Cuento: ¿No os importa?

Cuento ¿No os importa?

En esta semana he querido compartir una adaptación que he hecho de un cuento, Sacrificio de amor, que nos recuerda por qué debemos adorar a Jesús y darle gracias. Yo lo he titulado, ¿No os importa? Al terminar de leerlo entenderás la trascendencia de esta pregunta. 


Cuento: ¿No os importa? 

La jornada de trabajo había terminado. De vuelta a casa, escuchó por la radio que una terrible epidemia había empezado a desarrollarse en un pueblo de la India. No le dio mucha importancia. Sin embargo, en pocos días leyó en los periódicos que millones de personas fallecieron, y el mal ya se estaba extendiendo por países vecinos, como Pakistán, Afganistán e Irán.   
   
Personal de la OMS viajó de inmediato a la India para investigar la epidemia, que ya era conocida como la "influencia misteriosa". Pronto, ante los informes demoledores de los expertos, los países europeos decidieron cerrar sus fronteras y cancelar todos los vuelos con destino a Pakistán, India u otro país donde la enfermedad hubiera brotado. Fue demasiado tarde. Las noticias informaron de que una mujer había fallecido por el virus en un hospital francés. Dos meses después, la incurable enfermedad arrasó casi toda Europa y empezó a ocasionar estragos en Estados Unidos, país que de inmediato cerró sus fronteras y canceló todos los vuelos internacionales.   
   
El mundo entero entró en pánico y el virus rápidamente invadió el planeta. Era una gravísima pandemia. Al pasar el año todos los seres humanos se habían contagiado, aunque, por alguna razón que no se sabía explicar, unos morían en pocas horas y otros lentamente.    


En su barrio, los vecinos también estaban angustiados porque, antes o después, iban a morir, ya que el contagio no distinguía sexo, raza o edad. Organizaron cadenas de oración en iglesias de todo el mundo y de todas las religiones. Rogaban al Cielo que los científicos encontraran el antídoto. Pero nada, a pesar de trabajar sin descanso, todo el esfuerzo era en vano. 


Finalmente, un grupo de expertos logró descubrir puntos débiles en el código ADN del virus, lo que era el primer paso para preparar la cura. Además, se requería la sangre de alguna persona que se mostrase inmune a la rara enfermedad, a pesar de estar contagiada, por lo que se pidió a todos los ciudadanos del planeta que, poco a poco, según el orden que marcaban las autoridades, se dirigieran a los centros sanitarios para hacerles un examen de sangre.   
   
Él también fue al hospital con su familia, de los primeros de su ciudad, y preguntándose si lo que estaba pasando no sería realmente el fin del mundo. Tras sacarles sangre y esperar un par de horas la puerta de la sala se abrió y un médico salió gritando el nombre que estaba leyendo en su cuaderno. Él solo pudo responder: “¿Qué?”. El doctor volvió a gritar el mismo nombre. El más pequeño de sus hijos, que estaba a su lado, agarró a su padre por la chaqueta y exclamó: “¡Papá, ese es mi nombre!”. Antes de que tuviera tiempo para reaccionar, las enfermeras, con su esposa, estaban llevando a su hijo hacia adentro. Mientras, el facultativo le explicaba que la sangre del niño era limpia: “Sangre pura. El virus no afecta a su hijo. No obstante, queremos comprobarlo mejor”. 
   
Pasaron cincuenta largos minutos y los doctores salieron nuevamente. Uno de ellos, el que parecía mayor, se acercó y le agradeció la espera. Efectivamente, la sangre de su niño estaba limpia: “Es el único ser humano encontrado hasta la fecha que no está afectado. Por lo tanto, su sangre es perfecta para elaborar el antídoto y erradicar la influencia misteriosa”. Sin embargo, al doctor se le ensombreció el rostro cuando le pidió a él y a su esposa la firma para autorizar que se utilizara la sangre del pequeño. Al leer el documento, se dieron cuenta de que había un elevado riesgo de que su hijo falleciese por la donación. Levantaron los ojos y le preguntaron al doctor que cuanta sangre iba a necesitar. La voz del profesional se apagó aún más y contestó: “No pensábamos que sería un niño… Son pruebas muy complejas, así que la necesitaremos casi toda”. 


No lo podían creer. Él trató de contestar: "Pero... Pero...". El doctor insistió: “Usted no lo alcanza a comprender... Estamos hablando de todo el mundo… Su hijo es la salvación de todo el mundo. Por favor, piénselo un par de horas más, si lo necesitan, pero a cada minuto que pasa se acumulan los cadáveres por cientos". 


En silencio, y sin poder sentir los dedos que sostenían la pluma, firmaron. 


Entonces, preguntaron si podían pasar un momento para estar con su niño antes de que comenzara la operación. Caminaron hacia el quirófano, donde su hijo estaba sentado en la cama. El pequeño preguntó qué estaba pasando. Tomaron su mano y le dijeron que papá y mamá lo amaban más que a nada y que no se preocupase; que todo iba a salir bien. A pesar de que, realmente, existía una alta probabilidad de que no aceptase la transfusión de nueva sangre: por ser tan pequeño y, además, por tener que recibir una sangre que estaba contaminada con el maldito virus. 


El doctor regresó y les dijo que era hora de empezar ya que gente en todo lugar estaba muriendo, también en ese mismo hospital.    

 
Se alejaron, dándole la espalda a su hijo, mientras el niño susurraba: “Papá, Mamá... Volved pronto…”.  


El antídoto fue preparado con la sangre del pequeño. La Humanidad podría salvarse milagrosamente. Y la noticia no tardó en recorrer toda la Tierra. En muchas calles, casas, comercios o centros hospitalarios hubo personas que celebraron el hallazgo de la cura. Pero, después de dos días en cuidados intensivos, inconsciente, el niño falleció.  

A la semana siguiente, durante la ceremonia para honrar a su hijo, él observó que habían llegado solo un centenar de personas a estar con ellos; muchos otros prefirieron quedarse descansando, pues el funeral cayó en domingo por la mañana; otros escogieron ir de pesca o ver un partido de fútbol; y entre los que llegaron, hubo alguno que fingió que aquello le importaba, aunque en el fondo estaba simplemente cumpliendo.   

Entonces, él quiso levantarse y gritar: “¡Mi hijo murió por todos vosotros! ¿Es qué no os importa?”.   


Tal vez, eso es lo que Dios, el Padre, querría gritar también al mundo:   

“Mi hijo murió por todos. ¿No os importa? ¿No os dais cuenta de cuánto os amo?”.   
   
“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. 1 Juan 4:9-10.  


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