Vivir bajo la mirada del Cielo |
Ayer iba caminando y lancé un chicle a la basura, solo que no logré que entrara, sino que se quedó en el suelo junto al cubo. Como llevaba un buen ritmo de paseo seguí de largo diez pasos, hasta que tuve que detenerme, dar media vuelta, regresar al contenedor de la basura y echar dentro correctamente el chicle.
Me ha pasado otras veces algo parecido. En otras ocasiones ha sido la voz del Espíritu Santo la que me ha hecho regresar para limpiar la calzada de una basura o para pedir perdón a alguien por no haber sido lo debidamente educado o para colocar bien algo en la iglesia, aunque yo no lo he desordenado. Sin embargo, ayer, lo que me hizo dar media vuelta no fue la voz del Espíritu. Fue, más bien, una conciencia de que mi paseo estaba transcurriendo bajo la mirada del cielo. Quizás la mirada de una multitud de espectadores celestiales que me estaban observando y que sentirían una suerte de decepción al ver cómo yo dejaba mi chicle allí tirado. Algo así como una pobre actuación para un noble de Cristo. Un comportamiento que no es digno de un siervo de Dios.
El texto que me vino fue el de que hay una gran nube de testigos que están contemplando nuestra carrera (Hebreos 12:1-2).
A continuación, me pregunté: ¿Realmente los santos de la antigüedad nos están observando? ¿Los que están en el cielo pueden estar viéndonos? ¿O es simplemente un estímulo para nosotros al sentir que corremos en el mismo estadio en el que ellos compitieron?
Estudiemos el pasaje
Hebreos 12: 1 y 2. “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual, por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.
Dice Mathew Henry, en su comentario al texto: Lo primero que notamos es ese “Por consiguiente”. Es una continuación del capítulo anterior, Hebreos 11, el de los héroes de la fe. Estos testigos de la fe aparecen rodeándonos como una nube. Discuten los autores si, dentro de la metáfora, estas personas figuran aquí simplemente como testimonios de fe o como espectadores literales de nuestra carrera.
¿Qué ocurría en las carreras olímpicas, de donde el autor sagrado ha sacado el símil? Dice J. Brown. “Una multitud casi increíble, procedentes de todos los estados de Grecia y de las comarcas circunvecinas, asistían a estos juegos como espectadores. Los jóvenes más nobles de Grecia actuaban en la competición. En la carrera, se señalaba un determinado trayecto que los candidatos habían de cubrir para adquirir pública fama y al final del trayecto se erigía un tribunal, donde se sentaban los jueces, hombres que en años anteriores habían sido ellos mismos competidores que habían obtenido los honores olímpicos. Los vencedores en la carrera de la mañana no recibían sus premios hasta la tarde, pero después de sus ejercicios se unían al grupo de espectadores y miraban, mientras otros proseguían los mismos arduos trabajos que ellos habían llevado a cabo”.
El paralelismo con la carrera del cristiano es asombroso ya que el tribunal será el de las recompensas de Cristo. Y seremos premiados al mismo tiempo, tanto los de épocas anteriores como los de los últimos tiempos. En ese sentido, sí que habrá una gran nube de testigos que contemplarán cómo somos galardonados de acuerdo a cómo hemos corrido. Quedará patente si el juez (Jesús) está contento con nosotros.
Pero lo más importante para correr bien esta carrera es tener los ojos fijos en Jesús, a quien, el autor sagrado, describe como pionero y perfeccionador de la fe.
Nuestro Salvador, en su propia vida, inició la carrera de la fe y la completó, como vencedor. De la misma forma Él quiere que suceda en nuestras vidas. ¿Qué juez, en cualquier competición, baja de la tribuna y ayuda al deportista a correr la carrera? Solo Jesús, quien quiere que todos seamos vencedores como Él.
El Espíritu animaba y fortalecía a Jesús en el duro y áspero camino a la cruz, poniéndole delante el gozo de la exaltación: el estar sentado a la derecha del trono de Dios, y la satisfacción que había de experimentar al ver el fruto de su aflicción.
También el Espíritu Santo lo quiere hacer en cada hijo de Dios. Aunque sea duro el camino, Él nos anima poniendo delante de nosotros el gozo de la recompensa.
Por su parte, William Barclay, en su comentario al Nuevo Testamento, explica cómo en la vida cristiana tenemos una meta (que lleguemos a la semejanza con Cristo); necesitamos entereza o aguante (la palabra ‘hupomoné’ no se refiere a la paciencia que acepta las circunstancias, sino a la que las domina); en la vida cristiana tenemos una presencia, la presencia de Jesús (es, al mismo tiempo, la meta y el compañero de viaje); y tenemos una inspiración:
estar inmersos en una nube invisible de testigos.
Sobre esta inspiración, el maestro Barclay, entiende que “el cristiano es como un corredor que compite a la vista del público, y esos espectadores son los que han ganado la corona en ocasiones anteriores”. Y cita la obra Tratado acerca de lo sublime, atribuida a Longino, ya que hay una receta para la grandeza en la empresa literaria que podría explicar la inspiración de los cristianos de hoy al saberse corriendo bajo la mirada de los campeones de la fe de ayer. Dice Longino: “Es bueno formar en nuestras almas la pregunta, ¿cómo habría dicho esto Homero? ¿Cómo lo habrían elevado Platón o Demóstenes al nivel de lo sublime? ¿Cómo lo habría incluido Tucídides en su historia? Porque cuando los rostros de estas personas se nos representan, en nuestro deseo de emularlos… iluminan nuestro camino y nos elevan el estándar de perfección que nos hemos imaginado en nuestras mentes. Y aún sería mejor que sugiriéramos a nuestra inteligencia, ¿cómo le sonaría esto a Homero, si estuviera aquí presente, o a Demóstenes? ¿Y cómo habrían reaccionado? Realmente, sería la prueba suprema el imaginar tal tribunal y audiencia para nuestras producciones personales, y, con la imaginación, someter muestras de nuestros escritos al criterio de tales maestros”.
Concluye William Barclay: “Un actor representaría su papel con doble autenticidad si supiera que le está escuchando entre los espectadores un famoso maestro del arte dramático. Un atleta se esforzaría doblemente si supiera que el estadio está lleno de famosos campeones olímpicos que están allí para presenciar su actuación”.
¿Nos miran hombres y mujeres desde el cielo?
Recomiendo el sitio web (y la app) Got Questions, en la que se contesta a multitud de preguntas bíblicas que todos nos hacemos. En esta ocasión podemos echar mano de este artículo: ¿Puede la gente que está en el cielo mirar hacia abajo y vernos, a quienes aún estamos en la tierra?
La respuesta de Got Questions es muy clara y directa: Algunos ven en Hebreos 12:1 la idea de que la gente en el cielo podría mirar hacia abajo y vernos. Los "testigos" son los héroes de la fe mencionados en Hebreos 11, y el hecho de que estemos "rodeados" de ellos lleva a algunos comentaristas a entender que esos héroes (y posiblemente otras personas) nos miran desde el cielo.
Por mucho que nos guste la idea de que estamos siendo observados por nuestros seres queridos que ya han muerto, eso no es lo que Hebreos 12:1 enseña.
La interpretación correcta de Hebreos 12:1 es que los hombres y mujeres que forman la "gran nube de testigos" son testimonios del valor de vivir la vida por la fe. Parafraseando el comienzo de Hebreos 12:1, podríamos decir: "Puesto que tenemos tantos ejemplos probados y verdaderos de fe corramos con paciencia la carrera...". De manera que, no es que la gente está en el cielo mirándonos como si nuestras vidas en la tierra fueran más interesantes que lo del cielo, o como si ellos no tuvieran nada mejor que hacer, sino que los que nos han precedido nos han dado un ejemplo duradero. La historia de sus vidas (Hebreos 11) da testimonio de la fe, de Dios y de la verdad, y es un verdadero estímulo para nosotros. Somos inspirados a permanecer en nuestra propia carrera de la fe con ejemplos como los de Abraham, Moisés, Rahab, Gedeón y tantos otros.
La Biblia no dice específicamente que la gente en el cielo no puede mirarnos, por lo tanto no podemos ser dogmáticos. Dios puede hacer una excepción y dejar que algún ser querido vea algo o que los santos de ayer presencien un hecho puntual. Sin embargo, lo normal es que la gente en el cielo está tan ocupada alabando a Dios y gozando de las glorias del cielo, que realmente no tendrán interés en lo que está sucediendo aquí en la tierra.
Un lenguaje figurado
Entonces, lo del estadio y que estamos siendo observados por una gran nube de testigos es un lenguaje figurado, igual que la expresión de “os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles… a los espíritus de los justos hechos perfectos…” (Hebreos 12:22-23). Literalmente no nos hemos acercado a Sion la celestial o a la Jerusalén de arriba o a los espíritus de los que ya están en el Cielo. Pero en un sentido metafórico sí, porque llegará el día en el que ese será nuestro hogar y ahora el pasaje nos recuerda que somos peregrinos y hacia allá estamos dirigiendo el viaje, como lugar de destino.
Es como una carrera de relevos: tomamos el testigo de manos de otros que han corrido de forma sublime, como los héroes de la fe. No debemos estropear tan magna obra. O como el jugador de un gran equipo, que dice, “estoy jugando en el mismo estadio que Di Stéfano o que Johan Cruiff”. O llevo la misma camiseta, de la Selección Española de Fútbol, la misma que se ciñó Arconada, Butragueño, Raúl o Iniesta. ¡Qué gran honor y qué demanda tan alta!
En conclusión
Todos los hombres de la Biblia y todos los siervos de Dios en la historia han sido imperfectos y han luchado con sus debilidades. Pero su fe en el Señor, así como las consecuencias de esa fe, los convirtieron en grandes personas. ¿Podríamos nosotros entrar a esa lista de campeones de la fe?
Vivir bajo la mirada del Cielo es vivir bajo la mirada de Jesús. Él sí que cruza su mirada con la nuestra.
Por otra parte, llegará un día en el que seamos parte de esta gran nube de testigos. Que tengamos la dignidad para ser contados con aquellos campeones. Dice de ellos: “De los cuales el mundo no era digno” (Hebreos 11:38).
Sigamos el legado que hemos recibido y que sus testimonios de vida y fe nos inspiren.
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