Covid-19: Tres consejos para orar |
Tres consejos para orar si estás con coronavirus
A estas alturas de la pandemia, muchos hemos pasado por uno o varios contagios de COVID-19 o hemos tenido algún ser querido enfermo de coronavirus. De hecho, y tristemente, algunos ya no están entre nosotros para contarlo.
En este soliloquio os quiero compartir mi postura de fe frente a esta pandemia y cómo he orado cuando estuve cincuenta y dos días postrado en cama, muy afectado por el virus, y cómo sigo intercediendo por mis seres queridos o amigos cuando me dicen que han dado positivo.
Y es que nuestra forma de entender una prueba, enfermedad o cualquier padecimiento determina, en buena medida, cómo venimos ante el Señor para clamar por victoria.
¿Cuál es mi convicción acerca de este virus?
Quizás no estás de acuerdo conmigo, pero con toda humildad y respeto te abro mi corazón. Creo que este virus se ha escapado de un laboratorio adrede o por accidente, y estoy convencido de que era un arma forjada por la maldad del hombre para poner en jaque la salud de un potencial enemigo. Es altamente contagioso, muta fácilmente, está modificado para afectar a unos y hacer de otros súper contagiadores. A diferencia de otras pandemias, en esta de la COVID-19, hay mucha opacidad en el origen por un gobierno dictatorial que ha perseguido o silenciado las voces que han alertado de lo que venía contra la humanidad.
En mi caso, como en el de muchos otros, desde el primer momento tuve en mis labios Isaías 54:17: “Ningún arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se alce contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos del Señor, y su justificación viene de mí —declara el Señor”. Y ha resonado en mi corazón la composición de Elevation Worship, Ver la victoria, que comienza citando el verso: “No prosperará el arma forjada”. Y continúa con palabras de fe como éstas: “La oscuridad no prevalecerá” y “Todo lo que viene del enemigo lo transformas para bien”. Esta canción no sólo ha sido un consuelo, también una espada espiritual que he usado como el “Escrito está” del enfrentamiento de Jesús con Satanás.
Mi seguridad de que el virus es producto de la maldad del hombre y de que era un arma forjada para enfermar, destruir economías, atemorizar y finalmente matar, me ha llevado a luchar en oración contra la enfermedad, resistiendo el desánimo, la ansiedad o el miedo. Sin dejar de confiar en que por encima de todo está la soberanía de Dios para, entre otras cosas, sacar provecho de la pandemia y tratar con el hombre; con sus hijos y los que aún no lo son.
Por cierto, voces proféticas, como la de mi pastor, venían anunciando que se acercaba una conmoción mundial, un evento que provocaría quebrantamiento. Y eso también me confortó: si Dios lo anuncia es para que estemos prevenidos y para que recordemos que, así como en el Diluvio, Él sigue sentado en el trono, dando fuerza y paz a su pueblo.
Salmo 29: 10 y 11: “El Señor se sentó como Rey cuando el diluvio; sí, como Rey se sienta el Señor para siempre. El Señor dará fuerza a su pueblo; el Señor bendecirá a su pueblo con paz”.
¿De qué forma orar frente al coronavirus?
Y aquí van mis consejos para orar por nuestra sanidad y restauración -o la de nuestros seres queridos- si estamos afectados por el coronavirus. Al orar con la Palabra estamos haciendo un buen uso del escudo de la fe y de la espada del Espíritu (Efesios 6:16-17).
1) “Esta es la herencia de los siervos del Señor” (Isaías 54:17):
He usado Isaías 54:17 con el entendimiento de que esta es mi herencia como hijo y siervo de Dios: “Ningún arma forjada prosperará contra mí”.
En estos días, intercediendo por mi hermana, mi cuñado y sus hijas, que han dado positivo, he orado de la misma forma: “Que el virus -un arma forjada- no prospere; que no cumpla su finalidad de dañar o destruir; porque son tus siervos y el arma no tiene poder ni derecho legal contra ellos”.
Aunque sea una herencia entregada por amor, por la gracia de Dios, sin embargo, hay que reclamarla. Recordemos a los dos hijos de la parábola del pródigo. Uno cobró su herencia, aunque le dio un mal uso. El mayor, en cambio, no supo siquiera pedir un cabrito para invitar a sus amigos, y el padre le tuvo que recordar: “Hijo mío, todo lo mío es tuyo” (Lucas 15:31). O, dicho de otra forma: “Podrías haber hecho un buen uso de tu herencia”.
De aquí aprendo que la herencia hay que tomarla y aprovecharla. Isaías 54:17 es un escudo protector que nos ha sido dado. Ningún arma forjada o, más concretamente, este arma forjada no va a prosperar en nuestra casa. Tomemos con confianza la provisión hecha en el Cordero de Dios, que es Jesucristo, y que fue sacrificado por el Padre para nuestra bendición, sanidad, libertad, victoria, protección de toda maldición, etcétera.
Además, como la viuda con el juez injusto, he aprendido a pedir: “Hazme justicia frente a mi adversario” (Lucas 18:3). En términos legales, Isaías 54:17 dice, “y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio”. Y al final del verso se puede leer: “Esta es la herencia de los siervos del Señor y su justicia de por mí, dijo el Señor”. Nos ha sido dada justicia como protección y defensa legal. Aquí tenemos otra parte de la armadura de Efesios 6 la justicia de Cristo (Ef. 6:14).
Nuestro adversario quiere matar, robar y destruir, pero Jesús vino a darnos vida y vida en abundancia (Juan 10:10). Pedir justicia como la viuda de Lucas 18:3 es reclamar nuestra defensa y protección legal. Incluso, pedir restitución de lo que nos ha sido robado. La restauración de la salud, del tiempo, de la economía, de la dicha y demás bienes dañados. Presentemos la batalla de fe sin desmayar, sabiendo cuál es nuestra herencia y la justicia ganada por Cristo. Él es nuestro Abogado defensor que pelea por tu causa y mi causa.
2) Aunque nos muerda, no nos hará daño (Hechos 28:3-10):
Otra porción bíblica que me ayuda en esta lucha contra la pandemia es la historia que hallamos en Hechos 28, cuando Pablo fue mordido en Malta por una serpiente venenosa y todos esperaban que de un momento a otro muriese. Pablo se sacudió la serpiente y siguió sirviendo a los demás. De hecho, me encanta ver al apóstol recogiendo brazadas de leña para avivar el fuego, siempre dispuesto a ayudar y sin dárselas de salvador o iluminado. Aunque, realmente, su intercesión y consejo fue crucial para que nadie falleciera en el naufragio.
Después de la picadura del áspid no murió, sino que el incidente -o, mejor dicho, accidente- sirvió para que se abriese una puerta: predicar el Evangelio en la isla con demostración de poder, pues Dios hizo milagros en muchas vidas.
Y aplico… No debemos paralizar nuestra vida por la pandemia. Con cautela y observando todas las medidas que se nos recomienden, hemos de seguir sirviendo y trabajando, cada cual en nuestro lugar asignado. Podemos ser picados por la serpiente -es decir, el virus-, pero no nos acabará venciendo. Salvo que Dios quiera llevarnos a casa, allá en el Cielo, a través de esta enfermedad. En definitiva, me sacudo la serpiente, en el nombre de Jesús, y ruego que su veneno no me dañe. Por el contrario, que solo sirva para activar mi sistema inmunológico y para que alguna puerta se abra, de manera que pueda llevar la luz del Evangelio al hospital o a familiares o a quien esté cerca mío.
Visto así, cualquier contratiempo se acaba convirtiendo en una nueva oportunidad para hacer avanzar el Reino de Dios. Descubrimos ahora la parte superior e inferior del pertrecho del soldado: el yelmo de la salvación y el calzado del apresto del Evangelio de la paz (Efesios 6:15 y 17). Todo lo que me pasa debe contribuir a que la salvación de Cristo alcance a otros. Todos mis caminos, son supeditados a la misión de anunciar el Evangelio de la paz. Hoy mismo lo he experimentado en dos vicisitudes. Se me quedó el vehículo averiado en carretera: pues el viaje, con el chófer de la grúa, fue para una amena conversación en la que le prediqué del amor de Cristo. Y llevé a un compañero a urgencias, por cálculos en el riñón: la espera sirvió para escribir este soliloquio. Así con todo en mi vida, que se transforme en bendición lo que parece una maldición, al sacudirme la serpiente y enfocarme en servir a Dios y a los demás.
3) “Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no falle” (Lucas 22:31-32):
Más allá de nuestra propia intercesión está la de Cristo. El Padre siempre oye la oración de su Hijo. Estas palabras, dirigidas a Pedro, son una gran fuente de estímulo y seguridad para todos.
“Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. Lucas 22:31-32.
En lugar de orar para impedir el zarandeo, Jesús oró para que el zarandeo cumpliese su propósito: fortalecer la fe, quitar la paja de la vida de los discípulos y que regresasen, tras el quebrantamiento, con la capacidad de fortalecer a otros.
En nuestro caso, el zarandeo ha sido global y, es probable, que la oración de Jesús se haya parecido a la que hizo por sus discípulos. Que nuestra fe no falle; que aumente nuestra dependencia del Señor; que nos hagamos más sensibles a la necesidad y debilidad de otros; y que podamos salir de esta prueba más limpios y más capaces de ser trigo que bendice a otros.
Bien haríamos en orar en acuerdo con la intercesión de Cristo: “Señor, gracias por este zarandeo. Gracias por estar pendiente de nuestra necesidad y por sostener nuestra fe. Ayúdame a no fallar y a conocerte más a través de esta pandemia. Quita de mí todo lo que sea paja y que pueda fortalecer a los demás. En tu nombre, Jesús. Amén”.
Comentarios
Publicar un comentario