Cuento: Neus y el Museo de Intangibles

Cuento Neus y el Museo de Intangibles

Cuento: Neus y el Museo de Intangibles 


En el Museo de las Obras Invisibles tocaba motivos religiosos. Era costumbre llenar los novecientos metros cuadrados de museo con obras relacionadas con la Biblia en cada Semana Santa. Los visitantes que entraban a las veintidós salas tenían butacas en las que sentarse y ver, con los ojos de la imaginación, la creación invisible de los mejores autores de este género. 


Solo una cinta dividía la sala en dos. Butacas de un lado y escultura intangible del otro. Un cartelito a mitad de la cinta anunciaba el título de la obra: Moisés abre el Mar Rojo con la vara; Elías clama por fuego del cielo; David lanza la piedra a Goliat; Los hebreos ven caer maná del cielo; Un ángel anuncia el bebé a María; etcétera. 


El acceso estaba limitado a unos cien visitantes y la empresa gestora del curioso museo tenía, como es comprensible, reservado el derecho de admisión. En la taquilla advertían de que, “Solo los muy visionarios pueden apreciar el tesoro que descansa tras estas puertas. Absténganse de comprar la entrada los de mente ofuscada, los esclavos de la materia y los que se burlan de la naturaleza intangible de las obras”. Para ver lo invisible se requería “corazón de niño” y “espíritu abierto”, solían repetir los guías de los grupos. A pesar de esta advertencia, no había día en el que no se colara algún cínico que pagaba los diez euros con ochenta, para hacer mofa de la exposición con algún amiguete. 


Neus había entrado sola por simple curiosidad. Un novio con el que había roto un par de años antes le contó su experiencia:


–Yo fui a una exposición de dinosaurios… Al principio tuve que hacer un esfuerzo para no reírme. Ahora, cuando iba por la cuarta sala me pasó algo increíble. No sé qué magia tendrá aquel lugar o qué sugestión te envuelve, pero yo acabé viendo tiranosaurios, diplodocus y reptiles voladores. Lo que leía en el cartel, yo me sentaba y lo materializaba en mi mente… 


–¡Vaya movida friki! –exclamó Neus entre risas– ¿Te estás quedando conmigo? 


–Te lo juro que así fue –dijo el exnovio. 


–¿Pero los veías moviéndose, como vivos, o como una recreación de cera? –preguntó la madrileña con tono de guasa. 


–¡No, mujer! Como estatuas… Y los que se sentaban cerca de mí también los veían. Solo que yo cerraba los ojos y ellos siempre los abrían. Se ve que eran visitantes frecuentes –sentenció el ex, dejando en ella la intriga de si hablaba con ironía o en serio. 


–¿Y cuánto dices que costaba la entrada? –preguntó la joven para hacerse una idea de lo rentable que resultaba el timo. 


–Nueve euros –contestó el interpelado, encogiéndose de hombros. 


–¡Un día de estos te acompaño! –Se atrevió a proponer Neus sin imaginar que pronto rompería con aquel tipo, y que acabaría cumpliendo la promesa ella sola, un par de años después. 


¿Que por qué había ido en Semana Santa y sin compañía? Ni siquiera Neus lo sabía. Probablemente iba sola por vergüenza, y por esa misma razón no se quería quitar las gafas de sol. Lo de ir en Semana Santa era simple coincidencia. La nostalgia y el hastío pueden visitarnos en primavera, navidades, verano o años bisiestos. No hay una ley que prevea cuándo está una tan aburrida de todo como para decidir ir a un museo de obras invisibles a buscar alguna evasión distinta a la tele o a curiosear en Instagram.


Lo que importa es que allí estaba Neus, en la sala donde se exponía la crucifixión, sentada en una butaca y con los ojos muy abiertos detrás de sus gafas opacas.

 

–Señorita –la interrumpió de pronto un guía–, debemos avanzar a la siguiente sala para dar lugar al próximo grupo. 


–Quiero quedarme –dijo Neus sin inmutarse. Por primera vez estaba viendo algo. 


–Ya… Pero no puede. Son las normas –Le informó el guía amablemente. 


Ahora, Neus sí que giró el rostro para ver al cretino que la había sacado de su contemplación. 


–¿Cree usted que por una butaca ocupada se va a romper el karma del siguiente grupo? –La ironía ácida de la cuestión sorprendió al empleado, que ya debía acompañar a sus visitantes a la penúltima sala. 


–Venga, mujer. Queda Resurrección y tumba vacía y La adoración celestial. Ya verá cómo le encanta también –rogó por última vez el trabajador. 


–Oiga, me quedo, aunque sea de pie en esa esquina –dijo con firmeza Neus, señalando hacia la pared de su derecha.

 

–Como quiera –consintió el guía–. Pero permanecer en una sala son cinco euros más y… 


–¡Tome! 


La joven le extendió un billete de cinco y regresó su mirada a la obra de arte invisible. No quería dejar ir la imagen que por fin se había hecho clara en su pensamiento. El empleado tomó el billete y sonrió, entendiendo lo que allí estaba pasando. 


–Perdone… –dijo tocando en el hombro a Neus. 


–¿Qué? –exclamó ella, francamente cansada del pesado aquel. 


–¿Sabe usted que puede comprar la escultura intangible y llevársela a casa? –informó el guía. 


–¿De verdad? Se está quedando conmigo… –afirmó la madrileña, acostumbrada al humor castizo de la capital. 


–De verdad, señorita –corroboró el trabajador mientras sacaba el smartphone del bolsillo–. Veamos... La crucifixión son... A ver... Trescientos treinta euros. Solo tendría que esperar, usted, a que termine Semana Santa. Y, cuando cambiemos de obras, se la lleva. En taquilla le dan más información. 


Esto último lo dijo, el guía, dirigiéndose con prisa a encabezar el grupo que le esperaba en la puerta de salida, grupo en el que Neus no se incluiría más, pues permaneció en la Sala del Calvario el resto de la tarde, hasta que cerraron el museo. 


Extasiada por lo que había logrado ver, decidió comprar para su casa la creación invisible de un tal Lucas Galeno, maestro del arte intangible. Y como la joven vivía en un apartamento diminuto, en el que la escultura ocuparía casi todo el espacio, decidió ubicar la adquisición en pleno centro de su corazón. Fue así como, desde ese día en adelante, siempre que dudaba de lo mucho que valía o de cuánto la amaba Dios, simplemente cerrando los ojos y volviendo a contemplar aquella escena alucinante, del Mesías colgando de una cruz, Neus recuperaba el enfoque correcto de la vida.


Fin


(Moisés) por la fe salió de Egipto sin temer la ira del rey, porque se mantuvo firme como viendo al Invisible (Hebreos 11:27).

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