Cuento: Y volver a empezar

Cuento Y volver a empezar


Cuento: Y volver a empezar

–¿Me dejas que te cuente una historia que conozco? Trata de dos hermanas que tan solo se llevaban un año. La menor era muy parecida a su hermana en apariencia: de cabello moreno; ojos grandes, negros e inquietos, que devoraban su mundo; nariz respingona; y, a sus doce años, brackets en una boca reducida al mínimo, en proporción a los ojos. Susana y Laura Elena no pasaban inadvertidas. Su estatura y delgadez las hacía foco de atención en el instituto, en la calle, en el centro comercial o en una reunión con primos; primos que no habían heredado la talla de los bisabuelos ingleses. Sin embargo, el gran parecido físico de las hermanas contrastaba con la distancia de sus caracteres. La menor era un nervio. Estudiaba, limpiaba la casa o cocinaba con energía contagiosa. Además, se mostraba segura de sí misma, jovial y siempre accesible a cualquiera. La mayor, por el contrario, era tímida e insegura, aunque muy trabajadora y con un gran mundo interior. Ese año, en el que pasaron del colegio al instituto, se produjo un cambio en la relación entre ambas. Sus padres observaron la situación preocupados, pero se tranquilizaban el uno al otro achacándolo a cosas de la adolescencia. Mientras que la menor, Laura Elena, hacía amigos con facilidad y se adaptaba al nuevo centro sin esfuerzo, Susana, la hermana mayor, luchaba cada día para integrarse con los compañeros y le costaba horrores actuar con naturalidad en el aula. Peor en los tiempos de recreo: solía almorzar sola en un banco, escribiendo en su libreta para fingir que hacía algo interesante. Al final del primer año, Susana pudo encajar con otra compañera bajita y corpulenta, gran estudiante, pero un tanto odiosa. Las apodaron ‘El punto y la i’. Y aquí comienzan los problemas de Susana… En lugar de ser ella misma y dedicarse a vivir su vida, a protagonizar su propia historia, estuvo tan pendiente de Laura Elena, y tan enfocada en cada logro de su hermana, que equivocó completamente su propio camino. A los dieciocho años podía haber sido la novia de Víctor, pero lo trató con desdén. Pensaba que Víctor se interesaba en ella para acercarse a Laura Elena. ¿Cómo iba a fijarse en una muchacha tan sosa, si podía ligar con su hermana? Esto pensaba Susana, pero, era justo al revés. Víctor se había hecho amigo de Laura Elena para conseguir una cita con Susana. Al final, se mostró indiferente y antipática con el joven. Por miedo a ser rechazada, acabó rechazando al que hubiese sido su gran pareja. En cambio, Laura Elena, un año después, comenzó un noviazgo con Ismael, el mejor amigo de Víctor. Y así con todo… En lugar de tener una relación libre y plena con su hermana menor, Susana juzgaba a Laura Elena en su corazón, y no conseguía alegrarse por sus conquistas o compartir sus tristezas y dichas. Día a día, poco a poco, pensamiento a pensamiento, fue construyendo un muro invisible por el que Laura Elena quedaba al otro lado, como algo extraño y molesto, bloqueando así el afecto natural o la amistad. Laura Elena fue comprendiendo que Susana se creía opacada por la sombra que proyectaba su personalidad. Cualquier esfuerzo para acercar a su hermana, solo hacía más alta la pared que las dividía. Luego estuvo lo de qué carrera estudiar. Susana era de ciencias. El dilema consistió en que Laura Elena también escogió esa opción en bachiller, para perseguir su sueño: ser enfermera. Entonces, Susana, con tal de no coincidir con su hermana, huyó de la rama profesional que le iba como anillo al dedo, las matemáticas, y optó por cursar letras, hasta desembocar en Filología Inglesa. La carrera no se le daba nada mal, pero se notaba frustrada. Mientras la menor de las dos hermanas celebraba su graduación llena de alegría, Susana seguía estudiando, ya que había hecho un giro a mitad de carrera para matricularse en Empresariales, pensando que los números serían más amables que las letras. Se imaginó a sí misma como emprendedora: fundando una startup, ubicando la sede en una capital anglosajona y rodeándose de nuevas amistades, más glamurosas que las del pueblo, entre las que, muy probablemente, estaría su futuro esposo. El inconveniente de estos planes estribaba en que la alejaban de su verdadera vocación, la docencia, y la sumergían en un mundo para el que no estaba naturalmente dotada. ¿Consiguió afincarse en Londres y poner en marcha su empresa? No exactamente. Trabajó para una multinacional como ejecutiva, en Edimburgo, renunció a su proyecto de negocio, y fingió ser una mujer plenamente realizada con esa vida que requería de ella un esfuerzo extra diariamente. Además, el clima lluvioso de Escocia nubló su carácter, ya de por sí melancólico. Dos años después de mudarse a Edimburgo, su hermana, que ya era enfermera en un hospital privado, se casó. Susana accedió a acompañar el momento como dama de honor, y se alegró por Laura Elena; pero tuvo que disimular el disgusto de coincidir en la mesa con Víctor y comprobar que se había convertido en un excelente padre, un gran trabajador, buen amigo y fiel esposo. Solo que el esposo de otra. Pasados los años, conoció a sus sobrinos recién nacidos por videollamada, aunque no los pudo tener en brazos hasta las navidades siguientes. Eran mellizos, regordetes y preciosos. ¿Sabes? El día en que nacieron, tras felicitar a su hermana y a Ismael, acabó la llamada y cerró la pantalla del portátil para ponerse a llorar desconsoladamente. Mezcló llanto de emoción, por los mellizos, con lágrimas de dolor. Ya tenía treinta y siete primaveras y seguía soltera. Se sentía saturada por el trabajo, dándole sus mejores años a una empresa que sólo tenía un credo: ganar más y más dinero. Fue entonces cuando decidió acudir a un psicólogo y preguntarse, con su ayuda, en qué momento había perdido el norte. Sin embargo, la terapia en inglés, con aquel profesional escocés era, según confesó la propia Susana, “como mantener una buena conversación con alguien a quien le huele mal el aliento”. No lograba concentrarse en la charla ni ser ella misma. Por eso, Susana contactó con otro psicólogo, uno que le recomendó su prima, y que podría atenderla por Zoom, en castellano, desde la privacidad de su apartamento y con la única compañía de su perrita Yaiza…

–Para, Eliú. No sigas, por favor –dijo Susana con lágrimas, esquivando el enfoque de la cámara de su Pc–. Ya me queda claro… ¿Crees que mi problema tiene ese origen? ¿Mi relación con Laura Elena?

–No lo sé, Susana, dímelo tú –contestó el terapeuta–. Yo solamente he juntado las piezas que me has ido dando, y la imagen que se forma es…

–Triste. Es muy triste, Eliú –lo interrumpió Susana, sin disimular el impacto emocional que esta sesión le estaba causando–. Llevo un año de terapia para que me digas que todo es un gran error; que me ha vencido la envidia y los celos…

–Yo no he dicho eso, Susana –aclaró el psicólogo con la mirada perdida en el teclado de su computadora–. Solo quiero hacerte una pregunta. Las grandes decisiones que tú misma cuestionas desde el primer día en el que has hablado conmigo, ¿las ha tomado ‘Susana escogiendo su camino’ o ‘Susana reaccionando ante la vida’, por sus complejos y por compararse con…

–Laura Elena –completó nerviosa la paciente.

Se produjo un silencio tenso, hasta que el terapeuta volvió a hablar desde el otro lado de la pantalla.

–Susana, cada palabra de mi historia ha salido primero de tus labios en alguna sesión. Yo, únicamente, las he ordenado.

Susana calló unos instantes y mantuvo sus ojos muy cerrados. Por primera vez los había abierto a su realidad con toda crudeza, gracias a la historia de Eliú, y ahora necesitaba digerir aquello con madurez. No podía perder más años. No quería seguir postergando su felicidad.

–¿Crees que aún estoy a tiempo? –dijo finalmente Susana.

–Claro que sí –aseguró Eliú.

–Voy a tomar unas vacaciones para ir al pueblo; y pedirle perdón a mi hermana; y…

–Y volver a empezar –La animó el profesional.

–Y volver a empezar, sí… Muchas gracias. Gracias, Eliú, de verdad.

–Gracias a ti por confiarme tus preguntas… Creo que mi trabajo ha terminado –concluyó el psicólogo, emocionado.

–Pues el mío, apenas comienza…

FIN

Una historia ficticia que, no obstante, es un eco de multitud de casos en la vida real.

Tan antiguas como Caín y Abel son la rivalidad, los celos y la envidia. De hecho, han arruinado millones de vidas preciosas, comenzando con esa primera pareja de hermanos del relato bíblico. Si tan solo reconociéramos el valor de los demás y el nuestro, no en oposición ni en competencia, sino en la armonía del Universo, en el que conviven diferentes astros, infinidad de ríos, gran variedad de árboles, copos de nieve únicos e irrepetibles, amaneceres o atardeceres de cine y las más diversas criaturas, sin opacarse unos a otros, sino formando un bello lienzo.

Al reconocer lo especiales que somos, y que cada ser humano posee la huella del Creador en su esencia, podremos desarrollar todo nuestro potencial, sentirnos realizados y disfrutarnos unos a otros.

Espero que este cuento te haya hecho pensar y te ayude, si no a ti, quizás a alguien que lucha por ser la versión más auténtica y bella de lo que Dios le ha llamado a ser.

Recuerda: siempre estamos a tiempo de volver a empezar.

Juan Carlos P. Valero

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