Soliloquios #39

Cambio de perspectiva


 Urge un cambio de perspectiva 

Lo llamaban El Gigante. Un bloque de mármol que pesaba más de cinco toneladas, sacado de las canteras de Carrara, Italia, cerca de Florencia. Fue transportado a Florencia a finales del siglo XV. Medía casi 6 metros. Ningún escultor se atrevía a esculpir en El gigante, de manera que se le propuso a Leonardo da Vinci trabajar con el bloque de mármol, pero prefirió dejarlo así como estaba y optar por otras obras. Fue Michelangelo, el arquitecto, pintor y, por supuesto, escultor, Michelangelo Buonarrotimás conocido como Miguel Ángel, quien vio en esa gran piedra al joven David. El mármol llevaba algo más de treinta años en los almacenes del Museo de la Ópera del Duomo, esperando la mano del artista. 


Miguel Ángel, entre 1501 y el 1504, esculpió a David como parte de una colección de esculturas del Antiguo Testamento. Esa es la más famosa y un distintivo de Florencia. Aquel David adolescente, que iba a enfrentarse a Goliat en duelo, hecho de mármol con esa gran pieza, es hoy una obra de valor incalculable; pesa 5,5 toneladas y mide unos 4 metros de altura. 


En la historia del David de Miguel Ángel hubo un momento muy interesante, cuando una autoridad (creo que era el alcalde de Florencia) se paró ante la obra para admirarla. Quitaron la manta que cubría la estatua y emergió, imponente, el David, hermoso, brillante y tan bien acabado por el escultor. Sin embargo, este político se quedó allí, delante de aquel gigante de cuatro metros y, a pesar del asombro, le dice a Miguel Ángel: “La nariz es demasiado grande”. El artista, extrañado, le contesta: “No. Yo creo que está proporcionada; que es un David elegante”. El político insistió: “Opino que es una nariz muy grande. No quiero que piensen que todos los italianos tenemos la napia así... Tienes que hacer esa nariz más pequeña”. 


Miguel Ángel, después del esfuerzo de años, no estaba dispuesto a cambiar nada, pero la autoridad mandaba. De manera que, en medio de la discusión, tuvo la brillante idea de agarrar un puñado de polvo de mármol, guardarlo en el bolsillo de su delantal, colocar la escalera frente a la escultura y ascender hasta la altura de la cabeza. Entonces, con mucha calma, fingió estar corrigiendo la nariz y al mismo tiempo iba soltando el polvo de mármol. El alcalde contemplaba el trabajo con sospecha, pero quedó tranquilo porque había caído polvo, por lo tanto, supuso que el maestro había achicado la nariz. 


¿Que hizo entonces, el sabio Miguel Ángel? Al bajar echó el brazo por encima del alcalde y le dijo: “Mire usted, dé unos pasitos para atrás... Mire, ¿se da cuenta de que la nariz está perfecta?”. “¡Es verdad!”, contestó el político. “¿Ves cómo tenía razón? Ahora la nariz está en su proporción adecuada”.  


Lo que necesitó, sin duda, aquel alcalde, no era un cambio de nariz; lo que necesitaba era un cambio de perspectiva. Y eso es lo que muchas veces necesitamos nosotros también. 


¿A qué me refiero? A que no siempre las circunstancias con las que nos topamos van a cambiar. A menudo, el gigante sigue igual, allí parado, ante nosotros. Y el milagro no será tanto un cambio de nariz, sino dar unos pasitos para atrás y verlo desde otra perspectiva. En este caso, el que nos quiere echar el brazo por encima del hombro es otro artista: el Espíritu Santo. Él quiere entrenar nuestra visión para que veamos desde la perspectiva de la fe y del amor. David veía al gigante, igual que los otros hombres de Israel. No estaba ciego. La única diferencia es que aquel adolescente, ungido meses atrás por Samuel y que había desarrollado una amistad con el Espíritu Santo, se paró ante Goliat contemplándolo desde otro ángulo: encaramado a la gracia y sobre los hombros del Dios de los ejércitos de Israel, el Gigante de los gigantes (1 Samuel 17:41-47). 


La visión de la fe nos dice: “¡Claro que sí! A pesar de que tú no puedes contra ese Goliat, tu Dios sí que puede. No es tuya, la batalla; es del Señor”. Quizás no va a cambiar, de la noche a la mañana, tu cónyuge, tu situación económica, la rebeldía de tu hijo o el estado de tu salud. No obstante, encararlo con la valentía del Espíritu y con la confianza que te da el saber Quién está de tu lado es el comienzo del milagro; y, al final, la victoria será tan sobresaliente que muchos sabrán que hay Dios en Israel.  

Es maravilloso dejar que el Espíritu Santo nos haga ese cambio de perspectiva. Pero Jesús trajo otro cambio de enfoque, en cuanto al amor y al servicio. 


Los cambios de perspectiva de Jesús 

Muchas veces, nosotros no necesitamos algo nuevo, sino un cambio de visión. Y ¿sabes? Jesús es un experto en enseñarnos a través de cambios en la perspectiva.  


El cambio de perspectiva del amor 

Hubo un momento, cuando Jesús estaba discutiendo con algunos estudiosos de la ley, fariseos y saduceos, y les pregunta: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” (Lucas 10:26-37). Ellos contestan: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús les dice: “Bien has respondido; haz esto, y vivirás”. Y uno de ellos, queriendo justificarse, pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”. Una forma de excusarse en cuanto a quién tenía que amar. 


Era como preguntar: “¿Todo el mundo es mi prójimo? ¿También los romanos, que nos están haciendo la vida imposible? ¿También los samaritanos, que dicen que tenemos que adorar de otra forma y en otro lugar, y que están mezclados con los gentiles? ¿Quién es nuestro prójimo? ¿A quién tenemos que amar realmente? 

Entonces, Jesús les cuenta una historia: Un hombre que iba camino a Jericó por una vía peligrosa y le asaltan, le roban, lo dejan apaleado y medio muerto. Pasó un judío de judíos, un sacerdote, y esquivó lo que parecía un cadáver, para no hacerse impuro. Un levita, que iba muy atareado, también pasó y echó por otro lado, porque llegaba tarde. O, quizás, tenía miedo de que le pudiesen asaltar. Y llegó un paria, un samaritano; se compadece; le cura las heridas; le venda las heridas; lo monta en la cabalgadura; lo lleva a un mesón donde es tratado, etc. Jesús les cuenta la historia que ya conocéis. En ese instante, Jesús les devuelve la pregunta: ¿Quién, de los tres, piensas tú que fue el prójimo? (Lucas 10:25-37). 


¿Qué clase de pregunta era aquella? Lo que esperaban, por el contexto de la conversación, era otro enfoque: ¿Sabéis de que nacionalidad era el que estaba medio muerto en el camino? ¿Imagináis de qué religión o grupo social era aquel pobre desdichado? De esta forma, los fariseos y saduceos hubiesen mirado al que estaba caído desde arriba, para deliberar si era o no un prójimo que mereciera su amor y compasión. ¿Te das cuenta? Hubiese colocado a los religiosos en la posición de salvadores y héroes. Sin embargo, aquella pregunta los ubica en el lugar del herido y atracado; ellos tienen que preguntarse, desde la visión del que necesita ayuda, ¿quién es el hombre que se podrá apiadar de mí? De manera que se deben identificar, no con el que da, sino con el que recibe; no con el salvador, sino con el que precisa salvación; no con el que puede ayudar, sino con el que está necesitando ayuda. 


Es un cambio de perspectiva, porque cambia el ángulo de visión; de a quién tenía que amar él, a reflexionar en la cuestión inversa: “¿Quién te gustaría que te amase? Si tú estuvieses en el lugar del apaleado, del que ha sido robado, ¿quién te gustaría que te atendiera y te amara?”. Entonces, en vez de poner al fariseo en la posición del que da (porque tiene para dar, para ayudar) lo pone en la perspectiva del que está en el camino medio muerto, expoliado, solo y sin esperanza… Es un cambio de foco. “¿Quién fue el prójimo?”, preguntó Jesús. Y, dice el fariseo, “evidentemente el samaritano”. “Pues ya sabes... Ve tú y haz lo mismo”. O, dicho de otra forma: “¿Verdad que cuando estás muy necesitado no te importa quién te ayude? ¿Quién te ame? ¿Y lo que quieres es que cualquiera te ayude?... Pues tú ama a todos y permanece dispuesto a ayudar a cualquier persona, sin pedirle el pasaporte, sin pedirle el status legal, o el carnet de vacunación o la membresía de iglesia o el diploma de estudios... Cualquiera puede ser tu prójimo”. 


Es un cambio de perspectiva brillante, magistral. Y necesitamos ver a nuestros congéneres así. Todos son nuestro prójimo. A todos debemos amar. Y me gustaría que cualquier persona que pase cerca de mi necesidad o de la necesidad de un hijo mío nos ayudase. Aunque sea de una ideología diferente, de un color de piel distinto, de un trasfondo lejano, o de dudosa convicción sobre vacunarse o no... Todas esas barreras caen, deshechas por la fuerza del amor; amor que nos enseñó Jesús a prodigarnos unos a otros. “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. Romanos 13:8. 


El cambio de perspectiva del servicio 

Otro momento en el que Jesús llevó a cabo un cambio de perspectiva fue el día en el que dejó el aposento alto, después de la cena y salió para algún lugar donde se quitó el manto, tomó la toalla y regresó ceñido como cualquier siervo, como un vulgar criado.  


“¿Qué vas a hacer, Señor? ¿Qué vas a hacer? ¡Para, para, para, para! ¡Esto es completamente innecesario” ... Parece que oigo a los discípulos diciendo cosas semejantes a estas. “¡Dejadme, dejadme!”, contesta el Maestro; y empezó a lavarles los pies uno a uno. Mas, cuando llegó a Pedro, este dice: “No, no, no, Señor. Debe ser a la inversa. Tú tienes que estar arriba y yo tengo que estar abajo. Yo, en todo caso, te tengo que lavar a ti, y no tú a mí”. Porque Pedro estaba reclinado, mientras que Jesús, más bajo, lavaba sus pies. 


“Déjame que te haga. Si no te hago así, no tienes parte en mi reino... Tienes que verme así. Yo no soy, solamente, el Señor y el Rey, sino que soy el Siervo de los siervos”, responde Jesús. ¿Qué les estaba enseñando? Soy el que lava vuestros pies. El que me voy a humillar hasta lo sumo. Es necesario que me veáis desde esta perspectiva. Esto os va a cambiar la vida. ¿Sabéis lo que os he hecho? Si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también debéis lavaros los pies los unos a otros. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las practicáis (Juan 13:1-17). 


Nunca se les olvidaría aquel día cuando lo vieron allí, a sus pies, lavándoles, considerándolos como más importantes que Él mismo. Era lógico y, hasta cierto punto podían esperar, que en una velada como aquella acabase en lavarle los pies al Maestro y, humillados ante el Rey, protagonizar lo que sería un anticipo de la adoración que darían a Cristo en el Cielo, cuando estuviese sentado a la diestra del Padre. La visión de ellos abajo y el Señor arriba los hubiese dejado mucho más tranquilos que aquella otra: Jesús por abajo, limpiando su suciedad, y ellos más altos. ¿Qué significaba este cambio de perspectiva? Que en el reino debemos ver a los demás como superiores y entender que el grande es el que sirve (Mateo 20:26). 


“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”. Filipenses 2:3. 


Pidámosle a Jesús, el Gran Escultor, que nos eche el brazo por encima del hombro y nos ayude a ver las cosas desde su punto de vista. Ese cambio de perspectiva, literalmente, nos puede salvar la vida. 

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