Cuento 1: Queridos hermanos suscriptores

Cuento del futuro

Primer cuento de la serie Después del ResplandorUn cuento ambientado en un hipotético año 2071, donde los creyentes son suscriptores y las cosas, a menudo, no son lo que parecen. La serie continúa con Pregunta a Los Arcanos.

QUERIDOS HERMANOS SUSCRIPTORES

-Queridos hermanos suscriptores, bienvenidos a esta nueva reunión. Hoy es domingo 14 de julio de 2071. Os ruego que os pongáis en pie...


Isaac y Ágata se levantaron de sus respectivas sillas. No se hallaban físicamente en una iglesia. Desde hacía más de una década habían desaparecido las reuniones presenciales. En su lugar, las experiencias de realidad mejorada se habían impuesto.

Unas discretas diademas mandaban ondas al cerebro de la pareja y les permitía verse a sí mismos en una gran iglesia, luminosa y moderna, en la que solían adorar con unas cuatro mil personas e interactuar con Jorge, el pastor, o con los hermanos que se sentaban habitualmente cerca de ellos. Llevaban treinta y seis meses reuniéndose en aquella congregación y sentían que a sus setenta y tres años no tenían ganas de volver a cambiar de suscripción.

Isaac se había rendido en su búsqueda de alguna iglesia que todavía creyese en los sesenta y seis libros de la Biblia. Los Arcanos habían censurado la Biblia completa en el 2045 y los líderes de la mayoría de las iglesias lo acabaron aceptando, no sin luchar con todos los medios a su alcance, unos antes y otros más tarde. Era eso o que prohibieran el culto cristiano. Aunque en su intimidad seguían siendo sesasenios, esto es, de los sesenta y seis libros.

Veintiséis años más tarde, y con una nueva generación al frente de las congregaciones, la Summa Biblia, era la única que se usaba. Una versión de cincuenta y un libros, muchos de ellos reducidos “omitiendo partes problemáticas, complejas o que daban lugar a la confusión”, según decía el gobierno de Los Arcanos.


-Quiero que meditemos en un texto de Hebreos –dijo el pastor Jorge, después del tiempo de alabanza-. Conectad vuestra Summa a la mía y vamos leyendo juntos.

Ágata tenía su crystal en las manos, una lámina de transcato, de cuarenta centímetros de alto y veinticinco de ancho, totalmente transparente. Con un toque de su dedo el aparato se ilumino y apareció la Biblia Summa del pastor en el crystal de Ágata, como en los demás dispositivos. Isaac no tenía su crystal; ambos podían leer en el de ella; aunque Ágata sabía bien que, en el fondo, las convicciones sesasenias de su marido hacían que rechazase aquella versión manipulada y prefiriese la gastada Biblia de papel que descansaba en su mesita de noche.


-Porque si la sangre de los machos cabríos -continuaba el pastor- y de los toros, y la ceniza de la becerra rociada sobre los que se habían contaminado, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo? ¿cuánto más la sangre de Cristo? ¿cuánto más la sangre de Cristo? ¿cuánto más la sangre de Cristo? ¿cuánto más...?


Las diademas del matrimonio se apagaron y apareció un mensaje en su crystal:

Lamentamos interrumpir esta reunión por problemas técnicos.

Isaac se quedó congelado unos segundos y de pronto saltó de la silla como un resorte y se quitó la diadema mientras gritaba:

-¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¡Lo sabía!

-¿Qué sabías? -preguntó Ágata asustada, desconectando su diadema con más delicadeza.

-¡Es un poshumano! ¡Hemos estado escuchando y siendo pastoreados por un poshumano!

-¡Baja la voz, Isaac! Por amor de Dios -suplicó Ágata tomando con nerviosismo las manos de su esposo-. ¡Nos pueden oír!


Era un grito ahogado en el miedo, y ambos instintivamente comenzaron a escudriñar cada rincón del salón en busca de cualquier cosa externa: una mosca, un mosquito, una palometa, una arañita...


Recorrieron la estancia, la cocina, su dormitorio y el pasillo apresuradamente, todo, excepto la habitación de Óscar, y volvieron al salón reanudando la conversación en murmullos.


-Puede haber sido un fallo en las diademas –dijo Ágata con poca fe en su propio argumento.

-No. Y lo hemos visto otras veces. Eso es un fallo de programación, Ágata.

-¡Dios mío! -Ágata seguía mirando a su alrededor por si algo podía estar espiándolos.

Que Los Arcanos usaban cualquier forma de vida, por minúscula que fuese, para disfrazar un robot espía era un secreto a voces. ¿Cómo si no lograban descubrir cualquier sublevación o disolver movimientos de disconformes tan pronto como aparecían? Las paredes podían tener oídos y las lámparas ojos.

-¡Qué horrible, Ágata! Le hemos confiado el cuidado de nuestra alma a una máquina.

-Pero todo lo que predicaba y aconsejaba parecía tan sensato... -susurró Ágata, secando unas lágrimas que se escaparon súbitamente.

-Los programan bien. En las mejores ágoras del saber Arcano. ¡Todo es una mentira! La iglesia, el pastor, Summa, nuestros amigos... ¡No sé ya a quién creer! -exclamó Isaac, alzando un poco más la voz, a lo que Ágata reaccionó abrazándole, como en un intento de calmarlo.


En ese momento Óscar, su único hijo, salió del cuarto arreglado para un traslado.

Desde mitad de siglo casi todo se hacía en casa, a través de la realidad mejorada. No se compraba; drones traían los pedidos. No se paseaba; era demasiado peligroso. No se cenaba con amigos; en su lugar, las diademas permitían la socialización con el mínimo riesgo. Pero el programa de reproducción del gobierno Arcano requería dos o tres traslados de los interesados que solicitasen un hijo, para entrevistas presenciales.

La pareja de Óscar y Noa, su prometida, resultaba esperanzadora, al parecer de Isaac y Ágata: humanos y heterosexuales. Además, querían casarse y en cosa de unos años tener un hijo humano. Como los matrimonios de antes. Aquella sería la primera entrevista frente a los inspectores y Óscar llevaba toda la semana muy nervioso. Cuando vio a sus padres abrazados, en mitad del salón y con el rostro desencajado se asustó.

-¿Qué pasa, papás? Deberíais estar en la reunión.

-Hijo, escúchame... -Isaac se desprendió con cuidado de los brazos de Ágata y se acercó a Óscar poniendo su mano derecha en el hombro izquierdo de su unigénito-. ¿Estás seguro de que Noa no es una trashumana? O... -Tragó con nerviosismo antes de preguntarlo-. ¿O una poshumana muy bien acabada?

-¡Papá!

Óscar soltó la mochila donde llevaba el kit de respiración (mascarilla y botella de oxígeno), miró sorprendido a su padre y, en un acto inconsciente de temor, repasó en un segundo el salón, en busca de cualquier nanobot.

-¡Papá! ¡Nos hemos criado juntos!

-Casi siempre en una relación de diadema -murmuró Isaac haciendo una señal a su hijo para que bajase la voz.

-Pero ella... Su familia... Son muy buena gente. Conozco a sus padres. Asisten a la iglesia a la que íbamos antes.

-¿La iglesia que resultó ser un templo de arcanos en lugar de una casa de Dios? ¿La iglesia de donde tuvimos que salir todos los que teníamos una fe sesasenia?

-Deja a tu hijo, Isaac, por favor -medió Ágata- ¿Cómo no va a saber él que Noa es humana? Si llevan juntos... ¿Cuánto, hijo? ¿Cuánto tiempo?

Óscar buscó una silla donde sentarse antes de contestar a la pregunta. Estaba pálido.

-Cinco años... Desde que cumplí los treinta –dijo Óscar frunciendo el ceño-. Pero ¿a qué viene esto?

-Creemos que don Jorge, el pastor de la iglesia, es robot –dijo Ágata en un hilo de voz.

-¿Don Jorge? ¡No puede ser! ¿Por qué creéis eso? -quiso saber Óscar- ¿Robot o mejorado? -volvió a preguntar sin salir aún de su asombro.


Los poshumanos eran cien por cien robots; inteligencia artificial. En cambio, los trashumanos eran personas que habían integrado componentes tecnológicos a su naturaleza humana; ciborgs.


-Poshumano -aclaró Isaac con tristeza-. Tuvo un fallo de programación ante cuatro mil suscriptores reunidos.

-En mitad del mensaje -añadió Ágata.

Óscar se llevó las manos a la cara.

-Ahora no podéis abandonar la iglesia –dijo-. Os acusarían de posfóbicos y perderíais vuestra amplitud de diadema.

-Lo sabemos -asintió Ágata.

-Además -continuó Óscar, como pensando en voz alta, a la vez que comenzaba a pasear por el pequeño salón-, podrían negarnos el hijo a Noa y a mí.


Isaac y Ágata se miraron con complicidad. Solo ellos sabían lo que habían luchado para que Los Arcanos les concedieran tener su hijo. En unos instantes pasaron por su mente los tres años de batalla legal. Solicitudes, alegaciones, entrevistas, reclamaciones y silencios, mientras que ante sus narices parejas trashumanas, poshumanas, mixtas, homo, hetero o individuos solos afines al gobierno recibían su hijo.

Lejos quedaba aquel tiempo cuando la reproducción era algo natural. La última pareja que engendró sin ayuda lo hizo en el 2052; y el bebé que nació solo vivió un par de años, incapaz de respirar por sí mismo.

Por fin, tuvieron que contratar a un abogado y endeudarse para pagar a médicos privados y así defender que sus óvulos y espermatozoides eran sanos y aptos para la reproducción. Cuando les dieron el permiso para formar familia querían contentarles con una niña trashumana, no engendrada a partir de ellos.

Isaac sintió que las fuerzas le abandonaban al recordar aquella etapa de sus vidas. Ágata se lo notó al instante y le ayudó a sentarse, en tanto que iba a servirle un vaso de agua fría.


-Toma, bebe, parece que has visto un fantasma –. Lo hizo reaccionar con un zarandeo y Ágata tomó la palabra.

-Tu padre estuvo a punto de pasarse a Los Inconformes solo para tener un hijo propio en las clínicas clandestinas -confesó con pesar causando desconcierto en Óscar-. Convencí a tu padre de que intentara ganarse la confianza de los inspectores de cualquier forma.

-Por eso nos suscribimos a un templo arcano y me tragué cientos de horas de visionado, charlas, reportajes históricos y demás basura propagandística y adoctrinadora –dijo Isaac volviéndose a incorporar con la fuerza de la indignación.

-¿El premio? -concluyó Ágata- Un hijo humano, de nuestras propias células, que ya ha cumplido treinta y cinco años.


Óscar retrocedió unos pasos hasta dar con su espalda en la pared. Sus padres nunca le habían contado lo tormentoso que fue conseguir el permiso de paternidad.

-Vamos a ver, hijo –dijo Isaac intentando tranquilizar a Óscar-, tu madre y yo vamos a seguir suscritos a la iglesia, no te preocupes. ¿Pero hay algo que tengas que decirnos de Noa?

-No, papá -se apresuró a contestar Óscar.

La duda era evidente en su tono.

-¿No, papá? -inquirió Ágata.


Óscar rehusó mirar a su madre a la cara y en su lugar se colocó la mascarilla de oxígeno, listo para salir de la casa. Isaac se interpuso entre su hijo y la puerta.

-¿Qué es, hijo? Aquí están tus padres para ayudarte... ¡Como siempre! -dijo Isaac con ternura.

Óscar bajó la cabeza. Su madre lo agarró del brazo.

-¿Qué te preocupa, Óscar? -preguntó Ágata, quitándole dulcemente la máscara.


Óscar se dejó caer en el sillón. Enrojeció repentinamente y con la tragedia dibujada en su rostro se lo contó. Por fin se lo contó.

-Papá. Mamá. Noa es poshumana.



¿Continuará?


Juan Carlos P. Valero

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