Transeuntismo en las congregaciones evangélicas


Soliloquios

Transeúntes en las congregaciones evangélicas 

Si piensas cambiar de congregación déjame sugerirte cuándo es imprescindible y cuándo desaconsejable buscar un nuevo lugar.

 

El fenómeno del transeuntismo en las iglesias es tan antiguo como la existencia de la misma Iglesia. Por lo tanto, no es algo que nos deba alarmar ni extrañar. Sin embargo, me siento animado a dedicar mi soliloquio de esta semana entendiendo que hablo de movimientos incorrectos de una congregación a otra y a cómo prevenirlos o, por qué no, evitarlos.
Ante todo, debo dejar claro que me distancio de cualquier legalismo en esto de poder o no cambiar de iglesia. Pongamos la base común de que Dios puede, legítimamente, trasplantar a una oveja o familia de una iglesia a otra, sin perjuicio de que haya movimientos que no son guiados por el Espíritu del Señor, aunque nosotros se los atribuyamos.
Pero en esto, como en tantas otras prácticas eclesiales, debemos huir del extremo de violentar la conciencia de cualquier miembro de una congregación, prohibiendo o forzando un cambio en su membresía. ¿Quién soy yo para enseñorearme de las vidas que Cristo compró con su preciosa sangre y establecer una pauta en su voluntad que contradiga el libre ejercicio de su conciencia?

Ya lo advirtió el apóstol Pedro a los pastores: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:2-3).

Ese tener “señorío” es abuso espiritual y conviene desendiosar un poco la figura del pastor, apóstol o líder espiritual, al recordarnos que no somos señores de las ovejas, sino simples servidores que damos un consejo o intentamos guiar con la Escritura y con la luz que el Señor nos da. Pero la última palabra la tiene el Rey, quien merece el lugar del trono en cada corazón. Y a esa autoridad máxima remitimos a nuestros hermanos, pues todos le debemos obediencia.
Dicho esto, definamos transeúnte. Un transeúnte es alguien que está de paso, que no reside sino transitoriamente en un sitio. A nivel sociológico, el transeuntismo, lejos de la figura romántica del nómada, está conectado con la mendicidad o la vida del vagabundo.
Es muy diferente a la trashumancia. El trashumar nos remite a la escena del pastor conduciendo a su rebaño desde las dehesas de invierno a las del verano, y viceversa. De esta forma, trashumar es parte del cuidado del rebaño. Es decir, el pastor puede guiar a sus ovejas en un viaje hacia nuevos pastos y ponernos al cuidado de otros pastores, si lo estima conveniente, que le sirven como colaboradores.

Lo que no es normal es que estemos cambiando de iglesia cada cierto tiempo. Me viene al recuerdo el título de una película que, confieso, ni siquiera he visto, pero que ha sido ingeniosamente denominada: Gente que viene y bah.

En toda iglesia evangélica hay un ir y venir de personas. Solo que algunas dejan una huella positiva e imborrable, y son añadidos por Dios con la misma precisión apostólica con la que Bernabé fue en busca de Saulo y este se quedó sirviendo en ese poderoso mover creciente de Antioquía de Siria, mientras que otros vienen y van, y al pensar en ellos uno es tentado a decir: ¡Bah!

Cuándo hay que cambiar de congregación

Antes de darte algunos consejos, si estás pensando en cambiar de congregación, déjame sugerirte cuándo es imprescindible buscar un nuevo lugar en el que reunirnos.

1. Escapa por tu vida si el pastor o pastores se han convertido en una especie de papado evangélico cuasi infalible y con una palabra que, por poco, está al nivel de las Sagradas Escrituras. Cualquier grupo con liderazgo autoritario, que demanda sujeción ciega, consciente o inconscientemente, se ha convertido en secta.

 

2. Recoge tus cosas y vete, si se ha perdido el temor de Dios y el amor por la santidad. O, todo lo contrario, si hay un énfasis excesivo en la santidad (a menudo relacionada con cosas exteriores como el vestir o el comer) al punto de sentir que, o perteneces a una élite farisea, o no eres bienvenido allí. Tal orgullo espiritual es peligrosísimo. 

 

3. Vuela de un nido en el que el alimento pasa de ser el sencillo y poderoso evangelio, con sus verdades de gracia y cristocéntricas, y ahora se hace una exaltación de doctrinas extrañas y de sus iluminados de tres al cuarto. Las epístolas del Nuevo Testamento combaten tales errores doctrinales: judaizantes (en los Gálatas); gnósticos, nicolaítas y ascetas (en las epístolas de Juan); filosofías místicas (en Colosenses); etcétera.

4. Ponlo en oración, si tu iglesia es un cementerio de jóvenes que ha perdido la carga, la visión o la gracia para discipular a niños y jóvenes, si es que alguna vez la tuvo. Especialmente cuando ves a tus propios hijos o nietos o sobrinos atraídos por el mundo y con rechazo permanente a la congregación. ¿“ Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé”? (Cantares 1:6). Eso no debe sucedernos.

5. Emigra de un lugar donde hay un interés malsano por el dinero y un llamado constante a enriquecernos y a dar con codicia o por codicia, de manera que cualquiera que aún conserve una chispa de discernimiento percibirá que se ama más el bolsillo de la gente que el corazón de los congregantes. Mi consejo es que cambies de iglesia.

6. Y, finalmente, aquello de “Yo me hundo con el Titanic” suena heroico y de una lealtad de hierro, pero está mal planteado. Ninguna congregación es un barco llamado a hundirse hasta que queden sus asientos vacíos. Más bien, somos naves de salvamento que surcan los mares tempestuosos de este mundo rescatando a pecadores; pecadores como nosotros lo éramos.

Si ya no echamos las redes, si no nos dejamos la piel por lanzar el salvavidas a las almas que agonizan sin Cristo, si lo importante es salvar el barco, la estructura, el edificio, nuestras propiedades, el buen nombre de la denominación, etc. debemos preguntarnos: ¿seguro que Cristo capitanea esta nave? Y haríamos bien en nadar hacia otro bajel que tenga clara cuál es su misión y que la lleve a cabo con tesón.

Los transeúntes insanos
Pero ¿qué sucede si un cierto espíritu de transeúntes evangélicos se quiere colar en nuestros corazones? ¿Y si, siguiendo con el símil, voy de barco en barco sin que ninguno me parezca bueno para mí o para mi familia? 

Aquí van algunos consejos que te pueden servir para prevenir un paso en falso o un movimiento incorrecto y perjudicial en esto de cambiar de congregación. Por cierto, me siento un hombre afortunado, ya que, en mi caso, llevo en la misma iglesia desde que me convertí y no cambié de pastor, sino que se nos murió el bueno de Fernando cuando era aún demasiado joven (67 años). 


1.- Intenta no moverte de iglesia en medio de un terremoto.
Aconsejan que si te alcanza un temblor dentro de un edificio te pongas bajo el dintel de una puerta para que te guarde su viga. Toda congregación, antes o después, y más de una vez, sufrirá terremotos, llámese una división, llámese una crisis en el liderazgo, quizás un momento de apatía, una confusión ocasionada por abrazar alguna moda, la visita de un ministro carismático, pero polémico, etc. El Señor Jesús sabe guardar a su Iglesia de esos temblores y pruebas. No tomes decisiones en medio del terremoto. Busca la seguridad de hermanos maduros en la fe. Deja que la crisis pase, que pasará, y todo se verá más claro.
Si, en cambio, te reúnes en un lugar que vive permanentemente en crisis y que podría tener un letrero de “Icabod” colgado en la puerta, te remito al punto anterior, el de cuándo es conveniente escapar con la urgencia de Lot y sin mirar atrás.
Pero, la mayoría de las congregaciones somos procesadas a través de tiempos de tribulación, y así maduramos; y los que perseveran serán sin lugar a duda recompensados.

2.- Cerciórate de que tu cambio es en pos de Cristo.
¿Es trashumancia y no transeuntismo? Recuerda que el transeuntismo deriva en la mendicidad espiritual o en la indigencia moral. Hay estrellas del mundo evangélico que encandilan con su luz, pero más pronto que tarde verás que es una luz pasajera. ¿Qué haremos entonces? ¿Buscar a la siguiente estrella? Lo más probable es que acabemos estrellados. No somos de Cefas, ni de Pablo, ni de Apolos. Vamos en pos del Salvador. “Mis ovejas oyen mi voz y me siguen” (Juan 10:27). Ora mucho y, si es necesario, ayuna para estar seguro de que la voz que escuchas es la de Jesús y no son cantos de sirena de algún líder auto exaltado o de su coro leal. 

 

Recordemos que los seres angelicales (visión de Isaías) se cubrían rostro y cuerpo y clamaban santo, santo, santo, llena está la Tierra de su gloria, no queriendo opacar nada de esa gloria. Hay congregaciones donde puede sobresalir mucho el liderazgo (y brillar con vanagloria). También se puede dar el que se vea en demasía al cuerpo, presumiendo de número, santidad, capacidad o buenas obras... Aprendamos a cubrir el rostro (líderes) y el cuerpo (la iglesia en general) para que lo importante sea nuestro mensaje y el Dios a quien adoramos.

“Vi yo al Señor sentado en su trono... y sus faldas... ¡Ay de mí que soy muerto, porque han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos!”. 

 

Isaías no destaca a los serafines o el trono o el cielo... Lo que vio fue lo que cambió su vida, lo mismo que todos los hombres necesitan ver, al Señor, al Rey.

 

3.- Cuando sientas inquietud donde estás o dudas, a la hora de moverte o quedarte, habla con tus pastores. Seguro que son accesibles y que van a entender lo que te pasa.
Si hablas en una actitud sana, incluso, será positivo para la vida de la iglesia. Quizás tu preocupación es la de otros también, o la de tus líderes. Puede que te conviertas en parte de un cambio, de una mejora, de una solución o evolución allí donde te congregas. Casi siempre, tus pastores te darán más información sobre el asunto y, así, se va a ampliar tu visión, de manera que comprenderás desde un nuevo punto de vista lo que está sucediendo.

En definitiva, una comunicación fluida entre los pastores y los congregantes preserva la vida de la iglesia y fortalece el propósito. 

 

4.- Cambiando sin cambiar.
Uno de mis pastores (este, por cierto, sigue vivo) me enseñó que la mayoría de las personas pretendemos que el cambio llegue al mover alguna cosa de nuestra vida: si cambio de trabajo, todo cambiará; si cambio de ciudad o nación, empezaré una nueva vida; ¿la solución será cambiar de pastor o de iglesia?; ¿y si cambio de mujer?; ¿cambio a mi marido por otro y seré feliz? ¡Cuántos engaños del enemigo! Él me enseñó la virtud de ir “cambiando sin cambiar”. 

Casi siempre, el cambio que necesito empieza dentro de mí. Debo cambiar yo, sin moverme, y muchas cosas van a mejorar. No huyamos de aquellas transformaciones interiores a las que nos lleva el Espíritu del Señor. Moviéndonos de un lugar a otro nunca echaremos raíces. 

 

5.- Por último: déjate ayudar.
No seas altanero. El transeúnte tiene, en los países de Occidente, todo un sistema de ayudas públicas o privadas que le quieren facilitar un cambio en su vida: que rompa con la itinerancia, que siente cabeza. Esa mano tendida es despreciada, bien por ceguera, bien por diversas ataduras, o por depresión, problemas mentales... Y, en muchos casos, por orgullo. Jesús dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (ver Mateo 11:28-30). Y el Señor promete habitar con el humilde y contrito (ver Isaías 57:15 e Isaías 66:2).
¿Estás seguro o segura de que tus cambios de iglesia son movidos por el Señor? ¿O estás evitando que alguien sepa de ti y se meta en “tus asuntos”, y te diga lo que has de hacer? Todos precisamos ayuda. No somos miembros de quita y pon, sino parte de un cuerpo. Mis hermanos me necesitan y yo necesito a mis hermanos. ¿Tan difícil se nos hace aceptarlo? “Aquel que se aísla su propio deseo busca, contra todo consejo se encoleriza, dice Proverbios 18:1.
Haríamos bien en dejar que el Sabio Médico Celestial nos recete lo que necesitamos para estar sanos, y no que nos auto mediquemos llenos de desconfianza en el buen hacer de otros. Eso habla de que cargamos una herida que no ha curado. Pero, en algún momento, deberemos parar, recibir los cuidados de buenos samaritanos, y también convertirnos en buenos samaritanos para otros.

Al fin y al cabo, cualquier iglesia local es como una familia donde, con sus más y sus menos, encontramos alimento, cobijo, paternidad, educación, pertenencia, seguridad, diversión... No es fácil ser familia. No obstante, no conozco otra fórmula para ser felices en la Tierra, sino siendo comunidad. ¡Ánimo y a echare raíces!

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