LO QUE LA BIBLIA ENSEÑA ACERCA DE MI MAYORDOMÍA
Hoy quiero abordar un tema: Lo que la Biblia me enseña acerca de la mayordomía. Lo he resumido en un decálogo en el que hay diez palabras clave: mayordomo; totalidad; fiel; responder; codicia; amor; demanda; diezmo; ofrenda; y recompensa.
Entiéndase mayordomía en relación con el concepto de mayordomo: uno que debe cuidar o tiene que administrar lo que no es suyo, lo que es de un señor. Entonces, ejerce una mayordomía y sabe cuidar lo encomendado con esmero y excelencia, si es un buen trabajador. Un buen mayordomo atenderá lo de su señor como si fuese algo propio o incluso mejor.
Nosotros somos también mayordomos, por eso considero importante responder a esta pregunta: ¿Qué enseña la Biblia acerca de mi mayordomía?
1. SOY MAYORDOMO
SOMOS MAYORDOMOS DE TODO CUANTO TENEMOS. La Biblia enseña que nada me pertenece; todo cuanto tengo es de Dios. Este principio lo encontramos en 1 Corintios 6:19-20: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio, glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.
Si algo tan nuestro como el cuerpo no es nuestro; si algo tan personal y privado como nuestro cuerpo no nos pertenece, sino que es del Señor, ya que somos templo del Espíritu Santo; cuánto más el resto de las áreas de nuestra existencia. ¿Y por qué somos de Cristo? Porque por precio hemos sido comprados.
En la mentalidad antigua, de los días de la Biblia, se podía comprender perfectamente el tema de la esclavitud. Imagina a un esclavo que había nacido esclavo o había sido hecho esclavo por guerras o por deudas... Un día, este esclavo, es comprado por otro señor; ahora pertenece a aquel que lo ha comprado. Imagina que ese esclavo estaba bajo un amo cruel y sanguinario que lo maltrataba. Y que un mejor señor se apiada de él, a tal punto que paga un gran precio para comprar a dicho esclavo. ¿Cómo se sentiría el esclavo? Seguramente agradecido, porque tenía una vida desdichada y porque, quizás, la muerte era lo que al final le esperaba. Ahora es comprado por un mejor amo que le salva de esa muerte. Acaba el dolor y el sufrimiento e, incluso, este nuevo señor, lo ama tanto que no quiere tener una relación laboral o de tiranía, sino una amistad, una relación de amor con ese esclavo que ha comprado. Imagínate que el precio que ese amo o señor ha pagado es que ha muerto su hijo primogénito, su unigénito, para poder comprar a este hombre. ¡Qué precio tan alto! El esclavo no entiende qué ha podido llevar a su nuevo señor a comprarlo, pagando el precio de que muera su hijo en lugar suyo. Y para finalizar la alegoría, este buen amo, después de un tiempo brindando amor, cuidado, enseñanza y amistad al esclavo, le dice: “Mira, no quiero que me sirvas por obligación o porque soy el dueño de tu vida. Te doy carta de libertad. Si te quieres quedar aquí conmigo lo harías en calidad de hijo y no de esclavo”. ¡De una forma extremadamente generosa el esclavo acaba convertido en hijo y en heredero!
Suena a locura ¿verdad? Sin embargo, te acabo de contar lo que Dios el Padre ha hecho por cada uno de nosotros. Estábamos bajo un tirano, Satanás, quien, con el poder del pecado, nos tenía encadenados y con el látigo de la muerte nos infringía sufrimiento. Nuestro fin no era una muerte simplemente física, sino la condenación eterna. Entonces, Dios el Padre dice: “Yo quiero liberar a Juan Carlos, yo quiero liberar a Pablo, yo quiero liberar a Lucía, a María, yo quiero liberar a Antonio, a Luis (pon ahí tu nombre), y deseo liberarlos porque los amo y porque para mí son importantes”. Después, el Padre da a su Hijo unigénito, Jesucristo; el Padre nos compra con la sangre de su Hijo y nos saca de la esclavitud. Así lo leemos en 1 Pedro 1:18-20: “sabiendo que no fuisteis redimidos (o rescatados por el pago de un precio) de vuestra vana manera de vivir heredada de vuestros padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo”.
Y Dios no nos obliga a ninguno de nosotros a ser sus siervos, sino que nos da libertad y nos dice: “Mira, si quieres quedarte en una relación conmigo lo tienes que hacer como hijo y lo tienes que hacer porque me amas”. ¿Qué sería lo lógico? Lo lógico sería que nosotros digamos a Dios: “¡Gracias! ¡Me has salvado la vida! Reconozco que si ahora soy libre es porque Tú me rescataste”.
La palabra redimir significa comprar por precio o rescatar; es como cuando alguien es secuestrado y se paga un rescate para liberarlo. El padre pagó el precio de nuestro rescate, que fue la sangre de Cristo Jesús; lo vio morir en esa cruz y no lo libró de la tortura, no lo sacó del sufrimiento, porque era la única forma de salvarnos, pues ese era el pago por nuestros pecados.
De esa manera el Padre nos rescata: nos liberta primero y nos quiere adoptar como hijos, después. Pero no nos obliga a creer en Él; más bien nos dice: “Si tú me recibes como Dios, y me abres el corazón, recibiéndome como Padre, te doy el derecho de llegar a ser hijo mío”. Juan 1:12: “Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre”. Sé que soy hijo. No me siento trabajador ni tengo una relación contractual en la que hago algo por Dios y Él me da pago a cambio. No. Porque Dios nos lo ha dado todo por amor. Todo lo que tenemos es un don de Dios, que nos ha dado junto con su Hijo (Romanos 8:32). Todo lo bueno, toda buena dádiva y todo don perfecto descienden del Padre de las luces (Santiago 1:17).
De ahora en adelante, aunque Dios nos ha comprado por precio y le pertenecemos, nos da libertad para que hagamos con nuestra vida lo que prefiramos... Nos da la libertad de que hagamos con el cuerpo, con el tiempo, con el dinero, con nuestro trabajo, con nuestros talentos, con todo lo que tenemos, lo que queramos. ¿Qué cabría esperar? ¡Que tengamos gratitud! Que seamos siervos voluntariamente; que seamos hijos que lo amamos; porque antes le servíamos al pecado, mas ahora somos libres. Que le reconozcamos como Rey y Señor, y queramos vivir para servirle y para agradarle.
No obstante, aunque todo me lo ha dado por amor y no a cambio de un trabajo que yo haga o de un servicio que le brinde, pero ¿qué es lo que Él espera de mí? Que yo, por amor también, le dé mi todo a que Aquel que me dio a mí su todo. Y que yo, por amor y voluntariamente, le sirva al Señor.
Pues bien, en la mayordomía bíblica todo parte de este principio. Lo primero es reconocer que nada me pertenece; lo que tengo es de Dios. Si mi cuerpo fue comprado y no soy mío, también mi fuerza, mi tiempo, mi inteligencia, mi familia y, por supuesto, mis bienes y mis posesiones. Soy un mayordomo. ¿Por qué soy un mayordomo? Porque no me considero ya el dueño. Ahora me veo como el administrador, pero el dueño de mi vida es Dios el Padre, quien me sacó de la muerte y de la destrucción y me compró con la sangre de Cristo Jesús.
Me he detenido más en el punto número uno, porque es el principio de todo: el entender que soy mayordomo. Asumir que he sido comprado por precio y por tanto debo glorificar al Señor con mi cuerpo y mi espíritu que son de Dios. Y comprender que todo lo que tengo es para la gloria de Dios.
2. EN TOTALIDAD
LA ENTREGA INCONDICIONAL ES LA BASE DE LA MAYORDOMÍA. Entrega de amor, entrega incondicional y en totalidad. El principio está basado en 2 Corintios 8:5: “y esto no como lo habíamos esperado, sino que primeramente se dieron a sí mismos al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios”. Los macedonios, “se dieron primeramente al Señor”. Al igual que el Dios Trino (Jesús, el Padre y el Espíritu) que no nos da algo; más bien se ha dado Él mismo, y juntamente con Él su todo.
En el pacto matrimonial, por ejemplo, yo me doy para mi esposa, y doy todo lo mío; todo lo mío ahora es de ella y todo lo de ella mío. Cuidado con esas economías separadas en pareja. Matrimonios que dicen: “Lo que tú ganas es tuyo y lo que yo gano mío; tu cuenta y mi cuenta; tú pagas la luz, que yo pago la comida; yo pago el alquiler y tú pagas el cole”. En el diseño de Dios somos uno y debemos compartir una misma economía. Si le has dado a alguien tu corazón, todo lo que tienes ahora ya no es tuyo solamente es de ambos. Pues con el Señor es igual. Él se ha dado en totalidad y espera esa clase de entrega en nosotros.
Amor incondicional y entrega en totalidad es la base de mi mayordomía. Lo vemos en Romanos 12:1: “Así que, hermanos, os ruego por la misericordia de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. Un sacrificio es una entrega en totalidad. Solo así tendremos una entrega agradable a Dios.
3. SOY FIEL
TODA MI VIDA Y TODOS MIS INGRESOS SON UN DEPÓSITO DE DIOS PARA SER USADOS SEGÚN SU BENEPLÁCITO. Esta idea aparece en 1 Corintios 4:2: “Se requiere en los administradores o mayordomos que cada uno sea hallado fiel”. Eso es lo que el Señor premia en los siervos: la fidelidad.
También encontramos este principio en las parábolas de los mayordomos, que usaban lo que tenían para el bien de su Señor y de los negocios de su Señor. Se requiere que el mayordomo sea fiel. Mateo 25:21 dice así: “Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu Señor”. Toda mi vida y todos mis ingresos son un depósito de Dios para ser usados según su beneplácito, esto es, para agradar a nuestro Señor.
Si quiero oír de labios de Jesús, “¡Bien, buen siervo fiel!” debo buscar agradar a mi Señor con mi cuerpo; con todo lo que me ha sido dado; con mi trabajo; con mis talentos; etc.
4. DEBO RESPONDER
DEBO RENDIRLE CUENTAS A ÉL DEL USO QUE HAGO DE LAS COSAS. Como un buen siervo que sabe rendir cuentas, como un buen mayordomo que debe responder ante su señor, o como un buen hijo, que también da cuentas. Porque reconozco una autoridad. Todo parte de reconocer la autoridad de Dios.
¿En qué se basa este principio? Te doy un par de textos:
- Lucas 16:2: “Da cuenta de tu mayordomía”. Jesús les enseña a los apóstoles que ellos eran mayordomos e iban a servir al Señor, que se iba al cielo, quedando ellos en la tierra al frente de su obra, pero un día darían cuentas al Señor.
- Romanos 14:13: “Cada uno de nosotros dará a Dios razón de sí”. Cuidado, que a veces es muy fácil caer en esto de que parece que otro es el responsable y lo que hago es porque me han herido o el pastor se ha equivocado o mi padre me falló o mi esposo no fue lo que esperaba... No olvides que cada uno dará cuenta ante Dios. Dejemos de sentirnos como víctimas o como dañados por las decisiones de otros y asumamos nuestra mayordomía, nuestra propia responsabilidad.
Entiende que Dios te va a pedir cuenta: “¿Qué has hecho tú? ¿Qué has hecho con tu tiempo? ¿Qué has hecho con la familia que te entregué? ¿Qué has hecho con la inteligencia que te di? ¿Qué has hecho? ... Rinde cuentas de tu administración”.
Qué mal pagado estaría hacia Dios, el Padre, que ha dado a su Hijo por mí, que ahora yo malgaste mi vida. ¿Voy a ser un perezoso, negligente, o un pasota e indolente? Eso significaría que no he comprendido lo que Dios hizo por amor a mí y lo que pagó por mi rescate.
Si se me hace clara esta verdad, por revelación, de que he sido comprado, y que no me pertenezco, que hasta mi cuerpo es templo del Espíritu Santo y que soy de Dios, querré ser fiel.
5. LIBRE DE LA CODICIA
HE DE VENCER LA CODICIA Y HACER TESOROS EN EL CIELO. ¿Os acordáis de aquel desdichado que no fue rico para con Dios? Solo pensaba en sí mismo y fue pobre para con Dios (Lucas 12:15-21). Se le llamó necio, por la avaricia de su corazón. Y en Mateo 6:19-20 dice Jesús, el Maestro: “No os hagáis tesoros en la tierra, sino haceos tesoros en el cielo, donde no robará ningún ladrón, ni va a destruir la polilla o el hollín”. He de vencer la codicia y hacer tesoros en el cielo.
No amemos el dinero. Amemos a Dios, amemos a las personas y amemos hacer el bien. El dinero es simplemente una herramienta o un instrumento.
6. LO HAGO TODO POR AMOR
EL AMOR ES EL INCENTIVO DE TODAS MIS OFRENDAS. Tanto para el prójimo, como para el pobre necesitado o para Dios. No doy por codicia, por egoísmo o para que Dios me dé. No doy con un pensamiento de que es una inversión que se va a multiplicar; aunque sé que ese principio funciona, porque “el que siembra escasamente, escasamente cosechará” (2ª Corintios 9:6). Pero mi motivación es el amor y el hacer el bien. El amar a Dios, al Dios que me lo ha dado todo.
Este principio está en Romanos 13:10: “El cumplimiento de la ley es el amor”. Ama y cumples todo lo de la ley. Y dice también en 2 Corintios 5:14: “El amor de Cristo nos constriñe”, o nos controla, también se puede leer. Dejémonos gobernar por el amor en todas nuestras acciones.
7. LA GRACIA ES MÁS DEMANDA, NO MENOS
EL CRISTIANO DEBE HACER MÁS QUE EN LA LEY, PUESTO QUE ESTÁ BAJO LA GRACIA. Si en la ley había fidelidad y generosidad, en la gracia debe ser más, no menos. No ir a menos, sino ir a más.
Esto nos enseña Romanos 6:15: “Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. En ninguna manera”. Si en la ley había primicias, diezmos, ofrendas, se atendía a los pobres, se perdonaban deudas en el Año Jubilar, etc. ¿En la gracia va a ser menos? No.
¿Por qué? Porque al que más se le da, más se le demanda. Eso lo dice en Lucas 12:48: “Porque a cualquiera que le fue dado mucho, mucho se le demandará”. Y la gracia nos ha dado, no mucho, sino todo. Por eso no podemos ser mezquinos, escasos, escatimar en el trato con el que no escatimó.
También leamos en Mateo 5:47-48: “¿Qué hacéis de más? Sed, pues, vosotros perfectos”. Si saludáis al que os saluda, si amáis al que os ama, si dais al que os da ¿qué hacéis de más? Seamos perfectos, como el Padre, que ama al que no le ama, bendice y hace salir el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos. Si nuestro Padre y Señor es generoso y nosotros pretendemos servirlo y representar su carácter debemos aprender a ser generosos como es Él. La clave está en la pregunta, “¿Qué hacéis de más?”. Dios siempre hace de más. Cuando dejamos que la gracia reine en nuestras vidas (Romanos 5:21) nos impelerá a un estilo de vida en el que amamos más, entregamos más, y hacemos más de lo que cabe esperar.
Vamos a recapitular:
1. Nada me pertenece. Cuanto tengo es de Dios. (PALABRA CLAVE: MAYORDOMO)
2. La entrega incondicional es la base de la mayordomía. (PALABRA CLAVE: TOTALIDAD)
3. Toda mi vida y todos mis ingresos son un depósito de Dios para ser usados según su beneplácito. (PALABRA CLAVE: FIEL)
4. Debo rendirle cuentas a Él del uso que hago de las cosas. (PALABRA CLAVE: RESPONDER)
5. He de vencer la codicia y hacer tesoros en el cielo. (PALABRA CLAVE: CODICIA)
6. El amor es el incentivo de todas mis ofrendas. (PALABRA CLAVE: AMOR)
Y 7. El cristiano debe hacer más que en la ley, puesto que está bajo la gracia. (PALABRA CLAVE: DEMANDA)
8. DIEZMO CON FE
EL DIEZMO PERTENECE A DIOS Y DEBE SER ENTREGADO A ÉL. Hay debate en cuanto al diezmo. ¿Por qué el Señor no ha sido más explícito en el Nuevo Testamento acerca de dar los diezmos? Porque el Señor espera que nazca de nosotros. Espera que con la revelación que nos ha dado, en el contexto de toda la Biblia, como mínimo hagamos eso. Que prime en nosotros el deseo de diezmar frente a cualquier egoísmo o temor.
¿Y por qué el diez por ciento? El número 10 en la Biblia es el número de prueba; de probar algo. Por ejemplo, cuando le dice Daniel al eunuco que se les dé 10 días, comiendo solo legumbres, para ver si su aspecto estaría bien o mal. Diez días es el número de prueba. Diez veces probó Israel o tentó al Señor en el desierto. Diez veces cambió el salario Labán a Jacob. Diez son los mandamientos que prueban la fidelidad del hombre hacia Dios. Diez fueron las plagas en Egipto, que probaron a Egipto que el Dios de los esclavos era el verdadero Dios y, a la vez, demostraron la fidelidad de Dios hacia Israel. Diez es el número que escoge Dios en esto de los diezmos: “Vas a ser probado tú”, parafraseando la idea de Malaquías, “y voy a ser probado Yo”, dice el Señor.
En Malaquías 3:8-9 pregunta el Señor: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y decís ¿en qué te hemos robado? En los diezmos y en las ofrendas. Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa, y probadme ahora en esto, dice el Señor, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”. Es como si dijera: “Mira, si tú eres fiel en traer con fe tus diezmos y ofrendas y entras en mi economía, Yo derramaré bendición hasta que sobreabunde”. Solo que no lo hagas por mandato ni por obligación, hazlo por fidelidad, por entendimiento, con obediencia y por fe.
En un país siempre hay unos principios de economía. Por ejemplo, en Alemania es diferente a como es en España. Uno debe saber funcionar en la economía de una nación, porque de lo contrario puedes incurrir en errores con la Hacienda o que luego te vengan sorpresas desagradables… De igual modo, ten en cuenta que somos ciudadanos del Reino de Dios. Aunque estamos en el mundo, no somos del reino de los hombres, somos del Reino de Dios, porque el Señor nos compró y somos sus hijos. El Señor, en su reino, tiene unos principios de economía que nos quiere enseñar y si entramos a esos principios de economía, se activa la bendición de Dios y lo sobrenatural del reino. Veremos la provisión que en la Palabra en numerosas ocasiones se nos ha prometido.
El primer principio es nada me pertenece, cuanto tengo es de Dios. El segundo principio es que debo ser fiel. La tercera clave es que debo rendir cuentas a Él del uso que hago de las cosas que me ha dado, como un buen mayordomo. Y ahora estamos estudiando que el diezmo le pertenece a Dios. Él dice que es Santísimo; que es consagrado para Él y debe ser entregado. Debo llevarlo al alfolí (a la congregación donde me reúno) cada mes o cada semana, como lo queramos hacer.
El diezmo prueba a Dios. Por eso dice: “Probadme, ya veréis cómo abro las ventanas de los cielos y derramo bendición”. Y el diezmo me prueba a mí, para desvelar si quiero quedarme con lo que el Señor dice, “eso es mío”. Yo podría decir: “¿Por qué me lo das, si es tuyo? No entiendo, Señor”. Y Él me contestaría: “Para ver si reconoces, al obedecerme en devolver el diez, que todo cuanto tienes te lo he dado Yo. Así me demuestras tu obediencia y sujeción. Estoy viendo, en ese gesto, que reconoces que lo que tienes te lo he dado, es decir, que eres un mayordomo”. De manera que, si soy un buen mayordomo, dentro de mi administración económica voy a devolverle el 10 por ciento.
Imagínate como un embajador. Y el automóvil que llevas es el auto del gobierno de tu país; que eres cónsul o embajador en Estados Unidos u otra nación; la casa en donde estás es la casa del embajador; tu firma representa a España (en mi caso) o a tu país; un cónsul o embajador, en este sentido del deber es también un mayordomo. Estás ejerciendo una mayordomía y tienes que hacerlo fielmente. No vas a hacer lo que quieras con tu vehículo; no puedes vender por capricho esa vivienda; no puedes hacer lo que quieras con tu economía. Ni siquiera vas a vestir o hacer declaraciones a la prensa de cualquier forma, porque tú representas a un gobierno superior. Así también, nosotros representamos al gobierno de los cielos. Imagínate que a ese embajador se le dice: “Del cien por cien que a usted le vamos a dar mensualmente, el 10 por ciento tiene usted que apartarlo en esta cuenta de la embajada. Después, el 90 por ciento restante es para que usted viva con su familia. Si el embajador o cónsul empieza a quedarse con el cien por cien, ¿qué verán desde el gobierno de su país? Dirán: “Este embajador roba… Le hemos dicho que el diezmo lo deposite en esa cuenta y, sin embargo, lo toma como suyo y no entiende que todo lo que está administrando es debido al cargo que ostenta”. De igual forma nosotros: servimos a Dios y todo lo que tenemos es de Él, y todo lo que Él nos da es bendecido, cuando lo administramos en fidelidad. Pero Él nos deja esta enseñanza en el Antiguo y Nuevo Testamento: “Aparta los diezmos y me pruebas tu fidelidad. Además, cuando son una primicia, cuando me devuelves el diezmo, estás reconociendo mi autoridad sobre tu todo”. Por eso el diezmo ejerce un poder protector, porque estás manifestando en tu diezmo: “Todo el resto de mi economía va a estar bajo el gobierno de Dios y, por lo tanto, bajo bendición; el devorador no va a poder robarme”. Dice en Malaquías 3:11: “Por vosotros reprenderé al devorador”. ¿Por qué? Porque Dios puede cuidar lo que está bajo su autoridad. Pero si tú administras fuera de su autoridad, entonces el devorador viene y daña. Por eso, todos los que somos fieles en los diezmos descubrimos que con el noventa por ciento somos más prosperados y podemos hacer más que con el cien por cien. Robándole a Dios nos colocamos fuera de la economía del reino, es decir, del gobierno y de la protección de Dios, y no nos va bien. Pero Dios dice: “Probadme en esto y os voy a bendecir. Abriré las ventanas de los cielos y derramaré bendición” (Malaquías 3:10). ¿Entiendes por qué no devolvemos el 15 o el 20?
Este principio es enseñado en Levítico 27:30: “Todas las décimas de la tierra, del Señor son; es cosa santísima o consagrada al Señor”. Y también lo vemos en Mateo 23:23 ya que diezmaban de la hierba de sus casas y se olvidaban de la misericordia. Enseña Jesús: “la misericordia y la justicia son lo más importante, pero sin dejar de dar los diezmos”. Quizás digas: “Yo soy una persona que ayuda a los pobres, no necesito diezmar”. El Maestro contesta: “Esto es necesario practicar sin dejar de hacer lo otro”. Es como si dices: “Bueno, como yo pago un impuesto en los productos que compro, entonces no voy a cotizar a la seguridad social o no voy a pagar los otros impuestos… ¿Qué nos aconsejará un asesor económico?: “Esto es necesario sin dejar de hacer lo otro”. Es un todo.
Para vivir en la bendición de la economía del reino de Dios hemos de ser buenos trabajadores; administradores en el manejo de las cuentas, huyendo de deudas y gastando con sensatez; además debemos aprender cuanto antes a diezmar con fe y ofrendar regularmente.
9. OFRENDO REGULARMENTE
HE DE OFRENDAR con amor, con alegría, con generosidad, en mi iglesia local, pensando en el pobre y también con regularidad.
9.1. He de ofrendar a través de mi iglesia local:
Por eso dice Malaquías 3:10: “Traed todos los diezmos y ofrendas al alfolí”. El alfolí es donde te reúnes. Allí donde te estás alimentando espiritualmente, tu congregación.
9.2. Ofrendar con liberalidad, con generosidad:
Lucas 6:38 dice: “Dad y se os dará, medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro seno. Porque con la misma medida con que midierais, se os volverá a medir”. Nunca seamos escasos. Siempre tengamos un alma generosa.
9.3. Por otra parte, debo dar con alegría:
Porque “Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7).
9.4. Además, debo dar ofrenda pensando en el pobre:
Como en 2 Corintios 8:1-4, donde los de Macedonia dieron una ofrenda de amor a los de Judea. ¿Para qué? Para ayudar a los necesitados. No solamente ofrendo en mi iglesia local, sino también pensando en los pobres y los necesitados. Estas promesas son un gran estímulo:
- Salmos 41:1: “Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día del mal el Señor lo librará”.
- Proverbios 19:17: “El que se apiada del pobre presta al Señor, y Él lo recompensará por su buena obra”.
9.5. Y, por último, debo también ofrendar con regularidad:
Eso dice 1 Corintios 16:12: “Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros aparte en su casa, guardando lo que por la bondad de Dios pudiere, para que cuando yo llegue no se hagan entonces colectas”. Aprendían, en la Iglesia Primitiva, a guardar, a poner aparte cada semana, regularmente, según lo que habían prosperado.
10. SERÉ RECOMPENSADO COMO DIOS HA PROMETIDO
DIOS RECOMPENSARÁ AL MAYORDOMO FIEL. Lo veíamos antes, en las parábolas de la mayordomía. Al que fue fiel, el Señor le dice: “bien, buen siervo y fiel, sobre lo poco has sido fiel, sobre mucho te pondré” (Mateo 25:21).
Dios recompensa al que es fiel de dos formas: con sus palabras de contentamiento y dándole más para que siga administrando con fidelidad. Un día le sonreirá y lo recibirá con honores en el cielo.
No tengamos en poco la promesa de Proverbios 3:9-10: “Honra al Señor con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos, y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto”.
Cuando eres fiel, como alguien que honra a Dios, Él va a recompensarte, Él va a bendecir tu fidelidad y tu generosidad.
PODEMOS SINTETIZARLO TODO EN UNA SOLA FRASE:
¿Qué es lo que la Biblia me enseña sobre mi mayordomía?
Que soy un mayordomo, en la totalidad de mi vida; que debo ser fiel y responder ante el Señor por mi mayordomía; y que, libre de la codicia, motivado únicamente por el amor, con la demanda que ha significado estar bajo la gracia, diezmaré con fe, ofrendaré regularmente y seré recompensado como Dios ha prometido.
REPASAMOS LOS DIEZ PRINCIPIOS:
LO QUE LA BIBLIA ME ENSEÑA ACERCA DE LA MAYORDOMÍA:
1. SOY MAYORDOMO
PALABRA CLAVE: MAYORDOMÍA
TEXTOS: 1 Corintios 6:19-20 Y 1 Pedro 1:18-20
2. EN TOTALIDAD
PALABRA CLAVE: TOTALIDAD
TEXTOS: 2 Corintios 8:5 Y Romanos 12:1
3. SOY FIEL
PALABRA CLAVE: FIEL
TEXTOS: 1 Corintios 4:2 Y Mateo 25:21
4. DEBO RESPONDER
PALABRA CLAVE: RESPONDER
TEXTOS: Lucas 16:2 Y Romanos 14:13
5. LIBRE DE LA CODICIA
PALABRA CLAVE: CODICIA
TEXTOS: Mateo 6:19-20 Y Lucas 12:15-21
6. LO HAGO TODO POR AMOR
PALABRA CLAVE: AMOR
TEXTOS: Romanos 13:10 Y 2 Corintios 5:14
7. LA GRACIA ES MÁS DEMANDA, NO MENOS
PALABRA CLAVE: DEMANDA
TEXTOS: Romanos 6:15 Y Lucas 12:48 Y Mateo 5:47-48
8. DIEZMO CON FE
PALABRA CLAVE: DIEZMO
TEXTOS: Malaquías 3:8-11 Y Levítico 27:30 Y Mateo 23:23
9. OFRENDO REGULARMENTE
PALABRA CLAVE: OFRENDA
TEXTOS: Malaquías 3:10 Y Lucas 6:38 Y 2 Corintios 8:1-4, 9:7 Y Salmos 41:1 Y Proverbios 19:17 Y 1 Corintios 16:12
10. SERÉ RECOMPENSADO COMO DIOS HA PROMETIDO
PALABRA CLAVE: RECOMPENSA
TEXTOS: Mateo 25:21 Y Proverbios 3:9-10
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