Hay un feliz fin para ti
El happy end, el feliz fin, parece que ya no se lleva. Eso de “fueron felices y comieron perdices”, de los cuentos de antes, ha dejado de ser la regla universal de las historias contadas por los hombres.
Dicen que el happy end es muy infantil; como poco veraz; que hay que evolucionar y escribir libros o hacer películas, en fin, crear historias que estén más de acuerdo con la vida real. La vida sobre la Tierra está inundada de finales tristes, de finales injustos, muchas veces decepcionantes. Y si nos acostumbramos al happy end, al feliz fin, -alegan- luego la realidad nos sorprende, golpeándonos en plena frente.
¿Recuerdas algún final trágico de novela? Por ejemplo, en Cien años de soledad, de Márquez, o Los hijos de Húrin, de Tolkien, por no ir más atrás a los escritos de Shakespeare, o los de la tragedia griega... En el séptimo arte, ¡cuántos salimos del cine decepcionados por el final de La La Land! O el sabor amargo que dejó Juego de Tronos. ¡Qué error, las madres que pusieron por nombre a su hija Daenerys, a mitad de la serie y luego tuvieron que ir al Registro Civil a pedir clemencia y que les permitieran un cambio de nombre!
Antes, cuando leías una novela, escuchabas un cuento o cuando veías una película, parece que todos estábamos psicológicamente preparados para el feliz final, para el happy end; ahora no sabes cómo terminarán las cosas. Te muerdes las uñas diciendo: “Bueno... Veremos en qué acaba esto... Probablemente nos la juegan otra vez con un final de los tristes...”. Pero estamos hablando, por supuesto, de ciencia ficción, de finales de cuento. En la vida real muchos finales son dramáticos. Hace poco fallecía un vecino mío de la infancia y todos los allegados que acudían al funeral decían lo mismo: “¡Qué final más triste!”. ¿Por qué? Porque acabó solo, pues rompió su matrimonio y no se hizo cargo debidamente de sus hijos. Vivía solo, combatiendo con una enfermedad y lo encontraron muerto en su bañera, por un derrame cerebral, después de dos o tres días de no dar señales de vida. Estaba irreconocible. De manera que todos decían lo mismo: “¡Qué final tan triste... Tan solo y tan poco llorado”. Como en muchas películas, en la lápida de este vecino mío de la infancia se podría grabar: The End; Fin.
Ahora bien, en la historia de aquellos que hemos creído en Jesucristo, al final de nuestro paso por la Tierra, no se lee The End, sino To be continued, Continuará. Porque este tiempo corto en el mundo es solo el prólogo, la introducción o un breve capítulo inicial. ¿Qué es este breve peregrinar en comparación con toda la eternidad? Nuestra historia continúa después de la muerte ya que el Salvador nos ha dado eternidad. Ese regalo de que en nuestra lápida no diga “Fin”, sino “Vive para siempre”.
Había, a finales del siglo XIX y principios del XX, una frase que se popularizó: “Un final a lo O’Henri”. Este dicho está basado en el maestro del cuento, William Sydney Porter, conocido como O’Henri, que acostumbró a sus lectores a finales narrativos sorprendentes, como en el bello cuento, El regalo de los Reyes Magos. Siempre había un final inesperado en su obra y, sin embargo, William Sydney Porter tuvo un fin desastroso: acabó en la pobreza, en la soledad y muriendo de cirrosis hepática debido a su alcoholismo. Si William hubiese conocido a tiempo a Jesús, entonces también en su propia vida hubiese protagonizado un “final a lo O’Henry”, sin duda, sorprendente. Eso de que en la recta final de tu existencia cambias, te reconcilias con el Creador, le das tu vida a Jesucristo y ya no vas a pasar la eternidad en el Infierno separado de Dios, sino que vas a pasar la eternidad con Jesús, eso es un final de película.
Para mí, el final más triste de la Biblia es el de Judas. El personaje está marcado por la codicia y lo vemos poco a poco caminando en dirección a su muerte, sin que nadie pueda evitarlo. Judas me recuerda a los personajes de Federico García Lorca, por ejemplo, en Bodas de sangre, obra de teatro basada en el crimen de Níjar, en donde la tragedia es como una sombra que se cierne sobre los protagonistas y acaba envolviéndolo todo. Yo me imagino a Jesús diciéndole a Judas: “Judas, no tiene por qué ser así... Yo te amo. No tienes por qué terminar de esta forma; que seas tú el que me entregue... Otro aparecerá y se cumplirá lo que está escrito”. Pero, al final, Judas abre su corazón al mal y acaba vendiendo a la persona más maravillosa de la Historia, a Dios hecho hombre; lo acaba vendiendo por unas pocas monedas; lo entrega con un beso; y se acaba suicidando. ¡Qué final tan horrible!
El segundo final, para mí, más triste es el del ladrón de la cruz, el que se burló de Jesús. ¿Por qué? Porque tenía a su lado al Salvador y rehúsa la oportunidad de vida eterna. Es más, se burla y parece que se endurece aún más ante el amor que Jesús desplegó en la cruz. También en ese madero sobre la cabeza de aquel desdichado se podría clavar un cartel: The End; Fin; y un fin oscuro.
En cambio, piensa en el otro ladrón, aquél que eligió To be continued; eligió continuar y que no fuese la cruz su final. ¿Qué hizo? Solamente creyó en Jesucristo, se arrepintió, y el Señor le dice: “Hoy, de cierto te digo, que estarás conmigo en el Paraíso”. De manera que, morir asfixiado, con las piernas partidas, en un intenso dolor, en aquella cruz vergonzosa, no fue su final. Sí, para su cuerpo. Mas, en cuanto al alma, durmió y despertó con Jesús en el Cielo. Porque, para los que estamos en Cristo, morir es simplemente cerrar los ojos, dormir y despertar en el Paraíso que Jesús le regala.
Pedro acabó su historia muy diferente a Judas. Pudo haber tenido un final terrible, como Judas. Negó al Señor, maldijo, le venció el temor... ¿No fue terrible, lo que hizo Pedro? Pero Jesús luchó por darle un feliz fin. Lo buscó en la playa de su fracaso, y le llevó amor y perdón restaurador.
Estoy convencido de que, para cada uno de nosotros, igualmente, Dios mismo está luchando para darnos un final digno; o, simplemente, que se pueda decir de nosotros: To be continued. “No terminas hijo mío, hija mía... Tú tienes vida para siempre”. Alguien puede pensar: “Juan Carlos, pero Pedro murió crucificado boca abajo. ¿Qué forma de terminar en la Tierra es esa?”. Sin embargo, te contestaré, que la Muerte -ese otro personaje al que muchos le tienen pavor- la Muerte no tiene la pluma que pone el punto y final en la vida de ningún hijo de Dios. Puedes morir en enfermedad, en una tortura como Pedro o en una cárcel, y nunca será tu final, sino la antesala de una fiesta en el cielo, cuando Jesús te reciba como vencedor y te diga: “Hijo mío, hija mía, para tu paz y para tu dicha, ya no habrá fin”.
En Mateo, capítulo 27 y 28, leemos que el final de Jesús tampoco fue la cruz o el sepulcro. El final de Jesús fue la luz, la vida, la resurrección. Él se aparece a las mujeres que le vienen a buscar en el huerto de José de Arimatea y les dice, “Salve”. Y ellas se acercan, besan sus pies, lo abrazan, lo adoran. Y Jesús añade: “No temáis, id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán”. ¿Cómo iba a saber, el Reino de las Tinieblas, que la cruz no era el fin para el Hijo de Dios? ¡Todo lo contrario! ¡La cruz fue donde se escribe el final para el Reino de las Tinieblas! Porque allí, dice Colosenses 2:14-15, muriendo en la cruz, venció al pecado y derrotó a los principados y a las potestades.
La muerte de Jesús fue, sin duda, triste, oscura; parecía que Jesús acababa su paso por la tierra derrotado. Pero, realmente, Él le puso fin al pecado, ya que ahora, desde que Jesús murió en la cruz del Calvario, hay perdón de pecados, hay vida eterna y hay salvación. Además, al tercer día resucitó y cuarenta días después, ante los ojos de más de quinientas personas, ascendió a la diestra del Padre. Él está vivo. La tumba no fue el final; por el contrario, supuso el comienzo de la salvación, de la era de la gracia y de la restauración de todas las cosas.
Por otra parte, en Mateo 28:20, está implícito -para pesar del enemigo de Dios- que la historia de la maldad sobre la Tierra tendrá un final: “... y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. El desenlace de la gran historia del Hombre sobre el Planeta Tierra ya está anunciado en la Biblia: todo va a pasar; los reinos del mundo van a pasar; el Reino de las Tinieblas desaparecerá en un fuego eterno; el mundo, tal y como lo conocemos hoy, pasará también; y nosotros podemos tener la seguridad de que Jesús estará con nosotros todos los días de nuestra vida hasta que vayamos al cielo y, mientras que exista un hijo de Dios sobre la tierra, Él estará cuidando a su pueblo; él estará con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. El fin del mundo sólo será el final de la maldad, el final de esta historia que comenzó con el pecado de Adán y que terminará en un juicio: el Juicio Final. Pero, entonces, comenzará la eternidad donde ya no habrá muerte, dolor, angustia... La paz y felicidad no tendrán fin.
Podemos concluir este soliloquio afirmando que no solamente Jesús tuvo un feliz final, lo que es más grandioso aún, Él nos quiere dar a cada uno de nosotros el happy end que toda persona naturalmente anhela. No un final triste, desgraciado, como el de Judas, como el del ladrón de la cruz que se burló de Jesús, no un final de pesadilla, sino un final de victoria, lleno de esperanza, honorable y digno. Porque por su resurrección, por su victoria en la cruz del Calvario, tenemos victoria y resurrección todos los que creemos. Así lo dice en Juan capítulo 6, versículos 38 al 40: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que Él me ha dado yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el día final”.
Él nos ama. Él te ama. Jesús muere, da su vida en la cruz y resucita al tercer día para que tú también tengas resurrección y vida eterna, y para que aquí, en tu paso por este mundo, tu vida esté llena del amor de Dios, de la fuerza de su Espíritu, y sea un paso que deja huella en un sentido positivo, que sirve para la gloria de Dios y para bendición de los demás.
Cree en Jesús, por favor, recibe este regalo. Sí que puedes tener un feliz fin, un happy end, en tu propia historia. Míralo a Él. Pon tu fe en Él. Te quiero ayudar invitándote a hacer esta sencilla oración: Señor Jesús, hoy pongo en ti mi confianza. Perdona mis pecados. Yo te necesito y por la fe recibo tu amor y tu perdón. Gracias por morir en esa cruz en mi lugar. Gracias por el perdón de mis pecados. Reina en mi corazón y quiero vivir contigo para siempre. En el nombre de Jesús, amén.
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