Soliloquios #50

Soliloquios #50
¿Existen lugares malditos?  

Soliloquios  

Hay cristianos que piensan que algunos lugares están malditos. Opinan que algún poder diabólico opera en ese espacio debido, quizás, a prácticas anteriores o presentes y a ciertos derechos que se le ha dado al Reino de las Tinieblas. Otros cristianos, en cambio, no creen en absoluto que haya ninguna diferencia entre un terreno u otro, una vivienda y otra, un pueblo, una ciudad o unas ruinas cargadas de historia donde abunda el pecado, con otro lugar menos problemático. Para estos últimos son simplemente emplazamientos físicos, totalmente ajenos a bendiciones o maldiciones. A no ser que en el presente haya personas moviéndose en esos espacios y haciendo mejor o peor su suerte.  

Yo recuerdo que cuando era pequeño visitábamos un edificio viejo, sólido, aunque destartalado, que era en otro tiempo la Casa de la Inquisición. El pueblo en el que me crie, llamado Alcantarilla, es conocido como El Pueblo de las Brujas. Una importante casa inquisitorial juzgaba los delitos de brujería en Alcantarilla y su comarca. Por lo visto, más de una bruja fue condenada en aquella casa de la Santa Inquisición. En nuestro caso, como muchachos curiosos y aventureros, nos colábamos por debajo de las rejas y nos movíamos en las habitaciones vacías, muertos de miedo, especialmente en las noches. Si era o no era un lugar maldito, en aquel entonces no tenía la capacidad de discernirlo. Y por lo visto, al ayuntamiento de mi pueblo no le preocupó en absoluto el pasado de aquella construcción, porque, años después, convirtieron la Casa de la Inquisición en una biblioteca que sigue abierta en la actualidad.  

Sin embargo, he de decir que he estado en lugares donde el ambiente espiritual estaba sumamente cargado de fuerzas negativas, o así lo percibía yo. Por ejemplo, cuando visitamos Jerusalén: en la llamada Iglesia del Santo Sepulcro sentimos una atmósfera espiritual sumamente opresiva. En esto coincidimos mi esposa y yo. La misma sensación he tenido al visitar alguna que otra vivienda de personas que nos han pedido ayuda espiritual. Parece que en esos hogares se le hubiese dado un derecho de habitación al mismísimo Lucifer. Al llegar el reino de Dios a los corazones de estos nuevos hermanos toda sombra del Enemigo ha tenido que huir. 

Cuando éramos misioneros en Bolivia escuchamos testimonios de compañeros bolivianos quienes nos comentaron de una montaña, cerca de La Paz, que era usada para realizar sacrificios a la Pachamama y a otros dioses de la tierra, todavía en la actualidad. Algunos habían descubierto restos fósiles humanos y estaban convencidos de que se había sacrificado algo más que animales allí. Estos pastores nos confesaban que había tal contaminación espiritual que el aire se hacía prácticamente irrespirable.  

En cambio, recuerdo con mucho cariño a un pastor amigo, que sirve al Señor en Roma y que a menudo ayuda a ministros, hospedándolos y haciendo las veces de guía. Muchos intercesores llegan de diferentes partes del mundo a contemplar las ruinas de la magna ciudad y para hacer “guerra espiritual” en la capital italiana o en el mismísimo Vaticano. Él me decía: “Para mí son simplemente restos arqueológicos, ruinas, lugares de algún valor turístico, pero que no me mueven ni un centímetro cuadrado de espíritu. Lo único que me preocupa es predicar el evangelio y ganar a los perdidos para Cristo. Lo demás creo que es pérdida de tiempo”.  

No sé cuál será tu opinión en cuanto a esto de lugares malditos. Pero, indudablemente, en la Escritura tenemos casos enigmáticos como el de Jericó. Cuando Josué destruyó la ciudad, dedicándola al anatema, hizo una declaración que tiene toda la categoría de maldición:  Josué 6:26. 

“Entonces Josué les hizo un juramento en aquel tiempo, diciendo: Maldito sea delante del Señor el hombre que se levante y reedifique esta ciudad de Jericó; con la pérdida de su primogénito echará su cimiento, y con la pérdida de su hijo menor colocará sus puertas”.  

Y lo curioso es que prácticamente aquella sentencia fue una profecía. El individuo que acabó reconstruyendo Jericó pagó el altísimo precio de enterrar a dos hijos: 1 Reyes 16:34. 

“En su tiempo Hiel de Betel reedificó Jericó; a costa de la vida de Abiram su primogénito puso sus cimientos, y a costa de la vida de su hijo menor Segub levantó sus puertas, conforme a la palabra que el Señor había hablado por Josué, hijo de Nun”. 

Por otra parte, la ciudad quedó contaminada. Sus aguas tenían algún tipo de enfermedad. Hasta que el profeta Eliseo las purificó (2 Reyes 2:19-22). Y así, Jericó fue de alguna manera librada de la maldición de antaño: 

“Entonces los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: He aquí, ahora el emplazamiento de esta ciudad es bueno, como mi señor ve, pero el agua es mala y la tierra estéril. Y él dijo: Traedme una vasija nueva, y poned sal en ella. Y se la trajeron. Y él salió al manantial de las aguas, echó sal en él, y dijo: Así dice el Señor: «He purificado estas aguas; de allí no saldrá más muerte ni esterilidad». Y las aguas han quedado purificadas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo” (2 Reyes 2:19-22). 

Sea como fuere, hay lugares a los que para ir hay que pensárselo dos veces debido a la fuerte influencia espiritual del lugar o a la contaminación moral que se respira. Pueden afectar a aquel que se tome estas cosas a la ligera. Por ejemplo: Ibiza. Mi esposa y yo estuvimos allí ministrando. Existen pocos lugares en la Tierra donde se pueda producir esa convergencia de desenfreno, libertinaje, turismo de drogas y discoteca, como en la más famosa las Islas Pitiusas. Han intentado hacer un Ibiza en otros lugares sin éxito. Parece que hay algo en la isla que favorece su actividad pecaminosa. Yo creo que detrás de ese “algo” operan poderes diabólicos y algunos pastores amigos de la isla lo disciernen igual. Muchos de ellos piensan que el pasado de brujería e idolatría atrajo, espiritualmente, la facilidad de practicar los pecados de la actualidad. Como que la carnalidad del hombre encuentra gran ayuda en los demonios de la zona y estas potestades obtienen su autoridad en el pecado del hombre. Un círculo vicioso que llena la tierra de maldición y hechos vergonzosos. En todo caso, la Iglesia que lucha por ser sal y luz en Ibiza no lo tiene nada fácil.  

Otro ejemplo de lugar bajo maldición es Haití. En contraste con su nación vecina, República Dominicana, la cultura haitiana y sus prácticas prohibidas por la Escritura han sembrado miseria y desolación en su suelo. Ahora bien, República Dominicana, en cuyo suelo hay un alto tanto por ciento de cristianos (que invocan el nombre del Señor y alaban a Dios) es una tierra mucho más fértil y, normalmente, menos afectada por catástrofes naturales. Curioso, ya que ambas naciones forman una única isla. 

El pecado de los moradores enferma su suelo. Al punto que la tierra los acaba vomitando. ¿Eso es bíblico, Juan Carlos? ¡Sí! Te lo demuestro en un par de pasajes: Levítico 18:2-5, 20-30 y Levítico 20:1-2, 6-13, 22-24, 26-27. 

Algunos extractos de los pasajes que refuerzan nuestra tesis: “No os contaminéis con ninguna de estas cosas -abominaciones descritas en versículos anteriores-, porque por todas estas cosas se han contaminado las naciones que voy a echar de delante de vosotros. Porque esta tierra se ha corrompido, por tanto, he castigado su iniquidad sobre ella, y la tierra ha vomitado a sus moradores. “Pero en cuanto a vosotros, guardaréis mis estatutos y mis leyes y no haréis ninguna de estas abominaciones... no sea que la tierra os vomite por haberla contaminado, como vomitó a la nación que estuvo antes de vosotros”.  

La contaminación del pueblo que habita un lugar afecta de tal forma a la tierra sobre la que hacen sus abominaciones que se acaba enfermando, como si estuviese indigesta por la maldad y por los pecados de ese pueblo. Entonces se activa una ley tan natural, como en nuestro organismo, el vomitar: catástrofes naturales, sequía, pobreza, epidemias... La tierra vomita a sus moradores. 

“Guardad, por tanto, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y cumplidlos, a fin de que no os vomite la tierra a la cual os llevo para morar en ella. “Además, no andéis en las costumbres de la nación que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos hicieron todas estas cosas, yo los aborrecí. “Por eso os he dicho: ‘Vosotros poseeréis su tierra, y yo mismo os la daré para que la poseáis, una tierra que mana leche y miel.’ Yo soy el Señor vuestro Dios, que os he apartado de los pueblos. “Me seréis, pues, santos, porque yo, el Señor, soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos”. 

Si como hijos de Dios no creemos en la existencia de lugares malditos, lo que sí parece fácilmente demostrable, Biblia en mano, es que hay lugares bajo maldición. No ya la maldición de Dios, sino la maldición de los moradores que afectan su propio hábitat a través de su injusticia, idolatría, violencia, abortos, libertinaje, daño ecológico, etc.  

Sea como fuere, los hijos de Dios nos convertimos en sanidad para nuestros pueblos. Y, consciente o inconscientemente, frenamos el avance del Reino de las Tinieblas, así como la sal preserva y la luz contrarresta.  

Dios quiera que, como el profeta Eliseo afectó positivamente a Jericó, sanando sus aguas y siendo usado por Dios para la reconstrucción de aquella ciudad, así también lo podamos hacer nosotros en nuestras propias ciudades. Recuerda que siglos después Jericó fue visitada por el mismísimo Salvador, ganando corazones para el Reino de Dios, como el de Zaqueo: un gran pecador que, de contaminar su ciudad, ahora podría ser un instrumento de paz y restauración. Esa es la obra maravillosa y difícilmente cuantificable del evangelio de Jesucristo.  

De igual forma, si en Ibiza, Haití, La Paz y cada una de nuestras urbes se levanta una iglesia profética, llena del fuego del Evangelio y que pueda verter la Palabra de Dios para sanar las aguas enfermas por el pecado, seremos testigos de reconstrucción de lugares donde habitarán en prosperidad las futuras generaciones. 

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