Soliloquios #21

De la resistencia a la disidencia

En mi soliloquio de esta semana hay dos preguntas que me hago: ¿Estamos dando la talla como la resistencia de Dios en este momento tan importante de la historia? Y, por otra parte, ¿nos vamos preparando para ser una disidencia mundial? 

LA RESISTENCIA:

Vivimos en un territorio (la Tierra) que aún está dominado por el Reino de Tinieblas.

“Sabemos que somos de Dios, y que todo el mundo yace bajo el poder del maligno”, dice 1 Juan 5:19. Nosotros pertenecemos a otro reino, el reino de Dios, y permanecemos aún en el mundo para poder resistir el avance de la maldad y rescatar a millones de personas de la tiranía del pecado y de la influencia del príncipe de este mundo (Juan 14:30, Efesios 2:2), que los quiere llevar a la perdición eterna.

Al igual que la resistencia en días de la Segunda Guerra Mundial, nuestra labor parece que siempre está en desventaja y que la obra del Eje del Mal es imparable. Pero también, al igual que sucedió con la victoria de Los Aliados, llegará el tiempo en el que Cristo Jesús volverá y establecerá su victoria definitivamente (Apocalipsis 20:11-21). Hasta entonces se nos exhorta a que resistamos, sometidos fielmente a Dios y aferrados a la esperanza de la victoria segura: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Santiago 4:7.

¿Estamos dando la talla como la resistencia de Dios? Creo, con todo el corazón, que para poder servir al Señor en las próximas décadas debemos desarrollar un mayor coraje y espíritu guerrero. Una disciplina espartana. Un coraje similar al de nuestros hermanos del primer siglo. No podemos ser cristianos acomodados, frágiles, hipersensibles y centrados en nosotros mismos. Las dificultades del 2020 están poniendo a prueba nuestra resistencia, como en una carrera de fondo en la que descubrimos qué tal está nuestra forma física. Este desafío a nuestra fe debe fortalecer nuestro espíritu y afirmar el carácter para elevar la capacidad de resistencia.

No podemos ser la resistencia de Dios en La Tierra, sin capacidad de resistencia. Pidamos más gracia al cielo, más perseverancia, más sabiduría. La paciencia de los profetas: “Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo”. Santiago 5:10-11.

“Francia ha perdido una batalla, pero no ha perdido la guerra", dirá el general francés Charles De Gaulle, en el propósito de continuar la lucha desde dentro y fuera del país, al frente de la resistencia francesa. Nosotros podemos perder alguna batalla, pero resistamos… Al final, el diablo huirá. La guerra a gran escala será gloriosamente ganada por Cristo.

Me llama especialmente la atención la resistencia judía ante los nazis. A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial fue posible encontrar testimonios de muchos casos de lucha armada de los judíos contra los nazis a lo ancho de Europa, siendo la más conocida de todas ellas la rebelión del gueto de Varsovia en la primavera de 1943. En la práctica, todos los intentos de los luchadores judíos por enfrentarse a los nazis finalizaron en derrota, pero fue crucial para la subsistencia de miles de judíos y para dejar un testimonio a las siguientes generaciones de que no se rindieron sin más, esperando resignados la muerte, sino que ofrecieron diferentes tipos de resistencia: oposición armada (los partisanos judíos); la contra-economía clandestina, con el contrabando de alimentos, ropa, medicamentos y otros artículos necesarios, lo que permitió a los judíos sobrevivir por un poco más de tiempo; en muchos guetos, en especial en los de Varsovia y Cracovia, se imprimieron y se distribuyeron periódicos clandestinos; incluso en el plano personal, como lo señaló Primo Levi en su libro: “En realidad, hasta el cuidado por la limpieza del ser humano en un lugar como Auschwitz era en cierto modo el cuidado de la dignidad y el espíritu humanos”.

Tuvo gran importancia también la resistencia espiritual, denominada la “santificación de la vida”. Como nos recuerdan desde Odot HaShoá, The Holocaust Resource Center: “Luego del comienzo de la guerra respondieron los judíos al deterioro de su situación y al proceso de deshumanización que los afectaba, fundamentalmente en los guetos del Este y en los campos de concentración nazis, mediante esta resistencia espiritual. El establecimiento de escuelas judías, teatros, orquestas y actividades similares, ayudó a los judíos a conservar su dignidad humana a pesar de la opresión nazi. También la observancia de las obligaciones religiosas (Mitzvot) a pesar de las leyes y de las ordenanzas que lo prohibían, era una expresión muy importante de la santificación de la vida en los guetos y en los campos”.

La abnegación, o el espíritu de sacrificio de la resistencia en aquella Gran Guerra, bien pueden inspirarnos ya que, en un sentido, estamos en una especie de Tercera Guerra Mundial: la del terror, el engaño, la manipulación a escala mundial, la dictadura de las ideas, la menos evidente y, a la vez, visible Guerra del Final de los Tiempos.

Los hijos de Dios ejercemos un papel de resistencia espiritual y cultural en medio de un mundo dominado por la incredulidad, el libertinaje y la maldad. Aunque seamos una minoría, aparentemente en desventaja, representamos la última esperanza para los hombres que siguen buscando el sentido de la vida y las respuestas absolutas a las preguntas más inherentes a la condición de ser humano pensante y trascendente. Sin embargo, debemos prepararnos para pasar de la resistencia a la disidencia, es decir, de ofrecer una resistencia más o menos aceptada en la sociedad posmoderna, a ser estigmatizados y perseguidos (como grupo pernicioso que siembra el engaño y frena el avance de los pueblos). En algunas latitudes, muchos cristianos son ya, no solo la resistencia, sino también disidentes que se juegan la vida por su fe. Todo avanza, a mayor o menor velocidad (dependiendo de la región del mundo que se analice), hacia una homogeneización de la condición de discípulo de Cristo, como disidente.

LA DISIDENCIA:

El cristianismo auténtico y bíblico siempre ha tenido algo de disidente, en el sentido de romper o desmarcarse del sistema establecido en ámbito político y religioso, y traer una nueva cultura y forma de vida a la Tierra: el reino de Dios. Además, el concepto de disidente (dissenter, en inglés) se comienza a usar en Inglaterra para denominar a los distintos grupos religiosos protestantes que disentían de la iglesia establecida (stablishment) en Inglaterra y los países anglosajones durante la Edad Moderna (siglos XVI, XVII y XVIII). De manera que el término ‘disidente’ se utilizó inicialmente para referirse a quien se desmarcaba de una doctrina religiosa o de un dogma, antes de ser aplicado al campo político e ideológico. El término fue usado por primera vez desde un punto de vista político en el periodo de entreguerras, con el ascenso de los sistemas totalitarios fascista y estalinista.

Los disidentes ingleses eran reformadores (partidarios de la Reforma Protestante) que se opusieron a la interferencia del Estado en la Iglesia, incluso en asuntos no religiosos, y fundaron sus propias comunidades, que pretendían ser autónomas del poder episcopal y político. Por ejemplo, los puritanos del Mayflower, considerados los “padres peregrinos” de Estados Unidos.

En España también hubo disidentes. En el siglo XVI, la Península Ibérica no quedó al margen del gran debate teológico que sacudía Europa; y se leían, comentaban y discutían los escritos de la Reforma. Fue un tímido movimiento de Reforma y disidencia religiosa.

En todas las épocas la disidencia fue perseguida y expulsada, cuando no se exilió voluntariamente, ya que se convertía en una seria amenaza para el sistema establecido: Jesús fue perseguido y asesinado; sus discípulos también; los movimientos reformadores se aplacaron con mayor o menor efectividad a través de la Contrarreforma, la Inquisición, la persecución anglicana, etc. Y en el ámbito político y de ideas, siempre ha habido disidentes perseguidos por los regímenes totalitarios: el chino; el ruso; el nazi; el sudafricano; el norcoreano y muchos más.

El apóstol Juan escribe sobre nuestra disidencia en estos términos: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye. Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error”. 1 Juan 4:4-6.

Ser un seguidor de Cristo implica amar y servir a los hombres, pero no somos de este mundo. Y cuando la maldad avanza y se convierte en un imperio que todo lo quiere controlar, como en días de Nabucodonosor, cuando todos se debían postrar ante la imagen, o en días de Daniel, cuando se prohibió la oración bajo pena de acabar comidos por los leones, ser fieles al Señor equivale a una disidencia que se castiga ferozmente.

Mathieu Bock-Côté, escribió para Le Figaro, un interesante artículo sobre un gran disidente ruso, el Premio Nobel de Literatura en 1970, Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008), quien se opuso al socialismo soviético y dio a conocer los Gulag comunistas como en el que él estuvo preso desde 1945 hasta 1956. Bock-Côté lo considera la figura representativa del disidente en el siglo XX.

Para Solzhenitsyn, la institucionalización de la mentira es la marca distintiva del totalitarismo, que pervierte el alma humana y desestructura los puntos de referencia fundamentales de la conciencia. En palabras del nobel: “El totalitarismo, al estilo de un régimen ideocrático, plantea una verdad oficial a la que todos deben someterse, sobre todo porque es contraria a la verdad efectiva de las cosas. El totalitarismo obliga al hombre a decir lo contrario de lo que piensa, e incluso lo contrario de lo que ve. Más aún, lo tiene que decir con entusiasmo. Ante los sabios oficiales del régimen debe repetir las verdades decretadas, a pesar de que en lo más hondo de sí mismo sea consciente de su falsedad”.

La propuesta de resistencia de Solzhenitsyn es decir la verdad, llamando a las cosas por su nombre. Para el escritor y disidente ruso “al hombre no se le puede manipular completamente”. Y lo argumentó así: “El hecho de nacer en una nación histórica concreta es una fuente valiosa de identidad; y su búsqueda espiritual, que le empuja hacia los fines últimos, revela una naturaleza humana que ningún orden social, por terrible que sea, podrá nunca aplastar y a partir de la cual la aspiración por la libertad puede resurgir”. Muchos han observado que la filosofía de Solzhenitsyn estaba anclada en un patriotismo ruso y en una fe ortodoxa profundamente arraigados.

Y, de hecho, el resistirnos a cambiar nuestra identidad, y el negarnos a dejar de predicar la verdad de Jesucristo o llamar a las cosas por su nombre, son actitudes cada vez más denostadas y perseguidas. Me pregunto si estamos preparados para ser una disidencia mundial. En muchos lugares, para millones de hermanos en la fe, esto ya es una realidad; han pasado de la resistencia a la disidencia. ¿Estamos nosotros mentalizados de que, en la medida en la que avance la historia y se acerquen los tiempos del fin, tendremos que acostumbrarnos a sufrir como disidentes? ¿Incluso a acabar en un exilio o en una cárcel o en un martirio? Suena muy fuerte, pero el Señor ya nos lo advirtió.

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