ondas paralizantes solo afectan a mentes humanas.

-¿Quiénes sois? -preguntó Ágata.

-Somos Paul y Serena -contestó Serena-, los pastores de esta colmena.

-¡Lo sabía! ¡Te lo dije, Ágata! En este lugar hay verdaderos cristianos -celebró Isaac con la poca voz que tenía.

-No os confundáis... Los Inconformes no son los que han mandado los mensajes ni tienen ningún tipo de fe o de buena intención hacia nosotros.

Ágata se agarró del brazo de Isaac y lo miró angustiada.


-¿Cómo os debemos llamar? -inquirió Serena.

-Perdonad –dijo Ágata-. Somos de Urbe Meridional. Mi marido, Isaac; yo, Ágata; y con nosotros venían Óscar, nuestro hijo, y Noa, su prometida.


Isaac estaba desolado. Sus esperanzas de libertad y de llegar a un lugar donde se pudiesen sentir como en casa se habían hecho añicos en pocos segundos. Muchas preguntas vinieron a su pensamiento.

-Pero... entonces... ¿Quién mandó los mensajes? -dijo Isaac incorporándose un poco más en la cama.

-No lo sabemos... Bueno... El de la ubicación, con el llamado a encontrarnos aquí, lo hicimos nosotros -aclaró Isaac.

-¿Vosotros? -dijo Ágata.

-Es una larga historia, pero no podemos contar nada más aquí -advirtió Paul.

-¿Por qué? -se extrañó Isaac.

-Estamos siendo espiados. Debemos subir al nivel 1; allí está la capilla –dijo Serena y poniéndose en pie los invitó a acompañarlos.


De camino al nivel 1, Isaac y Ágata, no salían del asombro por la cantidad de inconformes que se movían en los pasillos. Ninguno llevaba mascarilla de oxígeno. Ninguno les saludaba. Los insurgentes andaban como zombis en medio de las tinieblas de la antigua mina. Los ojos de todos, incluidos los de Paul y Serena, brillaban en la débil luz, como los de cualquier animal con visión nocturna. El matrimonio septuagenario andaba a tientas, guiados por Paul y Serena, muy cerca de ellos, y cercados por delante y detrás con sendas parejas de soldados armados.

Todo era metálico. Todo estaba pintado en gris o negro. Parecía una cárcel y no un campamento de personas que quisieran llevar una vida saludable.

-¿Por qué está todo tan oscuro? -Era Isaac el que preguntaba ahora, mientras andaban.

-La energía que podemos generar es muy limitada en medio del desierto -respondió Paul.


La necesidad de comprender acompañaba, como uno más del grupo, a las dos parejas de sesasenios, de manera que Ágata se animó a saber más de Paul y Serena.

-¿Cómo podéis vivir aquí? -dijo Ágata en un murmullo- En medio de tanta oscuridad.

-A todo se acostumbra una –se limitó a responder Serena.

-¿Cuánto tiempo lleváis en esta colmena? -quiso saber Isaac.

-Diez años... Desde que nos pasamos a Los Inconformes. –Y Serena rectificó-. Diez años y diez meses.

-Pero, ¿cómo los encontrasteis? Mucha gente lo ha intentado sin éxito...

-Ellos nos encontraron a nosotros... -contó Paul-. No sabemos cómo fue, pero descubrieron que éramos de fe sesasenia a pesar de trabajar en las ágoras del saber arcano. Preparábamos a los predicadores y pastores, humanos y poshumanos, que irían a parar a las iglesias de Summa Biblia.

-Nosotros creíamos que estábamos suscritos a una iglesia independiente, hasta que resultó ser otra ilusión óptica de Los Arcanos. Jorge, el pastor, era un robot –dijo Isaac con amargura al recordar el incidente.

-Ya no quedan iglesias independientes... Al menos en la península. Por eso accedimos a unirnos a Los Inconformes... Para tener esa libertad que se nos privaba en la República y fundar una iglesia sesasenia, presencial... Que creyese en los sesenta y seis libros -Serena también sintió una punzada de indignación al reconocer su candidez.

-¿Entonces, aquí hay una iglesia como las de antes? -inquirió Ágata.

Paul y Serena se miraron con una sonrisa llena de tristeza. Ya sabían, en ese punto de la historia, que sus esfuerzos evangelizadores entre Los Inconformes habían sido estériles. Los creyentes que se reunían cada domingo carecían de alma; parecían autómatas. A Serena se le ocurrió una respuesta que transmitiría algo de ánimo:

-¿Que si hay una iglesia auténticamente sesasenia?.... Ahora sí.


Justo en ese momento de la conversación llegaron a la capilla. Dos guardias custodiaban la puerta y les abrieron con la llave; la que antes había sido de Paul. Los cuatro soldados que habían vigilado el viaje hasta el nivel 1 volvieron a su tarea diaria y los reos entraron al barracón.

Al abrirse la puerta encontraron a más de treinta personas, todas con mascarilla de oxígeno. Conversaban sentados en sillas, en corrillos. Al fondo del salón 14 literas de tres camas cada una, siete a cada lado, separadas de la parte del principio de la sala por unas cortinas improvisadas usando sábanas y mantas de Paul y Serena. La capilla era ahora el albergue de la nueva comunidad de cristianos.

Isaac y Ágata se lamentaron por la lobreguez de la sala y la austeridad en el mobiliario, sin nada más que las sillas, unas cuantas mesas, quince metros de paredes grises a lo largo y diez a lo ancho, y unos cuantos bolsos con ropa, objetos personales y comida que las cuatro decenas de sesasenios habían podido llevar sin llamar la atención.

Óscar y Noa llegaron los primeros, para abrazarlos. Seguía, Noa, con la mascarilla de oxígeno, como los demás, para fingir que era cien por cien humana. Después de Óscar y Noa se acercaron a saludarlos otros hermanos. Todos mayores de cincuenta; el más veterano Basilio, un valiente hermano de ochenta y tres; y el más joven, al menos hasta que llegaron Óscar y Noa que eran de treinta y cinco, un sesasenio de Urbe Meridional llamado Patricio que aparentaba cuarenta y pocos. No había niños ni jóvenes. Isaac y Ágata adivinaron inmediatamente el por qué. Los inspectores arcanos habían negado el permiso de paternidad a todos aquellos que fuesen desafectos al régimen.


Durante la semana habían ido apareciendo sesasenios en la puerta secreta de la colmena. Poco a poco se habían ido llenando todas las literas. Las dos parejas de recién llagados serían los penúltimos. Les dejaron minúsculos aseos, con baño y ducha, en el nivel 1 de la colmena, donde estaba la capilla, convertida en barracón de prisioneros.


Entre los que se acercaron a darle la bienvenida a Isaac y a Ágata pudieron reconocer a Roberto y Nati, con quienes habían coincidido en la última suscripción que hicieron a un templo de arcanos. Roberto y Natividad salieron un poco antes que Isaac y Ágata, en cuanto el pastor comenzó a negar, sutilmente, el origen divino de los textos que habían quedado fuera de la Biblia Summa.

La alegría inundó la capilla durante unos minutos, hasta que Paul y Serena colocaron, con ayuda de Roberto y Patricio, seis sillas en mitad del salón para poderse comunicar, bajo una estrategia de silencio, con Óscar y Noa, e Isaac y Ágata.

Las dos parejas de recién llegados se quedaron intrigados cuando los treinta y cuatro creyentes del salón formaron tres circunferencias concéntricas, rodeando las seis sillas y acercándose lo más que podían, mirando hacia los pastores y sus interlocutores.

Paul, que distinguió la curiosidad en el rostro de las dos parejas, les hizo señas para que miraran al techo. En ese preciso instante tres sombras se movieron desde las paredes laterales hacia la mitad del techo del salón. Cuando estaban lo suficientemente cerca como para ser distinguidas por ojos humanos, Ágata dio un pequeño grito de repugna. Eran cucarachas.

Los pequeños robots espía se quedaron detenidos exactamente sobre las cabezas de los seis cristianos, eso sí, con las antenas en dirección a las sillas.

-¿Además de oírnos, pueden vernos? -preguntó Óscar en voz queda.

-Creemos que sí -respondió el pastor.

-¡Los Inconformes también espían! -protestó Noa.

-También... Desde hace poco tiempo -aclaró Serena.


Roberto les acercó una gastada Biblia. Era el único que se había atrevido a cargar una en su huida. Ser arrestados con un ejemplar de sesenta y seis libros podía suponer, oficialmente, años de cárcel; extraoficialmente, algo peor. De hecho, Paul y Serena se habían quedado sin Biblia, pues las Sagradas Escrituras que usaban dependían del buen funcionamiento de sus crystales no homologados, y en el hackeo del 1 de agosto también se apagaron los suyos.

Paul tomó la Biblia de la mano de Roberto y sacó del bolsillo de su chaleco una cucharilla.

-Antes de nada, y si consideráis que es posible, me gustaría saber un poco sobre cómo hicisteis para llegar hasta aquí -dijo Óscar, dirigiendo su pregunta a los treinta y cuatro sesasenios que los rodeaban.

El pastor levantó la mano en señal de aprobación, ya que los ojos de todos estaban sobre él y Serena. Entonces, tras su visto bueno, comenzaron a contar brevemente los planes de fuga. Unos habían huido en sus propios deslizables, con un permiso especial para visitar otras urbes, por sus trabajos. Un par de matrimonios pudieron llegar gracias a que uno de ellos era conductor de un deslizable de mercancías de propiedad privada. Varios encontraron poca seguridad en las fronteras de sus urbes, pues viajaron en la madrugada y, milagrosamente, los guardias de la ciudad estaban en sus casetas, probablemente dormidos. Y el caso más llamativo fue el de Patricio, que utilizó las cloacas para salir de la urbe y había hecho el trayecto a pie, con varios kits de oxígeno en su mochila. Pertenecía a la misma ciudad que Isaac y su familia, la meridional, y la colmena le quedó a tres días de caminata. El resto llegaban de todas las urbes de la península: de la occidental, doce acudieron al llamado; de la oriental, seis; de la septentrional, quince; y de la meridional, siete (Óscar y Noa, Isaac y Ágata, Roberto y Natividad, y Patricio el séptimo). Eran, hasta el momento, treinta y ocho sesasenios. Cuarenta contando a Paul y Serena. No sabían que aún quedaban dos creyentes por llegar: un hermano de Urbe Occidental; y una dama de Urbe Oriental.


Cuando la curiosidad de Óscar fue satisfecha, Paul pidió a los hermanos más cercanos que extendieran una manta sobre sus cabezas. Así lo hicieron, dejando a los seis a salvo de las cámaras de las cucarachas. Entonces, la segunda y tercera circunferencia de cristianos se dieron automáticamente la vuelta y fijaron sus ojos en el suelo. De esta forma vigilarían una incursión de cualquier cucaracha espía; de las tres del techo o de otras nuevas que pudiesen aparecer.

Serena pidió a las dos parejas de recién llegados que encendieran las pequeñas luces de sus pulseras vitales
. En ese lugar, en lo profundo de la tierra, bajo la débil luz de sus pulseras y amparados por la manta, Paul abrió la Biblia y comenzó a buscar textos. 

La estrategia era muy simple: al encontrar las palabras adecuadas las señalaba con la cucharilla; una vez que las dos parejas y Serena las leían en su mente asentían con un gesto; eso indicaba que podía continuar porque habían retenido la información; entonces buscaba las siguientes palabras en otro versículo o en el mismo; así continuamente, hasta completar las frases. Esto es lo que llamaron hablar con la Biblia. Y de esta forma se expresó Paul:

Abrió en 1 Juan 5:20: Y sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento a fin de que conozcamos al que es verdadero; y nosotros estamos en aquel que es verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna. Marcó las palabras "Y sabemos que".


Después en Salmos 2:2: Se levantan los reyes de la tierra, y los gobernantes traman unidos contra el Señor y contra su Ungido... Ahora marcó el verbo “traman”.

Pensó un momento más para que le llegase la inspiración de un versículo adecuado y cuando lo halló en su memoria buscó en Deuteronomio 27:25: Maldito el que acepte soborno para quitar la vida a un inocente. Y todo el pueblo dirá: Amén.

La frase iba tomando forma.

Y, por último, abrió en su pasaje favorito, Isaías 53, y leyó en el verso 6: Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros.

Para indicar que había concluido el enunciado cerró la Biblia y miró a sus hermanos encogiéndose de hombros para comunicar: “¿Me habéis entendido?". Los cinco asintieron. El mensaje era muy claro: “Y sabemos que - traman - quitar la vida a - todos nosotros”. Eso acabó diciendo Paul, apoyado en su buena esgrima bíblica.

Las dos parejas contuvieron sus reacciones para no ser oídos; pero sí que se llevaron las manos a la cabeza o aferraron firmemente la mano de su pareja. Tramaban acabar con todos ellos. ¿Cómo era esto posible? ¿No deberían ser Los Inconformes de mejor calidad humana si estaban luchando contra el régimen de Los Arcanos? La respuesta era evidente: no se diferenciaban tanto.

Seguían bajo la manta y rodeados por sus compañeros. Se sentían seguros para seguir en aquella comunicación no verbal. Isaac pidió la Biblia y la cucharilla. Muchos versos llegaban a su pensamiento y se dio cuenta de que solo los conocedores de la Escritura podrían hablar con fluidez con esta estrategia. Buscó el Salmo 42, verso 11:

¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!

Isaac preguntaba sobre el por qué. La razón de que quisieran acabar con cuarenta vidas que no suponían una amenaza para Los Inconformes; que estaban allí con actitudes pacíficas.

Serena se encogió de hombros y buscó el Salmo 53. Se lo mostró a Isaac y al resto, marcando con la cucharilla los números de los versículos en lugar de palabras sueltas. Deslizó el extremo del cubierto desde el uno hasta el cuatro.

1 El necio ha dicho en su corazón: No hay Dios.
Se han corrompido, han cometido injusticias abominables;
no hay quien haga el bien.
2 Dios ha mirado desde los cielos sobre los hijos de los hombres
para ver si hay alguno que entienda,
alguno que busque a Dios.
3 Todos se han desviado, a una se han corrompido;
no hay quien haga el bien, no hay ni siquiera uno.
4 ¿No tienen conocimiento los que hacen iniquidad,
que devoran a mi pueblo como si comieran pan,
y no invocan a Dios?



Los cinco señalaron a la Biblia, levantando el dedo pulgar para decir algo así como que “¡qué respuestas tiene Dios en su Palabra para que podamos entender al hombre y el mundo y cuál es la raíz de todos los males!”.

En ese instante, Ágata pidió la Biblia y buscó 1 Tesalonicenses 2:11, y después marcó cinco palabras: así como sabéis de qué manera os exhortábamos, alentábamos e implorábamos a cada uno de vosotros, como un padre lo haría con sus propios hijos... De esta forma concretó más aún la pregunta de su esposo: “cómo podían saber”, con seguridad, que querían “devorarlos”; y “de qué manera” pensaban que los querían matar.

Paul frunció el ceño y se tocó el pelo con nerviosismo, despeinándose en el esfuerzo por encontrar las palabras. Finalmente se rindió. No hallaba la forma de responder a esas dos preguntas con versículos bíblicos. Inmediatamente, asomó la cabeza fuera de la manta y dijo:

-Es hora de cantar un poco al Señor.

Los treinta y cuatro sesasenios se organizaron rápidamente. Escogieron un cántico que todos conocían y vueltos hacia los pastores, sin necesidad ya de cubrirlos con la manta, comenzaron a alabar:

¡Oh pastor, que cuidas tus ovejas!
Hemos vagado por siglos,
en un valle de oscuridad.
Mas tu vara y tu cayado dieron
el valor a nuestro corazón
para continuar...


Isaac y Ágata se sorprendieron, pues todos se habían quitado la mascarilla del oxígeno. Paul les explicó:

-Aunque la colmena es baja en oxígeno, podrán cantar unos minutos sin mascarilla. Solo toserán durante un rato... después.


Cuando el grupo comenzó el cántico Óscar y Noa sintieron como si una bocanada de aire del cielo irrumpiera en la capilla. Los sesasenios cantaban con potencia, armoniosamente, sabiendo que su viaje en pos de la verdad les iba a costar la vida, mas convencidos de que tenían al Señor más cerca que nunca.

¡Oh pastor, ansiamos tu Presencia
que nos ampara del mal!
Aunque sean tantos los demonios
como estrellas en el cielo
más fuerte que todos ellos
es tu amor.



Bajo el cobijo de las voces vigorosas y fervientes Paul pidió a sus nuevos amigos que acercaran aún más las sillas y unieran sus cabezas, formando una circunferencia que, en vista cenital, parecía una corona. El pastor habló muy bajo, pero lo suficientemente fuerte como para hacerse entender:

-El protocolo de Los Inconformes -explicó Paul- es que cuando alguien llega a la colmena debe ser trashumanizado. Solo los ojos mejorados con visión nocturna impiden que enloquezcas, y los pulmones naturales no aguantan el ambiente de la mina más de dos días... En caso de buena salud...

-Por otra parte, lo que comemos es especial; para estómagos de ciborg. Aquí no hay comida normal -añadió Serena.

-De manera que, en cuanto se acaben las reservas de agua, y de botellas de oxígeno, y las pocas viandas que han traído algunos en sus mochilas...

-Moriremos de hambre o de sed o por respirar dióxido de carbono -completó la frase Óscar.

-¡Canallas! ¡Malnacidos! -dijo Isaac, sin poder reprimir la rabia que sentía. Para él aquello era más duro que para el resto ya que había idealizado a Los Inconformes por años, como si fuesen una especie de reserva moral, y por qué no decirlo, espiritual en la Tierra. Estaba equivocado; y Ágata expresó a la perfección lo que en ese segundo pasaba por la cabeza de su esposo:

-¡Son peores que Los Arcanos!


Transcurrieron cuatro días más, hasta que el último sesasenio llegó.

Zacarías Luzón había contado a Paul y Serena, justo después de hackear los crystales de la República Ibérica, que unos pocos miles de mensajes habían salido de un lugar que le fue imposible determinar, el 21 de julio de 2071, para llegar a las láminas de transcato de creyentes sesasenios de diferentes partes del mundo, en muchos idiomas. Pero en la República Ibérica el mensaje se había enviado exactamente a cincuenta y cuatro sesasenios.

De los cincuenta y cuatro receptores ibéricos acudieron a la llamada cuarenta y dos. Sin embargo, nueve sesasenios, simplemente, no se atrevieron a ir al punto de encuentro; la cobardía los atenazó, atándolos a lo conocido; mientras que los tres restantes, hasta completar a los cincuenta y cuatro sesasenios, se habían degradado, con el paso de los años, hasta convertirse en suscriptores más que en cristianos comprometidos. A pesar de figurar en la lista de fieles a los sesenta y seis libros prefirieron seguir suscritos a una iglesia arcana por ondas y al programa Lealtad del gobierno. Estos desertores hicieron lo más vil y rastrero que se pueda imaginar: con tal de ganarse el favor de Los Arcanos, denunciaron ante los inspectores lo que había llegado a sus crystales.

Por esa razón, la duda de Paul y Serena estaba bien fundada: “De los doce que no han llegado, ¿cuántos no han podido? ¿cuántos no han querido? Y ¿Habrá algún Judas entre esos doce?”. La respuesta era: no uno, sino tres. Y seguían con su razonamiento, los pastores de la capilla, “de ser así, si hay un Judas que dé a conocer nuestros planes y la ubicación de la colmena, Los Arcanos podrían tener una idea de qué está pasando entre las filas sesasenias y dónde está la colmena de Los Inconformes, aunque sea de forma aproximada en el mejor de los casos, el de que los traidores no hayan tenido el tiempo suficiente para pasar la ubicación del crystal a sus pulseras”.

Literalmente se sentían entre el Faraón y el Mar Rojo. Sin escapatoria posible.


Una de esas noches, cuando la mayoría dormía, Paul y Serena se confesaron sus inquietudes en el silencio de la capilla:

-¿Deberíamos advertir a los patriarcas de que Los Arcanos pueden aparecer en cualquier momento? -preguntó Serena a Paul en un hilo de voz.

-Creo que no... Que ya lo deben sospechar –dijo Paul en el mismo volumen-. Quizás esta sea la explicación para la reacción tan despiadada de Pirro y Séneca. No son tontos. Pueden suponer, igual que lo hemos hecho nosotros, el riesgo inminente que se cierne sobre la colmena. Hemos puesto en peligro a unos dos mil insurgentes.

-Aunque ¿sabes una cosa, cariño? -agregó Serena, acostada en su litera, junto a su marido y susurrando a su oído-. Quizás... Quizás, ser arrestados por Los Arcanos sería mejor suerte para todos nosotros que morir aquí, a causa de la indiferencia de Los Inconformes, en este ataúd gigante.

-Desde luego... -confirmó Paul-. Solo Dios sabe lo que nos va a pasar... Y en medio de todo esto, Serena, no se nos olvide que la incógnita sigue sin resolverse...

-¿Qué incógnita? -dijo Serena bostezando, casi vencida por el sueño.

- La más importante, nena... -le recordó Paul a Serena, mientras besaba su frente-. Si no mandaron Los Inconformes los primeros mensajes, los del 21 de julio de 2071... Ni lo hizo Zacarías Luzón y mucho menos Los Arcanos... ¿entonces quién envió aquellos textos prohibidos?


CONTINUARÁ.

Juan Carlos P. Valero

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