5 Consejos para mantener relaciones saludables

Relaciones saludables,
5 Consejos para mantener relaciones saludables

Mi esposa Vanessa y yo hemos cumplido veinticinco años casados y treinta como pareja. ¿Cómo hemos logrado mantener nuestra relación? Y lo que es más importante, ¿cómo hemos llegado a mantener nuestra relación saludable?

 

No ha sido fácil. La clave es ser cristianos en nuestra relación: perdonarnos, valorar al otro, ser agradecidos, entregarnos en amor… En definitiva, hacer caso a lo que se nos exhorta en Colosenses 3, 13 y 14: “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto”.

 

Podemos aplicar este tema no solo a las relaciones de pareja, también a las de amistad, o como hermanos, como familia, y hasta laborales…

 

Somos complicados


Qué difíciles son las relaciones… ¿Por qué? Porque los seres humanos somos muy complicados. Dice la psicóloga Valeria Sabater que “cada uno de nosotros disponemos de esos ovillos particulares alojados en la mente y el corazón, donde se entremezclan miedos con inseguridades, frustraciones con ansiedades”.

 

Otras veces, y de esto habla Daniel Goleman en su libro “Inteligencia Emocional”, cuando atravesamos situaciones de estrés elevado y continuado en el tiempo, dejamos de pensar con claridad, no somos capaces de ver las prioridades y tenemos una “tendencia natural” a ver las cosas mucho más complicadas de lo que son en realidad.

 

Luego están las personalidades complicadas, esos que tienen un problema para cada solución, una contradicción para cada evidencia y una tormenta para cada instante de calma. El arte de hacer difícil lo sencillo esconde un laberinto de problemas emocionales que nos será muy útil descubrir. Son relaciones que nos prueban, que nos hacen mejores, porque requerimos en ellas más sabiduría y más fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-25) y sabiduría nos da el Señor si se la pedimos (Santiago 1:5).

 

Inteligencia emocional en las relaciones


Hemos de reconocer que estamos en una evolución constante y que muchas cosas en nosotros deben mejorar. Nuestra pareja, así como otras personas que Dios acerca a nuestra vida, nos va a ayudar en ese camino del crecimiento en el carácter.

 

Según Howard Gardner, psicólogo e investigador, la inteligencia no es sólo una, sino que existen varias. Él es el padre de la Teoría de las Inteligencias Múltiples y dos de estas inteligencias son la Intrapersonal y la Interpersonal.

 

La primera, la intrapersonal, hace referencia a la capacidad que tenemos de profundizar en nosotros mismos, de conocer nuestras emociones y sentimientos, de saber quiénes somos y hacía donde vamos. La segunda, la inteligencia interpersonal, es igual, solo que al revés, es decir, la capacidad de conocer el estado de los demás, entender sus emociones, ser empáticos y comunicativos con ellos.

 

El deseo y empeño de querer cambiar y ser mejores es vital para una buena relación. Según esta teoría, todos poseemos diferentes inteligencias, sólo que desarrollamos unas más que otras, aun así todas ellas se pueden potenciar. Con la ayuda del Señor, debemos desarrollar estas inteligencias con el fin de poseer la habilidad necesaria para relacionarnos y ser buenos amigos.

 

El arte de saber comunicarnos

 

Hay algunos enemigos en la relación de pareja: la monotonía, el orgullo, poner mal las prioridades, personas peligrosas que se entrometen o la mala comunicación; peor si cabe, la ausencia de comunicación.

 

Si los problemas son obstáculos, la comunicación es la forma de saber superarlos. Ahora bien, a menudo, tristemente, la comunicación deficiente se convierte en el obstáculo en sí misma.

 

Escribe Jorge Bucay una pequeña anécdota sobre complicar innecesariamente la comunicación usando ironía y dobles sentidos:

 

Estaba una señora sentada sola en la mesa de un restaurante, y tras leer la carta decidió pedir una apetitosa sopa en la que se había fijado. El camarero, muy amable le sirvió el plato a la mujer y siguió haciendo su trabajo. Cuando éste volvió a pasar cerca de la señora ésta le hizo un gesto y rápidamente el camarero fue hacia la mesa.

– ¿Qué desea, señora?
– Quiero que pruebe la sopa.
El camarero, sorprendido, reaccionó rápidamente con amabilidad, preguntando a la señora si la sopa no estaba rica o no le gustaba.
– No es eso, quiero que pruebe la sopa.
Tras pensarlo un poco más, en cuestión de segundos el camarero imaginó que posiblemente el problema era que la sopa estaría algo fría y no dudó en decirlo a la mujer, en parte disculpándose y en parte preguntando.
– Quizás es que esté fría señora. No se preocupe, que le cambio la sopa sin ningún problema…
– La sopa no está fría. ¿Podría probarla, por favor?
El camarero, desconcertado, dejó atrás la amabilidad y se concentró en resolver la situación. No era de recibo probar la comida de los clientes, pero la mujer insistía y a él ya no se le ocurrían más opciones. ¿Qué le pasaba a la sopa? Lanzó su último cartucho:
– Señora, dígame qué ocurre. Si la sopa no está mala y no está fría, dígame qué pasa y si es necesario, le cambio el plato.
– Por favor, discúlpeme, pero he de insistir en que si quiere saber qué le pasa a la sopa, sólo tiene que probarla.
Finalmente, ante la petición tan rotunda de la señora, el camarero accedió a probar la sopa. Se sentó por un momento junto a ella en la mesa y alcanzó el plato el plato de sopa. Al ir a coger una cuchara, echó la vista a un lado y otro de la mesa, pero… no había cucharas. Antes de que pudiera reaccionar, la mujer sentenció:
– ¿Lo ve? Falta la cuchara. Eso es lo que le pasa a la sopa, que no me la puedo comer.

 

Muchas personas se empeñan en que las entiendan con indirectas, sin ir al grano, dando rodeos. Pretenden que otros adivinen por qué dicen, hacen o piensan de determinada manera, lo cual hace que la comunicación se torne muy dificultosa, cuando todo puede ser mucho más sencillo.

¿Cómo hemos llegado a mantener nuestra relación saludable?

 

Y sin más, aquí van los cinco consejos para mantener nuestras relaciones saludables. A Vanessa y a mí nos ha funcionado, estoy seguro de que a ti también te estarán bendiciendo o lo pueden llegar a hacer.

 

Lo primero es que debe ser una relación de propósito y de pacto

Todas las relaciones importantes de nuestra vida son de propósito o de pacto; mejor pensado, en muchas relaciones conviven ambas características, pues cuando hay un gran propósito el Señor interpone un pacto para preservar esa amistad o unión. Cuidado con las relaciones que solo ocupan tiempo y esfuerzo y no nos edifican.

 

En el matrimonio, Dios nos une con un propósito: que le sirvamos, que se forme en nosotros la imagen de Cristo, que nuestra familia sea de bendición a otras familias y levantar una descendencia para el Señor. Por eso a la esposa se la llama “la mujer de tu pacto” cuando denuncia la infidelidad de los hombres hacia sus mujeres (Malaquías 2:14) y la Palabra advierte a las mujeres para que nunca sean adúlteras, las cuales “abandonan al compañero de su juventud, y se olvidan del pacto de su Dios” (Proverbios 2:17).

 

Pensemos en la relación con el Señor. “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre que por vosotros se derrama”, declaró Jesús, para que recordemos que la relación con Él es de pacto (Lucas 22:20 y 1 Corintios 11:25). Cuando hay un pacto hay un valor; hay un precio que se paga; hay implícito sacrificio.

 

Si quieres tener relaciones resistentes, prueba a tener una buena relación con Jesús. La relación con Cristo eleva el resto de tus relaciones al nivel del propósito y del pacto. ¿Podemos ser buenos Cristianos y tener malas relaciones? No, pero a menudo nos engañamos pensando lo contrario.

 

Lo segundo es que debe ser una relación con Jesús en medio


En la eternidad, cuando nada existía, lo único que tenía vida era El Padre, El Hijo, El Santo Espíritu y su eterna relación. Fruto de aquella relación de amor nació todo lo creado, tanto en el universo material como en el espiritual. Por eso, una de las características de lo que el Dios relacional crea es que son seres relacionales (los animales, las plantas, los árboles, los ángeles, los astros y los seres humanos). Todo se relaciona (lo sepan o no) con el Creador y con otras criaturas para subsistir y tener vida.

 

En Jesús, el Cielo nos estaba reconciliando con Dios para volver a la esencia de lo que debía ser el hombre. Regresamos a la bendita relación, como el Maestro expresó en su oración intercesora: Como tú, oh, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros... yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad (Juan 17:20-23).  

 

Lo grande de esta oración no solo es que contiene un deseo de que volvamos a ser uno con Dios, sino que esa relación se amplía en una unidad perfecta con otros seres humanos, a través de Jesús. El Padre, sin duda, escuchó esta petición del Hijo y hoy la sigue escuchando pues Cristo Jesús “vive perpetuamente intercediendo por nosotros” ante Dios (Hebreos 7:25).

 

Lo tercero, ha de ser una relación de servicio mutuo

 

Es un placer vivir entre siervos. Hermanos que se sirven, amigos que se sirven, esposos que se sirven, por amor. “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros” (Gálatas 5:13-15).

 

También nos exhorta la Escritura en Romanos 12:11: No seáis perezosos en lo que requiere diligencia; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor.

 

Cuando no discutimos por hacer las cosas, sino que, más bien, entendemos el servicio como un privilegio y nos gozamos al servirnos, entonces es fácil que nuestras relaciones nos enriquezcan y bendigan. Acabamos haciendo equipo para servir juntos al Señor y a los demás, pues no le huimos al servicio, por el contrario, lo pretendemos.

 

Lo cuarto, debe ser una relación de honra

 

Las relaciones saludables son relaciones en las que respetamos nuestro espacio y dignidad. No nos anulamos, sino que nos potenciamos uno al otro, porque están basadas en la honra mutua.

 

Filipenses 2:3: Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo.

 

Recordemos que todo va a ser probado con fuego. No nos asustemos ante las crisis o pruebas en las relaciones, es parte de la vida; así debemos madurar y fortalecer la relación. La Biblia enseña que hierro con hierro se afila (Proverbios 27:17) y que todo debe ser probado por el fuego (1 Corintios 3:12-15). Sin embargo, la honra, el preferirnos en honra, nos mantendrá unidos y con el respeto mutuo intacto. Romanos 12:10 lo enseña: Sed afectuosos unos con otros con amor fraternal; con honra, daos preferencia unos a otros.

 

Por último, ha de ser una relación en la que disfrutamos y nos edificamos

 

Cuán importante es el darnos tiempo. La comunicación necesita tiempo, la amistad necesita tiempo. Hay que invertir tiempo y fuerzas en lo que es importante. Debemos preguntarnos ¿qué nos drena y qué nos llena en una relación? Y saber cuidar el depósito del amor, para que nunca se vacíe ese precioso “tanque”.

 

Pidamos a Dios tener un corazón alegre y no un espíritu angustiado para que el disfrute y la edificación sean constantes en nuestras relaciones. Recordemos el consejo de Proverbios 17:22: El corazón alegre constituye buen remedio; Mas el espíritu triste seca los huesos. El Espíritu Santo trabaja en nosotros cada día para llenar nuestra vida de su gozo y derramar en los demás amor y alegría.

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