Sonríe

Sonríe
PARTE 1




Y PARTE 2:



“Quiero verte sonreír”. Firmado, Dios.

La han llamado “la sonrisa que iluminó al cine español" (El Español), “una de las sonrisas más queridas del cine” (La Vanguardia) y, simplemente, “la sonrisa del cine español” (Chance). Sin embargo, el dramaturgo José Luis Alonso de Santos, quien dirigió a Verónica Forqué en la obra Bajarse al moro, y que la conocía bien, ha sido más específico en su artículo para El Cultural describiendo esta sonrisa como una “sonrisa de cristal, tan bella y tan frágil, a punto siempre de romperse”. El pasado 13 de diciembre, a los 66 años, la actriz, cuatro veces ganadora de un Goya, decidió quitarse la vida, tras luchar por años con una depresión. Verónica sonreía y nos hacía sonreír, pero, por dentro, su corazón sufría hasta el extremo del suicidio.

Sonríen por profesión o por deber o por hacer felices a otros, aunque están llorando en el secreto de su espíritu. Así hay mucha gente. Un estudio de 2018 ha venido a plantear que los trabajadores que durante más tiempo exhiben sonrisas impostadas para complacer a sus clientes son los que más alcohol beben después del trabajo. Probablemente, el alcohol amortigua el golpe de la contradicción que sienten entre su felicidad fingida y su condición real. Sea como fuere, lo que Dios quiere para cada uno de nosotros es la sonrisa de nuestro corazón, no solo en nuestro rostro.

Mis sonrisas han estado más caras últimamente. Por mis muchas responsabilidades, por malas noticias, por problemas de salud, por luchas que son parte del ministerio o por todo eso combinado, el hecho es que me ha costado más sonreír y, hace unos días, oí al Señor que me decía: “Juan Carlos, quiero verte sonreír”. Y hoy te lo transmito también a ti, con la seguridad de que Dios es Padre y que, a consecuencia de su amor, desea vernos sonreír con auténtica felicidad del alma. Si nosotros siendo hombres imperfectos queremos ver a nuestros hijos reír y sonreír, cuánto más nuestro Padre celestial.

Eclesiastés 3 nos dice que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora... tiempo de llorar, y tiempo de reír”. Y en el momento en el que es tiempo de llorar no conviene sonreír, y viceversa. Ahora bien, ¿qué es lo que predomina, en el cómputo total de nuestra vida, la mueca de tristeza o la faz sonriente? Fray Benjamín Monroy Ballesteros, licenciado en Teología, ha escrito sobre la sonrisa en el cristiano con gran acierto, animándonos a hacer esta reflexión: “Invito al lector a que se contemple a sí mismo desde fuera, como un testigo de su vida, y ponga atención a su cara. ¿Es sonriente, alegre, hosca, dura, amargada? Ciertamente, la cara tiene una amplia gama de emociones, pero ¿la sonrisa es una de las características dominantes? Si es verdad que la cara, particularmente la mirada, es el espejo del alma, tiene que reflejar el interior habitado por Cristo resucitado, el último responsable de la sonrisa cristiana”. O como dijo Teresa de Jesús: “Un santo triste, es un triste santo”.

¿Sabías? Los niños sonríen una media de 400 veces al día. La sonrisa es un gesto de satisfacción que nace en los primeros días del bebé: después de amamantar, al llegar a un estado de satisfacción, el rostro se relaja y las mejillas se elevan, dejando en el rostro del bebé una sonrisa inigualable. La sonrisa es una de las expresiones más elementales de los seres humanos. Sonreímos, de hecho, desde antes de nacer, desde que estamos en el útero materno, tal como ha permitido comprobar la tecnología de las ecografías ultrasonido. También sonríen niños ciegos de nacimiento, quienes, obviamente, no han tenido la oportunidad aprender a sonreír por imitación, por verlo en sus padres o en otras personas. Y mientras los niños sonríen generosamente, tan solo un 33% de los adultos lo hace más de 20 veces a día.

Es conocida la afirmación de Aristóteles sobre la capacidad humana de reír. Según él, esta capacidad es la que distingue a los seres humanos de los demás seres vivos. Los seres humanos somos los únicos que sonreímos deliberadamente. Es un don de Dios.

Y afirmo que es un don, un regalo del Creador, porque están constatados los beneficios de sonreír. Quiero señalar tan solo cinco:

1. Sonreír ayuda a ser más feliz
Para empezar, sonreír tiene un efecto muy positivo sobre ti mismo. En línea con Charles Darwin -quien anotó que “la simulación de una emoción tiende a despertarla en nuestras mentes”- cuando una persona sonríe, aunque no sea de manera genuina, se ayuda a sí misma a sentir alegría o satisfacción.

La propiocepción es un sistema de comunicación de doble sentido entre tu cerebro y tu cuerpo. La vía conocida es la que va del cerebro a tus músculos cuando algo te pone contento y tu cerebro le da la orden a tu cara de que sonría. Sin embargo, también existe la vía de comunicación contraria: si sonríes, incluso aunque no sea genuinamente, tu cerebro también recibe esa información de los músculos. Entiende que estás sonriendo y que por lo tanto hay algo que debe estar poniéndote contento, así que, para ser congruente, su estado emocional empieza a cambiar hacia el optimismo. Cuando sonríes el cerebro interpreta que estás contento y libera sustancias capaces de alegrarte, como demuestran numerosos estudios.

2. Sonreír hace más felices a los que nos rodean
Sonreír no solo te alegra a ti, además, es contagioso. Cuando te devuelven la sonrisa, lo que consigues con esto es inducir un cambio positivo en el estado emocional de la otra persona. Y un estudio de la universidad de Harvard evidenció que cuando alguien está contento, la gente cercana tiene un 25% más de probabilidades de ponerse contento también.

3. Sonreír ayuda a encontrar soluciones
En esas ocasiones en las que lo vemos todo difícil, en las que nos gana la “visión de túnel”, sonreír puede reducir nuestra estrechez de miras e incrementar la flexibilidad e imaginación, que es precisamente lo que nos conviene. En un estudio de 2010 los participantes que sonreían sacaron mejor puntuación en tareas que requerían una visión más global de los problemas. ¿Encallado en algo? Acuérdate de sonreír mientras buscas la solución.

4. Sonreír mejora la salud
Algunos estudios científicos han probado que sonreír libera endorfinas, serotonina y otros analgésicos naturales que produce nuestro cuerpo. También se ha asociado la sonrisa a la reducción de los niveles de hormonas causantes del estrés (adrenalina, cortisol y dopamina) y la disminución de la presión arterial. Podría decirse que sonreír es casi un fármaco natural. En 2012, el investigador Ron Gutman ofreció una charla TED sobre "El poder de las sonrisas", y afirmó que "una sonrisa puede generar el mismo nivel de estimulación cerebral que 2000 barras de chocolate o que ganar 12000 euros”. Con la ventaja de que el exceso de sonrisas no tiene contraindicaciones.

5. Sonreír alarga la vida
En una de las investigaciones más sorprendentes se estableció una correlación entre la sonrisa y la longevidad. Científicos de Estados Unidos analizaron los gestos con los que 230 jugadores profesionales de béisbol de ese país fueron fotografiados en 1952. ¿El resultado? Los jugadores que en las imágenes no sonreían vivieron una media de 72,9 años. La expectativa de quienes mostraron una "sonrisa parcial", una pose, fue algo superior: 75 años. Y los que tenían en la cara una sonrisa plena, una sonrisa de Duchenne, fueron los que vivieron más: un promedio de 79,9 años. Evidentemente, sonreír no es el elixir de la juventud, pero los deportistas que sonreían más, por lo general, tenían vidas más felices, y eso sí que es determinante para vivir más y mejor.

Al reír el cuerpo libera endorfinas, que nos hacen sentir más felices y menos estresados; y serotoninas, vitales para nuestro buen estado de ánimo. La sonrisa fortifica el sistema inmunitario, fomenta estados emocionales saludables y estimula relaciones gratificantes con los demás. Y, además, adelgaza.

Quizás, por todos estos beneficios, la mítica actriz, Audrey Hepburn, se atrevió a decir: "Creo que la risa es el mejor quemador de calorías. Creo en besar, besar mucho. Creo en ser fuerte cuando todo parece que va mal. Creo que las chicas felices son las más bellas. Creo que mañana es otro día y creo en los milagros".

Por cierto, la sonrisa de Duchenne es la sonrisa genuina o espontánea, llamada "sonrisa de Duchenne", en homenaje al médico francés Guillaume Duchenne, que la investigó en el siglo XIX. Cuando sonreímos de forma espontánea en el cerebro se activan la corteza temporal prefrontal, los ganglios basales y el hipotálamo. En cambio, cuando alguien ejecuta una sonrisa de manera voluntaria actúan en su cerebro las cortezas motora y premotora. Es posible diferenciar una sonrisa de Duchenne de una falsa porque en la verdadera las mejillas y los extremos de la boca se levantan, se muestran los dientes y se forman arrugas en los lados de los ojos. Sonreír de manera natural y espontánea es una señal de bienestar y satisfacción
. Pero incluso forzar una sonrisa tiene beneficios, tanto a nivel hormonal como para la vida en sociedad.

Pues bien, el Señor quiere provocar en los seres humanos, en todos nosotros, muchas sonrisas de Duchenne. Así lo hizo con Israel: “Cuando Dios nos hizo volver de Babilonia a Jerusalén, creíamos estar soñando. De los labios nos brotaban risas y cánticos alegres. Hasta decían las demás naciones: «Realmente es maravilloso lo que Dios ha hecho por ellos»” (Salmo 126:1-2 TLA). Dios cambia la tristeza de la humillación en una carcajada de felicidad. A Él le encanta hacerlo: Dios te quiere hacer reír y sonreír.

La Fundación Theodora, en colaboración con Danone, realizó un estudio en el que el 90% de los entrevistados (500 personas de entre 18 y 65 años) manifestó que, con la crisis, se estaba perdiendo la costumbre de sonreír. Por otra parte, la familia y los amigos son los agentes más importantes para que se produzca la risa. Y, según este estudio, ocho de cada 10 españoles creen que no sonríen lo suficiente.

Fue un estudio de 2015. ¿Qué resultados arrojaría si se hiciese hoy? Porque, en la pandemia de la COVID-19, nos han faltado dos cosas muy importantes para nuestra felicidad: abrazos, por la obligada distancia de seguridad; y sonrisas, por el uso de las mascarillas o cubre bocas, que han ocultado el bello gesto que, como vemos, por sus beneficios, es un regalo de Dios.

En tiempos como estos, de temores, desesperanza y ansiedad, Dios nos puede usar con algo tan sencillo como sonreír. Sonrisas que transmitan ganas de vivir y esperanza. Debemos ser esa iglesia que sonríe como la mujer de Proverbios: Fuerza y dignidad son su vestidura, y sonríe al futuro (Proverbios 31:25).

¿Te imaginas a Jesús escaso en sonrisas? Ignacio de Antioquía, uno de los padres de la Iglesia (35-110 d.C.) introdujo este principio: “Lo que el Verbo no asumió, tampoco lo redimió”. Y Hebreos 2:17 nos recuerda que Jesús fue “semejante en todo a nosotros menos en el pecado”. Si fue semejante en todo, Jesús también rio. El silencio del Nuevo Testamento sobre la risa de Jesús no significa negación. Yo concibo a un Jesús que sonreía de una forma sana y pura, por eso también despedía felicidad y atraía a los pecadores. Y su vida tiene el poder de redimir la sonrisa divina en los hombres y mujeres.

No toda sonrisa es bella. Piensa en la sonrisa de un genocida nazi en su juicio, en la sonrisa de la burla, del despreció o la crueldad. Jesús vino para restaurar la sonrisa pura y sana, al cambiar nuestros corazones.

Sonreír es reflejo de la felicidad; la pregunta, por lo tanto, sería ¿qué te hace feliz? Si sonríes al ver cómo dos ancianos aún se aman y andan de la mano; si sonríes al ver cómo en un poblado africano celebran el agua potable; si sonríes ante el éxito de un deportista que se ha esforzado; si sonríes por la inocencia de un niño que espera su regalo de navidad; en definitiva, si sonríes por la felicidad de otros, bendita sea tu sonrisa.

Teresa de Calcuta escribió: “Una sonrisa en los labios alegra nuestro corazón, conserva nuestro buen humor, guarda nuestra alma en paz, vigoriza la salud, embellece nuestro rostro e inspira buenas obras. Sonriamos a los rostros tristes, tímidos, enfermos, conocidos, familiares y amigos. Sonriámosle a Dios con la aceptación de todo lo que Él nos envíe y tendremos el mérito de poseer la mirada radiante de su rostro, con su amor por toda la eternidad”.

¿Pero cómo tener una sonrisa invencible? Te dejo un par de consejos que a mí me funcionan:

1º Cuando te olvidas de sonreír tú y buscas provocar una sonrisa en Dios y en los demás. Dice en Salmos 4: “Mi alegría es que Él me sonría” (Salmo 4:6-7). Pero esto no es suficiente. El segundo consejo complementa al primero.

2º Cuando sacias toda tu necesidad en Dios. ¿Envidias la sonrisa de los niños? Podemos recuperarla: Salmos 131:2, “Más bien, me he calmado; me he tranquilizado como se tranquiliza un niño cuando su madre le da el pecho. ¡Estoy tranquilo como un niño después de haber tomado el pecho!” (TLA).

Recibe este mensaje de amor de Dios: “Hijo mío, hija mía, sonríe. Te quiero ver sonreír. Y te quiero hacer sonreír”. Además, transmite a los que te rodean una sonrisa que sea reflejo de la sonrisa de Jesús en el Cielo, para que, quién sabe, por el obrar del Espíritu Santo, muchos que sonríen por fuera y lloran por dentro, como hacía Verónica Forqué, descubran la felicidad con mayúsculas, que solo puede dar Aquel que dijo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Juan 14:6) y he venido para daros “vida y vida en abundancia” (Juan 10:10).


Por último, para postre, para producir una sonrisa en el lector, os dejo con un breve escrito de Julio Cortázar que me parece una simpática genialidad:

Instrucciones para subir una escalera


Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida, aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

FIN

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