Cuento: Policarpo, de oficio polemista

Poli, el polemista,

Policarpo, de oficio polemista

Era tan buen polemista, su criterio tan avasallador en todo asunto, que la televisión lo contrató como contertulio.

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Érase una vez un hombre sumamente leído y locuaz, rico en discursos y pobre en amigos; de nombre, Policarpo; primer apellido, Miñarro; y Gijón, su apellido final. Pero los amigos lo apodaban Poli, el Poli-mista.


Poli había desarrollado el don de ganar las discusiones en el terreno que a él le parecía cuestión fundamental para la vida decente y la supervivencia de la cordura en el planeta.

 

Don Poli-mista hacía mutis en asuntos que a él se le antojaban vanos, anecdóticos o intrascendentes. En su mente, donde solo Policarpo cabía, el único juez que dictaba sentencia sobre lo importante era él. En aquellos temas trascendentales hacía honor al mote, ya que su reacción era propia de los peores discutidores. Por ese motivo, cada cierto tiempo blandía la espada de la razón iluminada y defendía con vehemencia una causa hasta volverse odioso, como todo buen polemista. 

Sirvan de prueba algunos ejemplos. 


Hubo una temporada en la que se hizo pesado como yunque con el tema de comprar en las tiendas de barrio y no traicionar al comercio local acudiendo a hipermercados o grandes superficies.


Era su cruzada personal. En cualquier momento de la charla te sacaba el tema y preguntaba con mirada porcina y gesto de inquisidor:


-¿Tú compras en el hiper que han abierto? Sí, sí… ya sé que es más barato y que encuentras de todo allí, pero solo un canalla se acostaría tranquilo en la noche sabiendo que deja sin trabajo a compatriotas y sin pan en la mesa a vecinos de nuestro barrio…


En otra época le dio por salvar el planeta, contaminando lo menos posible. Presumía de ir al trabajo en bicicleta y de no comprar nada de China, que son los que más emisiones de CO2 lanzan, y separaba los desechos de casa, aunque en la ciudad todavía no hubiese un programa oficial de reciclado y tratamiento de basuras.


 -No, no… si yo no digo que verás la desertización y la falta de agua potable en tus días, vecino -advertía en el portón al que bajaba en una sola bolsa toda su basura-. Lo sufrirán tus hijos y los míos o tus nietos, pero está claro que a gente de poca visión eso no le importa.


-Pero, Poli, si el servicio de basuras lo mezcla todo, aunque tú lo bajes separado. 


-Y así lo seguirán haciendo mientras seamos unos cavernícolas, sin decencia ni educación. 


Poli el Poli-mista, grano en las posaderas de sus compañeros del trabajo, defendía con la yugular inflamada que todos debían dar su voto al PPD (Partido del Pueblo Democrático). Y solía almorzar solo en periodos de elecciones, porque el hundimiento del país y la pérdida de valores y principios se debía a todos los que votaban a los vendehumos, robapatrias y piratas del resto de formaciones. De manera que los compañeros se ahorraban el discursito y la mala digestión evitando la mesa de Poli. 


Peor si salía el tema de la religión. Poli-mista miraba con aire de superioridad a cualquier ignorante impío que no fuese a su iglesia. Según él, todos estaban ciegos y perdidos, ya que la luz de la verdad solo llegaba a los que abrazaban exactamente su fe y se sentaban en los bancos de su denominación. De hecho, primero se creó el infierno, en segundo lugar, su religión, y en tercer lugar, el paraíso. Porque Dios, haciendo caso a la lógica de Poli, creó las cosas de tamaño mayor a menor. 


Policarpo Miñarro era tan buen polemista, y tenía un criterio tan avasallador en cualquier asunto, que la televisión de su ciudad lo contrató como contertulio. Discutía con sus oponentes con tal intensidad que se ponía rojo, sudaba, nunca escuchaba, jamás daba la razón y disparaba las audiencias al saltar de la silla, hacer aspavientos, señalar con el dedo y denigrar al rival. 


Pero la fama de Policarpo se arruinó cuando un día, en pleno programa, su teléfono sonó insistentemente y, aunque lo colgaba, volvía a sonar y a la tercera llamada Poli lo contestó con temblor en la voz. 


-Dime, Gregoria, rápido, que estoy en la tele.


-¿Que estás dónde? -le gritó la esposa. 


-En el programa –dijo Poli angustiado-. ¿Qué te pasa? ¿Qué necesitas? 


-¡Ven ahora mismo a casa, Policarpo, que hoy no tengo nada para la cena y debes parar en el hiper y me vas a comprar el apaño! Y también quiero que vayas a buscar un nuevo cubo de basura en el Mercachino; uno de bolsa grande, que estoy harta de esos cubitos que se nos llenan tan pronto. Y mira lo que te digo, Policarpo, o echas la bici a la camioneta y llegas en un santiamén o pienso acompañarte el domingo a tu iglesia para que sepan todos lo tuyo de empinar el codo, sábado sí y sábado no. 


-¡Gregoria Gutiérrez, silencio! -gritó él al teléfono. 


-¡Policarpo Miñarro Gijón, chitón! -aulló ella, y su orden se oyó en todo el plató. 



Poli dejó el programa en directo, y raudo corrió a obedecer a la Gregoria. Nunca más se presentó en la televisión para dar su opinión  ni sus lecciones. 


Ahora ha perdido fuelle en el cara a cara. Sin embargo, Policarpo ha descubierto las infinitas posibilidades de Internet para sacar su amargura de paseo. Se ha abierto cuenta en Twitter, Facebook, Instagram y YouTube, y está muy entretenido discutiendo por aquí, polemizando por acá, sentando cátedra por acullá y haciéndose odioso y digno de bloquear. Eso sí, si lo bloquean, siempre puede abrir un nuevo perfil con el que seguir la contienda y encender la polémica.

 

El problema lo está teniendo últimamente, pues va ganando multitud de seguidores y hasta piensa en lanzar sus propios canales de influencia. Así las cosas, si cierra su perfil, tendrá que empezar con uno nuevo en el que vuelva a acumular followers desde cero. Y no es plan…


La Gregoria no sospecha nada porque Poli lleva a cabo su actividad mediática en horario laboral. Pero ya el otro día le dijo: 


-¡Déjate el teléfono ese, Policarpo, que te vas a idiotizar, que andas todo el día pendiente del aparato, como si te fuese a llamar el mismísimo presidente! ¿No te da miedo eso de la 5G y las microondas y todo lo que ibas por ahí advirtiendo? ¡Más practicar y menos parlotear! 


Pero, como siempre, Poli el Poli-mista, no razona, solo discute, ve al otro como rival, y cree que la opinión correcta es la suya y que debe ganar toda discusión. 


El polemista, algún día, si no se las ve antes con su propia Gregoria, sin duda se las verá con Dios, y comprenderá que la polémica, el odio y el contender nunca fue una opción. Que no hemos de buscar tener la razón o ridiculizar, en una charla, sino dejemos paso al convencimiento que causa la verdad, hablando con amabilidad y sin sentirnos, uno del otro, superior. 

 

1 Corintios 1:20 ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el polemista de este siglo? ¿No ha hecho Dios que la sabiduría de este mundo sea necedad? 


2 Timoteo 2:23-26. Pero rechaza los razonamientos necios e ignorantes, sabiendo que producen altercados. Y el siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido, corrigiendo tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad, y volviendo en sí, escapen del lazo del diablo, habiendo estado cautivos de él para hacer su voluntad.

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