Soliloquios #26

La Posmodernidad y sus peligros

(Recopilación de los tres artículos publicados en Evangélico Digital sobre este tema)

La posmodernidad y sus peligros (1) 

Me propongo abordar un tema complejo en tres soliloquios -este sería el primero-: el de la posmodernidad.

Quiero enfocar la reflexión no tanto hacia una definición de lo que es posmodernidad, sino hacia los peligros que entraña una época tan enigmática como la presente.  

Decía Mario Perniola1 que una "sociedad en la que nadie sabe ya qué es lo que realmente sucede, en la que resulta imposible calcular exactamente el precio de la producción de quien sea, en la que la incertidumbre está organizada en todos los ámbitos", no puede ser definida como una sociedad del secreto, “pues esa es, en realidad, una sociedad del enigma”. 

Efectivamente, vivimos un tiempo enigmático; y es que una de las características de la posmodernidad es un predominio de las preguntas sobre las respuestas 

En mis artículos no solo pretendo que nos enfrentemos a los peligros, que analizaré muy de soslayo. Quiero aportar soluciones sencillas y bíblicas para, de este modo, no contribuir a ese clima de confusión que impregna esta era; más bien, distanciarme del sentir del mundo presente y ayudar a anclarnos en los valores del reino eterno. Desde allí será mucho más fácil servir a nuestra propia generación.  

No me gustaría ser parte del problema, sino de la solución. Por eso me emociona lo que se dice en Hechos de David, casi a modo de epitafio: “Porque David, después de haber servido a su propia generación según el propósito de Dios, durmió...” Hechos 13:36.  

Para servir a nuestra generación debemos entenderla, y no perder de vista el propósito de Dios, es decir, por qué el Señor nos tiene aquí para traer el evangelio eterno e inmutable a una sociedad cambiante y confundida. 


Algunas características de la posmodernidad 

Son muchos los pensadores, artistas y autores que hablan ya de una postposmodernidad o metamodernidad. Creen que lo que surgió en los años 30, como una reacción frente al modernismo, ha dado paso a otra época que ha superado la posmodernidad. Pero es indudable que los elementos de la posmodernidad están presentes hoy, aunque sigan evolucionando con las modas y los distintos comportamientos del hombre. 

Las cuestiones fundamentales que plantea el tránsito hacia lo posmoderno en las sociedades contemporáneas son: 

- El predominio del consumo como algo prioritario. Esto lleva a hablar de la cultura del consumo como la cultura de la posmodernidad. 

- La estetización de la vida. Es decir, la vida misma como obra de arte. 

- El auge y protagonismo de las nuevas tecnologías que, aplicadas al campo de la información y la comunicación hacen que sea posible describir esta sociedad como la Sociedad de la Información. 

- Y la búsqueda de nuevas experiencias. Lo que se denomina la Sociedad del Entretenimiento. 

Jameson2 , dentro de la caracterización de la posmodernidad, añade dos aspectos esenciales: 

- La transformación de la realidad en imágenes. Abundaremos en ello en este y otros soliloquios. 

- Y la fragmentación del tiempo en presentes perpetuos. Todo es presente, por ejemplo, en los medios de comunicación.  

Según Perniola1 la experiencia del presente sería la única dimensión temporal: "La actualidad se acompaña con una impresión de déjà vude aburrimiento, de narcosis... Hay una especie de pérdida de continuidad histórica; la desaparición de la sensación de pertenecer a una sucesión de generaciones". 

Por otra parte, el sociólogo y filósofo polaco, Zygmunt Bauman, enfrenta lo sólido de la modernidad con el concepto líquido de la posmodernidad. Bauman señala que la modernidad sólida ha llegado a su fin. La modernidad persistía en el tiempo, y era posible establecer raíces ideológicas y espirituales que generaban confianza de pertenencia, de identidades colectivas. En cambio, lo líquido es informe, se transforma constantemente: fluye, cambia, se mueve. Bauman dice que "estamos condenados a vivir en la incertidumbre permanente".  

En fin, no pretendo extenderme a la hora de describir la posmodernidad, ya que, al hablar de sus peligros, indirectamente, la estaremos examinando. Empiezo, sin más, con dos peligros en este artículo: el de interpretar en lugar de vivir; y el peligro de temer al silencio. 


El peligro de interpretar en lugar de vivir 

“Tal vez nos estamos alejando cada vez más de la realidad natural, adentrándonos en una realidad cultural, inventada y artificial”. Esta cita de Castellsdescribe el sino de este tiempo. También Debord4 apuntó a una espectacularización de la vida posmoderna en general; la tendencia de ir hacia una especie de simulacro de lo real. Baudrillard5, en Cultura y simulacro, afirma que la característica de nuestro tiempo es la producción y reproducción de lo real, lo cual difiere de la propia realidad.  

¿Vivimos, pues, un simulacro? Baudrillard concluye que sí; que la cultura del simulacro en la que nos movemos provoca que "lo real se confunda con el modelo” y nos sumerge en la hiperrealidad con dos componentes esenciales: la hipervisibilidad y la espectacularización. Todo está excesivamente expuesto hipervisibilidady estamos tentados a hacer de todo un espectáculo -espectacularización-. 

La modernidad se caracterizó por la interioridad de la experiencia y por el protagonismo de la actividad en sí. Pero se ha pasado, en la posmodernidad, a una forma de sentir externa y pasiva. Según Mario Pernioladel hombre-máquina al hombre-vídeo, es decir, la misma realidad humana “abierta de par en par hacia el exterior y dedicada al ejercicio infinito de la reproducción mimética". 

Podemos caer en el peligro de vivir para mostrar; de no disfrutar de lo que hacemos porque estamos tan concentrados en interpretar un papel frente a la cámara del smartphone o del pc que ya no estamos haciendo para vivir, sino para interpretar una vida. Los influencers, los streamersyoutubersinstagramers, son todo un modelo para las nuevas generaciones. Y un modelo que en muchos casos triunfa. Eso puede provocar que otras personas los quieren imitar y se sumen a esa necesidad de mostrar. Incluso, de hacer para mostrar. En definitiva, que nuestra vida esté expuesta, constantemente exhibida, y se convierta en una vida simulada y no realmente vivida. 


¿Cómo podemos combatir esta tendencia? 

Pablo dijo que los apóstoles eran un espectáculo para el mundo (1 Cor. 4:9); Jesús vivió ante las multitudes y era contemplado por los ángeles (1 Tim. 3:16); la epístola de Hebreos nos insta a que corramos la carrera, conscientes de que estamos ante una gran nube de testigos, y que nos contemplan como en un gran estadio (Heb. 12:1). Pero no vivimos para ellos: ni para el mundo ni para los ángeles ni para los espectadores celestiales –o terrenales-. Debemos vivir para Dios; y bajo sus ojos que nos miran constantemente. ¡Queremos agradarle a Él! 

La única manera de impactar en lo público es saber vivir bien ante Dios, en lo secreto (Mateo 6:4, 6 y 18). Sabernos ocultar y tener tal amistad con el Señor y tal calidad de vida abundante, de vida real, que si cualquier cámara nos capta lo que se vea sea un reflejo de Cristo (Gálatas 2:20). 

Es inevitable estar expuestos; ser observados; vivir bajo escrutinio; tener una vida mediática y pública... Pero no debemos confundir el orden de los factores. En este caso, sí que altera el producto. Buscamos el aplauso del Cielo; la sonrisa de nuestro Padre; el agrado de Jesús; que el Espíritu Santo esté feliz viviendo en nosotros y con nosotros. Si eso provoca un efecto de visibilidad hacia la sociedad, estaremos mostrando, no un simulacro, sino una evidencia: la evidencia de una fe vivida desde adentro hacia afuera. 


El peligro de temer al silencio 

Jesús González Requena6 analizó en su estudio, El discurso televisivo, todo un producto de la posmodernidad. Allí se nos ofrece una radiografía de la ideología que guía la práctica del discurso televisivo. El espectáculo -algo muy barroco- subyace y domina el panorama televisivo. 

González Requena llega a la conclusión de que el discurso televisivo produce un gran “valor”: el narcisismo. Y que el espectador cae en la autofascinación especular: el espejo narcisista es un punto de llegada y sus consecuencias son el individualismo, la acumulación, el look, el light, el diseño, la seducción o el placer. Quedarían relegados a un segundo lugar los “contravalores” como el esfuerzo, el trabajo, el sacrificio, el compromiso, la verdad, la ley, la demora del placer... 

Lo que Jesús González describía en el 1988 aparece hoy potenciado ampliamente con la llegada del Internet y de las redes sociales.  

Una frase demoledora de González Requena nos sitúa en el peligro que queremos tratar: el temor al silencio. “En el espacio fracturado, esquizoide, de la posmodernidad, los medios de comunicación de masas, bajo la cobertura de un simulacro de comunicación, y bajo el incentivo seductor del espectáculo que construyen, terminan por convertirse en generadores de ruido incesante con el que el sujeto pretende tapar la emergencia de lo real. El silencio parece producir pánico al sujeto posmoderno”. 

Así, lo que realmente importa no es decir algo, sino mantener el contacto diciendo cosas y, de esta manera, rentabilizar el acto mismo de decir. Lo que se olvida, después de todo, es algo tan sencillo como esto: que para que la comunicación pueda conservar su digno nombre lo importante es tener algo -necesario- que decir y decirlo, solo, cuando es necesario. O, en otros términos, “que solo el silencio dota de sentido y de espesor a la palabra”. 


En mi caso, como comunicador, constantemente me pregunto esto: ¿Tengo que decir algo o tengo algo para decir? Reflexiono –y en mi soliloquio lo hago en voz alta para que tú medites también- ¿es la simple necesidad de llenar un tiempo y de que no haya silencio?; o, por el contrario, ¿es decir algo porque toca decirlo y porque debe ser dicho? El consejo de Jeremías a los profetas resuena diariamente en mi interior: “Pero si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal camino...” Jeremías 23:22. 

Por otra parte, estoy más consciente que nunca de la economía de las palabras. Si se puede decir en cinco no es necesario emplear diez. Si mi mensaje es de media hora no tengo por qué ocupar una hora. Y si no es mi turno para hablar lo mejor es callar. 

La cultura de la meditación, de la reflexión o del silencio parece algo meramente oriental; de culturas asiáticas. Pero otro oriental lo enseñó -en este caso, un judío- Jesús. Y nuestra Biblia lo recomienda constantemente. 

Debemos vivir conscientes de que un día no solo daremos cuenta de lo que hayamos hecho. Estaremos ante el trono de Dios y también seremos recompensados o reprendidos por lo que hayamos hablado y pensado. “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” Mateo 12:36.  

No temamos al silencio. Huyamos del ruido. Demos lugar a pensamientos de bien y a palabras de gracia. Que cuando un hijo de Dios hable –sea en un medio de comunicación, en una red social, o interpersonalmente, con palabras o en texto- los demás callen porque saben que esa voz merece la pena ser oída. Prestemos nuestra boca al Santo Espíritu. El mundo posmoderno necesita escucharlo. 

En el próximo soliloquio abordaré estos otros dos peligros: el peligro de la disfunción narcotizante; y el peligro del gusto por la intimidad ajena y la morbosidad. 

 

1. Perniola, Mario (2006). Enigmas. Egipcio, barroco y neo-barrocoCendeac: Murcia. 

2. Jameson, F (1987). Revisando el postmodenismo: una conversación. Texto Social, 17 (otoño). 

3. Castells en Ballesta Pagán, Javier (2009). Educar para los medios en una sociedad multicultural. Barcelona: Editorial Davinci. 

4. Debord, G (1967). La sociètè du spectacleChamp Libre. 

5. Baudrillard, J (1978). Cultura y simulacro. Editorial Kairós: Barcelona. 

6. González Requena. J. (1988). El discurso televisivo. Ediciones Cátedra: Madrid. 


La posmodernidad y sus peligros (2) 

Me he propuesto, a través de tres artículos, tratar el tema de la posmodernidad, haciendo un énfasis en algunos peligros que enfrentamos la mayoría de los mortales en esta época, y aportando la medicina de la Biblia, el consejo de Dios, en cada uno de estos problemas. En el primer soliloquio vimos, a vista de pájaro, el peligro de interpretar en lugar de vivir, y el peligro de temer al silencio. En esta ocasión pondré en consideración estos otros: la disfunción narcotizante de los medios de comunicación; y el gusto por la intimidad ajena y la morbosidad. 

Definir el término posmodernidad es complejo, como veníamos afirmando en el anterior artículo. Otra de las características del tiempo posmoderno es el eclecticismoLa RAE define eclecticismo como la combinación de elementos de diversos estilos, ideas o posibilidades. 

Efectivamente, vivimos en la era de la mezcla, la complejidad, la saturación, en definitiva, un eclecticismo que, quizás, algunos juzguen prolijo y otros paranoide, pero que puede ser detectado en la literatura, la arquitectura, la pintura y en otras muchas manifestaciones artísticas y culturales. La posmodernidad es un eclecticismo que recoge diversidad de elementos, de estilos diferentes y de influencias. Decía Luis Racionero1 en su obra, El progreso decadente“Si la modernidad fue un neoclasicismo racionalista, lo posmoderno es un neobarroco simbolista”. 

Por eso, nos podemos sentir confundidos, asfixiados, avasallados por los mensajes de los medios de comunicación, que son omnipresentes, hoy más que ayer. Corremos el peligro de perdernos en la maraña de información y entretenimiento, y acabar desorientados, sin hallar sentido a la vida. Encontrar en la avalancha de información y en la multitud de contenidos las posibilidades de un mundo con mejores valores es uno de los desafíos para el hombre posmoderno. Dice Luis Racionero1: “El siglo XX se abrió con teorías sobre decadencia y se cierra con la teoría del caos: no es por casualidad... Caos en el sentido de cantidad, complejidad y mezcolanza. La asignatura pendiente del siglo XXI es (…) cómo cribar y filtrar la calidad en la complejidad, cómo ordenar la mezcolanza para que esta sea fértil en vez de asfixiante". 

Los hijos de Dios contamos con algo que es imprescindible; tanto como el aire que respiramos: discernimiento (Hebreos 5:14). La palabra de Dios sigue siendo la lámpara que nos ilumina el camino (Salmo 119:105), la antorcha para días oscuros (2 Pedro 1:19). Y con Isaías podemos decirnos a nosotros mismos (pues de eso trata un soliloquio): “a la ley y al testimonio, si no hablan conforme a la Palabra es que todavía no les ha amanecido” (Isaías 8.20). 

Para Len Masterman2 la clave para no ser manipulados por las influencias de los mass media es la educación, y el objetivo prioritario de la educación de este tiempo es alcanzar la autonomía crítica: desarrollar suficientemente la confianza en nosotros mismos y la madurez crítica como para podernos enfrentar a los mensajes de los medios. 

Sin embargo, Ramón Ignacio Correa3 va más allá y nos invita a “ser honradamente subversivos”. Correa advierte del hipnotismo de la cultura oficial y dominante y propone el pensamiento crítico, como Masterman, solo que añadiendo un componente de valentía para no caer en el comportamiento gregario: “El pensamiento crítico ante los medios estaría definido por la independencia y la autonomía de las personas en el procesamiento que hacemos de la realidad que nos ofrecen los medios. A través de la conciencia crítica podemos llegar a alcanzar cierto grado de soberanía ante las coerciones intelectuales y sociales de la propia tribu. O, en palabras de Henry Giroux, cruzar fronteras: dejar atrás los límites de la cultura oficial, de la ideología dominante y de las creencias sutilmente impuestas”. 

Creo que la invitación del evangelio es exactamente eso: cruzar una línea; pasar una frontera. Las multitudes, que viven conforme a los patrones del mundo, se quedan de un lado, en la seguridad de lo que hace la mayoría. Pero Jesús nos dice: "toma tu cruz y sígueme" (Mateo 10:38); ven conmigo, a ver la realidad desde este otro lado, el de Dios, el del reino de Dios. Dar el paso de dejar la multitud y convertirse en discípulo cuesta mucho. De hecho, cuesta todo. Solo lo podemos dar por amor a Jesús. Sin embargo, cuando lo hacemos, cuando estamos junto a Jesús, él transforma nuestra forma de pensar y descubrimos la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:2). Se nos aclara la vista. Si el eclecticismo del tiempo posmoderno es una niebla que lo envuelve todo, con Jesús subimos a un monte alto, desde donde podemos recuperar la visión. 

Quizás ayude, como lo hice la semana pasada, el analizar dos peligros más de la posmodernidad, siempre muy conectados con los medios de comunicación, que juegan un papel protagonista en el mundo de hoy: el peligro de la disfunción narcotizante; y el peligro del gusto por la intimidad ajena y la morbosidad. 


La disfunción narcotizante de los medios de comunicación 

En los estudios de efectos de la comunicación, elaborados desde las Ciencias Sociales, se ha producido una evolución en los planteamientos. El profesor Aguado Terrón4 los resume así: la etapa de los efectos todopoderosos (1920-1945), cuando se defendía que los medios ejercen una influencia directa, unívoca, determinante e inevitable sobre los individuos; la de los efectos limitados (1945-1970); y la vuelta a la concepción de los efectos fuertes (a partir de los años 70), con progresivo retorno a una visión poderosa de los medios como fuentes de influencias sobre los públicos, aunque más a largo plazo y con matizaciones abundantes en las teorías del Gatekeeper o de la Agenda Setting. 

Por ejemplo, Henri Dieuzeide5 opina que no podemos ser simplistas al mantener planteamientos propios de las posturas conductistas, afirmando que los mensajes de los mass media influirán sí o sí en las personas, pues hay que considerar las "condiciones psicológicas, intelectuales, sociales y culturales de los individuos que están expuestos a ellos".  

Sin embargo, hasta la Escuela Funcionalista, que ha defendido mejor que otras corrientes los beneficios de los medios de comunicación, reconoce que hay un peligro: la disfunción narcotizante. 

La disfunción narcotizante, presentada en 1985, es hoy, treinta y seis años después, un problema mucho mayor. Aguado Terrón4 sintetiza lo que esta disfunción representa: "Lazarsfeld y Merton advierten que la utilización indiscriminada de los medios se realiza en detrimento de las interacciones sociales cotidianas y fomentan un ciudadano pasivo, más interesado en ver que en participar, en oír que en decir, en conocer problemas que en resolverlos, disminuyendo su capacidad crítica y su integración social inmediata. Desde la propuesta de Lazarsfeld, que recogen en el seno del funcionalismo la gran preocupación de las teorías críticas procedentes de la tradición europea, la reflexión sobre las formas e intensidades en que los medios ‘narcotizan’ a sus públicos ha constituido un referente esencial en el análisis de los medios de masas". 

Creo que hay muchos más peligros hoy para caer en ese desinterés y pasividad ante lo que ofrecen los medios de comunicación. Sumergirse en los cómics, la televisión, la prensa o la radio no se puede comparar con la inmensidad del espacio virtual de Internet o con la ficción inacabable de los videojuegos modernos. Perder tiempo, quedar narcotizado, mantener relaciones que no aportan nada porque no son reales, volverse adicto a las redes sociales o al juego... Son solo algunos de los peligros que cualquier niño, joven o adulto puede encontrar al asomarnos a los media.  

Para Noam Chomsky6reconocido lingüista y politólogo estadounidense, desde una visión muy crítica con el capitalismo piensa que los medios abanderan un sistema doctrinario que refuerza los valores populares básicos: pasividad, sumisión, avaricia o ganancia personal. 

Más interesante me parece la opinión de Ramón Ignacio Correa3 quien acuñó el término ‘Sociedad Mesmerizada’, en alusión al médico alemán del siglo XVIII, Mesmer, que encandiló a la sociedad parisina con su teoría y prácticas sobre el magnetismo animal y fue un precursor del hipnotismo. Dice Correa: “Vivimos en una sociedad tan mesmerizada que hasta lo que entendemos por realidad es algo artificial, es una construcción, interpretación o representación que se nos hace desde los medios... El lenguaje mediático tampoco está exento de tener fuertes dosis narcóticas para la sociedad”. 


Dos antídotos contra la disfunción narcotizante 

Para este narcótico os propongo dos antídotos infinitamente más poderosos. Uno está íntimamente conectado con el otro. Lucas 21:34-38 y Efesios 5:18.  

En estos textos hallamos la clave para vencer la embriaguez, que puede entenderse como un estado moral y espiritual, además de algo literalSolo siguiendo el consejo de la Palabra de Dios tendremos la sobriedad necesaria para ser libres y mantener el enfoque correcto. 

Jesús dijo que en los tiempos finales habría disipación y embriaguez: “Estad alerta, no sea que vuestro corazón se cargue con disipación y embriaguez y con las preocupaciones de la vida, y aquel día venga súbitamente sobre vosotros como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra”. (Lucas 21:34-35)Entonces, nuestro Señor, manda qué debemos hacer: “Mas velad en todo tiempo, orando para que tengáis fuerza para escapar de todas estas cosas que están por suceder, y podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21:36). Nos dice, ¡velad! Además, "en todo tiempo"y "orando” para que tengamos fuerza. Pero no solo nos lo dice. Él nos lo modeló: “Durante el día enseñaba en el templo, pero al oscurecer salía y pasaba la noche en el monte llamado de los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para ir al templo a escucharle” (Lucas 21:37-38)¿Cómo mantenía Jesús su fortaleza y enfoque en los peores tiempos? En los días de mayor oposición, nuestro Maestro pasaba la noche con el Señor, a solas, velando y orando. Y pudo enfrentarse a las multitudes y a sus enemigos. Ese es nuestro ejemplo y la única forma de vivir para no caer en lo narcotizante e hipnótico de esta era. 

Hay una embriaguez en la posmodernidad, que afecta también a muchos hijos de Dios. Mas aquí va el otro versículo: “Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18). Solamente llenos del Espíritu mantendremos la sobriedad espiritual. Y no hay llenura del Espíritu sin una vida de oración y de estar alertas. 


El peligro del gusto por la intimidad ajena y la morbosidad 

El gusto por la intimidad, la morbosidad, todo lo que encierra el espectáculo, entendido este de una manera holística, se concentra y potencia en la cultura posmoderna. 

Aunque ha sido algo propio de todas las épocas, porque acompaña a la naturaleza pecaminosa del hombre, sin embargo, ahora está al alcance de cualquiera hacer de su vida un espectáculo, o bien, bucear en las alegrías y miserias de lo ajeno 

Ken Follet, en Los pilares de la Tierra, retrata a la perfección la morbosidad de la Edad Media: “Los chiquillos llegaron temprano para el ahorcamiento (…) Uno de los muchachos orinó en la tarima de la horca. Otro subió por los escalones, se llevó los dedos a la garganta, se dejó caer y contrajo el rostro parodiando de forma macabra el estrangulamiento (…) El prisionero comenzó a forcejear. Los chiquillos lanzaron vítores; se habrían sentido amargamente decepcionados si el prisionero hubiera permanecido tranquilo”. 

Este pasaje sitúa la acción narrativa en el año 1123. La escena muestra odio por el prójimo, sed de sangre, ridiculización de la muerte... Todo ello está censurado en la sociedad de “lo políticamente correcto". Por este motivo muchos estallarían en protestas si se televisara, en la sobremesa, un ahorcamiento. Nos puede parecer atroz que la gente se arremolinara en la plaza del pueblo para ver morir a los ajusticiados.  

Sin embargo, no estamos tan lejos de esa morbosidad. Por ejemplo, en los reality shows de los últimos años se decantan por un exceso de visionado de elementos íntimos que rayan en lo grotesco y donde muchos espectadores verán saciado su instinto tendente hacia la morbosidad.  

Johan Huizinga7 en El otoño de la Edad Media comentó que una de las características de las últimas décadas de la Edad Media era la iconicidad, es decir, el deseo de preservar todo lo importante de la vida en tapices y en grabados con imágenes coloridas. Esto es esencial para captar la intención de esta época: los espacios públicos eran valorados porque en ellos se ofrecía la posibilidad de contemplar todos los discursos de la vida, con sus alegrías y penas, con todo lo escabroso de la muerte -como ahorcamientos, linchamientos, etcétera-, pero también con todo el gusto por el artificio y lo rocambolesco. 

Este apego a la espectacularización de todo no es, por lo tanto, un síntoma único de la posmodernidad. Solo que en este tiempo se ha universalizado más, si cabe, gracias al auge de Internet y las redes sociales, en donde cualquiera puede mostrar su intimidad, o actuar y tener más audiencia que un canal de televisión, hasta conseguir millones de seguidores dejando que su vida sea pública, o esforzándose por mostrar aquello que puede despertar la curiosidad del prójimo. 

En la televisión, por poner el ejemplo de uno de los medios principales de la posmodernidad, nos identificamos con los actores y con las situaciones que se producen. Pero, como apunta Gérard Imbert8 se produce un “exceso de visibilidad que puede provocar saturación y conducir a una cierta insensibilidad”. De ahí que haya todo un debate en torno a si estamos expuestos a demasiada violencia, sexo y eslóganes publicitarios, que nos han acabado por hacer inmunes.  

De manera que, en la posmodernidad todo aquello que tenga que ver con algún elemento espectacular será bien recibido. Como dice Debord9, “la realidad surge en el espectáculoy este es real. Esta alienación recíproca es la esencia y el sostén de la sociedad existente".  


¿Qué nos aconseja el Señor? 

La Palabra de Dios condena el estar metidos en lo ajeno, el curiosear en la vida de los demás por simple instinto morboso: “Porque oímos que algunos entre vosotros andan desordenadamente, sin trabajar, pero andan metiéndose en todo” (2 Tesalonicenses 3:11). Cuando nuestra vida es insulsa, vana o estamos ociosos podemos caer en la trampa del entretenimiento barato y nada edificante. ¿Cómo combatir este mal moderno? Aquí os dejo el consejo de Dios a través de Pablo, para terminar este segundo soliloquio sobre la posmodernidad y sus peligros: 

“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad. Lo que también habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros”. Filipenses 4:8-9. 

Aquí hay una lista de “todo” aquello que debe ocupar nuestro pensamiento y en lo que debemos meditar, e incluso entretenernos. Así lo han de hacer los nobles de Cristo. Los discípulos que saben escapar de las enfermedades de nuestro mundo“esto practicad”, dice, “y el Dios de paz estará con vosotros”. 

En el tercer y último artículo sobre posmodernidad quiero abordar estos otros dos peligros: La infancia mediática y las soledades interactivas. 

 

1. RACIONERO, Luis (2000). El progreso decadente. Espasa: Madrid. 

2. MASTERMAN, Len (1984). Problemas teóricos y posibilidades concretas. En: UNESCO. La educación en materia de comunicación. ONU: Unesco, p. 145-162. 

3. CORREA GARCÍA, Ramón Ignacio (2001). La Sociedad mesmerizadaEditorial: UNIVERSIDAD DE HUELVA. 

4. AGUADO TERRÓN, Juan Miguel (2004). Introducción a las teorías de la comunicación y la información. Murcia: DM. 

5. DIEUZEIDE, Henri (1984). Comunicación y educación. En: UNESCO. La educación en materia de comunicación. ONU: Unesco, p. 73-81. 

6.  CHOMSKY, Noam (1995). Cómo nos venden la moto. Icaria: Barcelona. 

7. HUIZINGA, J. (2001). El otoño de la Edad Media. Alianza Editorial: Madrid. 

8. IMBERT, G. (1999). Televisión y cotidianidad (la función social de la televisión en el nuevo milenio). Universidad Carlos III de Madrid: Madrid. 

9. DEBORD, G (1967). La sociètè du spectacle. Champ Libre.


La posmodernidad y sus peligros (3) 

Hemos llegado al tercer y último artículo sobre la posmodernidad y sus peligros. Fiel a la estructura de los soliloquios anteriores quiero comenzar hablando un poco de lo que es la posmodernidad y después analizar brevemente dos nuevos peligros para, en un espíritu eminentemente práctico, plantear respuestas bíblicas. No pretendo perderme en una suerte de divagación filosófica, sino que estas líneas sean útiles al lector. Los dos peligros que abordaré son: la Infancia Mediática y las Soledades Interactivas. 

 

Premodernidad, modernidad y posmodernidad 

Cuando hablamos de posmodernidad no podemos ignorar la evidencia de que hay regiones del mundo que están ancladas en la cultura de la era premoderna o aún en plena modernidad. Como dice Jaume Llenas1, presidente del comité del Movimiento de Lausana en España, “la posmodernidad es un fenómeno casi totalmente occidental, aunque sus efectos no dejan de hacerse notar en otros lugares del mundo. Sin embargo, en los países árabes o en muchos países africanos o asiáticos su influencia es escasa o casi nula. Con todo, la influencia de la posmodernidad no deja de crecer de año en año”. 

La pluma precisa de Jaume nos ayudará a describir el fenómeno de la posmodernidad, ya que necesitamos entender lo que ha pasado en las últimas décadas de la historia humana.  

Llenas1, en Liderazgo y posmodernidad, explica cómo durante las épocas históricas podemos distinguir tres sistemas culturales: la cultura tradicional, la cultura moderna y la cultura posmoderna.  

La cultura tradicional, también llamada premoderna, está basada en aquello que la tradición dicta. La frase preferida de este sistema cultural es: “siempre se ha hecho así”.  

- Entre los siglos XV y XVI se produce el primer gran cambio cultural hacia la modernidad. La pauta de la cultura moderna es lo científico, la razón, la medida de todo es el ser humano. La frase preferida es: “está científicamente demostrado". La modernidad ha durado en Europa 500 años, pero hacia finales del siglo pasado comenzó a dar muestras de debilidad. Entonces, llega un nuevo sistema cultural, la posmodernidad.  

“La posmodernidad”, escribe Jaume, “surge por la decepción de la modernidad”, y esta nueva cultura propugna que “la razón no es la respuesta de todo; de hecho, es imposible que el ser humano llegue a saber lo que es verdad, porque la verdad objetiva no existe”. Esta es una de las grandes características, según Llenas, de la posmodernidad: “Las verdades que existen son verdades particulares, personales, locales... Lo que es verdad para mí no tiene por qué serlo para el otro; es mi verdad y no tengo derecho a imponérsela a nadie más; casi no tengo ni derecho a proponérsela. Es un acto de presunción presuponer que yo tengo la verdad y el otro no”.  

La otra gran característica del hombre posmoderno, en la tesis de Liderazgo y posmodernidad, es juzgar como aceptables todos los estilos de vida, en tanto que no hagan daño a los otros: “No creen que nadie, y menos Dios, tenga el derecho de fijar las normas con las que hemos de vivir”.  

Sin embargo, en la exposición de Llenas, somos alentados, pues también se destaca cómo en la posmodernidad hay una mayor sensibilidad espiritual que se expresa en la búsqueda de guías espirituales, en una “espiritualidad experimental, mucho menos teórica” y en la necesidad de pertenencia a una comunidad o grupo, siempre que este no sea un grupo de control. Por eso Jaume defiende que es el tiempo de un liderazgo “de ejemplo y no coercitivo” y de exponer la verdad del Evangelio en el marco de una relación continuada de amistad: “No necesariamente los posmodernos van a rechazar la Escritura”; pero debemos “huir de una aproximación que es solo doctrinal”.  

Sirva de ejemplo el de la predicación, con una sensibilidad hacia el hombre posmoderno: “Las Escrituras tienen aspectos que son muy prácticos para problemas prácticos. Muchas veces hemos huido de temas que a la gente le preocupan. Casi nunca se predica en la iglesia sobre trabajo, por ejemplo. Estamos acostumbrados a hacer mensajes relacionados con la vida de la iglesia. La iglesia mirando hacia su interior. Debemos recuperar la costumbre de Jesús de ser contadores de historias. De historias de la vida diaria. Eso no implica ser menos profundos; implica tener otra aproximación a los temas”. 

No puedo estar más de acuerdo con Jaume. No vamos a ser posmodernos, porque el cristiano tiene una cultura propia, la del reino de Dios, y una cosmovisión alternativa, la de Jesús; pero sí que podemos tener una sensibilidad posmoderna y “expresar el evangelio eterno en términos comprensibles para la gente de hoy en día”. 

Coincido, a su vez, con Francisco Mira2 al afirmar que se ha producido “un cambio de paradigma, de la modernidad a la posmodernidad”, y en que no deja de ser “un desafío para la fe cristiana” que debe ser analizado con seriedad. Solo así podremos “salir airosos de esta nueva situación y mantener la relevancia del mensaje cristiano”.  

Pues, dentro del análisis, es necesario hablar de estos dos peligros relacionados con las nuevas tecnologías y ser muy intencionales en cuanto a responder ante ellos: la Infancia Mediática y las Soledades Interactivas. 

 

La Infancia Mediática 

Para cualquier joven o adolescente la telefonía móvil, la navegación por Internet, o la televisión digital son experiencias cotidianas y no excepcionales. Para la infancia y juventud de la actualidad las TIC no solo se han convertido en su experiencia diaria, sino que es una seña de identidad generacional. Son generaciones nacidas ya y socializadas bajo las tecnologías digitales. 

Buckingham3 denomina su infancia como "infancia mediática" y lo justifica al declarar que los niños del mundo industrializado pasan hoy más tiempo en compañía de los medios que en la de sus padres, profesores o amigos. En consecuencia, muchos infantes se crían en un ambiente caracterizado por no tener ningún hermano con quien jugar o, como mucho uno, y en un entorno vital caracterizado por el asfalto. Por ello las distintas máquinas -Tv, videojuegos, smartphone o Pc- se convierten en el “amigo” con quien jugar en el hogar.  

Frente a los procesos tradicionales de socialización cultural de los niños, a través del contacto en intercambio con otros iguales o adultos, actualmente este proceso se desarrolla a través de una doble vía: por una parte, la representada por interacción con humanos, y por la otra, por el conjunto de experiencias de interacción con múltiples medios y recursos tecnológicos. 


Y no podemos abstraernos de esta realidad; huir a una especie de isla para estar incomunicados y allí criar a nuestros hijos. ¿Qué haremos más tarde con ellos? ¿Los introduciremos al mundo “a lo tarzán"? La respuesta es evidente: fomentar la socialización en el contacto directo del mundo natural, aunque, sin olvidar que somos parte, la mayoría de los mortales, de una gran “Pangea electrónica”, como diría Guzmán5, “que es capaz de unir todos los puntos geográficos de la Tierra, salvando las fronteras físicas de las naciones y las distancias mensurables de la toponimia”. Han de saber vivir y relacionarse en ese otro entorno virtual. 

Sin embargo, el mundo virtual o los dispositivos electrónicos no han de convertirse en una especie de niñera digital que haga las veces de ludoteca, abuela o cuidadora, mientras que nosotros seguimos con nuestras vidas, súper ocupados y acelerados.  

Cada vez hay menos niñosY, aunque la nueva generación siempre ha sido importante, ahora, si cabe, más todavía. En ellos debemos depositar nuestra esperanza de un mundo mejor, y han de ser ellos nuestra prioridad a la hora de poner todo el empeño en saberlos cuidar y educar para un siglo XXI sumamente complejo. 

En este sentido, la labor de los padres y tutores es doble: instrucción y protección. Los acompañamos en el viaje de la infancia a la adolescencia, de la adolescencia a la juventud y de la juventud a la adultez, fomentando el desarrollo de sus habilidades personales, relacionales, laborales y marciales, pues la batalla cultural y moral es ineludible para todo hombre y mujer de bien. 

El ejemplo que nos viene como anillo al dedo es el de Timoteo. Timoteo fue educado con esmero por su madre y su abuela y, a pesar de estar entre dos mundos y dos culturas -la judía y la griega, ya que era de padre griego y madre hebrea-, no naufragó en cuanto a la formación de su personalidad, sino que llegó a ser un hombre de Dios, con un carácter sobresaliente, de manera que se convirtió en una bendición para su ciudad, su iglesia y, posteriormente, para las naciones, junto al apóstol Pablo. 

Pero, de fondo, estuvo el trabajo certero de Loida y Eunice: “Me acuerdo de tu fe sincera, pues tú tienes la misma fe, de la que primero estuvieron llenas tu abuela Loida y tu madre, Eunice, y sé que esa fe sigue firme en ti” (2 Timoteo 1:5). 

Loida y Eunice estuvieron llenas de fe y la supieron transmitir a su vástago. La infancia de Timoteo no fue mediática, sino bíblicaLa palabra de Dios marcó su camino y fue guía para su carácter: “Tú, sin embargo, persiste en las cosas que has aprendido y de las cuales te convenciste, sabiendo de quiénes las has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:14-17). 

Creamos que nuestro testimonio de fe, como educadores cristianos, y nuestra siembra de la palabra en el corazón de la nueva generación no será en vano; traerá una cosecha de hombres y mujeres de Dios, equipados para las buenas obras que se deben emprender en la era posmoderna. 

 

Las Soledades Interactivas 

Este sería el otro peligro de la posmodernidad. El concepto es del sociólogo de la Comunicación, Dominique Wolton6, director de investigaciones del Centre National de Recherche Scientifique 

Dice Wolton: “Con Internet, hemos entrado en lo que yo llamo la era de las soledades interactivas. En una sociedad donde los individuos se han liberado de todas las reglas y obligaciones, la prueba de que hay soledad real es la dolorosa evidencia de la inmensa dificultad que existe para entrar en contacto con los demás. El símbolo de esta suma de las soledades interactivas se ve en la obsesión creciente de muchos por estar localizables... Vemos dibujarse extrañas angustias en ellos, como no recibir bastantes llamadas ... No sólo la multiconexión no garantiza una mejor comunicación, sino que, además, deja intacta la cuestión del paso de la comunicación técnica a la comunicación humana".  

En definitiva, para el francés, podemos estar hiperconectados en la Red o a través de las nuevas tecnologías y, al mismo tiempo, tener dificultades para entablar una conversación con nuestros vecinos: “Efectivamente, siempre llega un momento en que es preciso apagar las máquinas y hablar con alguien. Todas las competencias que tenemos con las tecnologías no conllevan para nada una competencia en las relaciones humanas”. 

¡Cuántos solitarios interactivos hay a nuestro alrededor! Muchos se aíslan y no son capaces de mantener relaciones auténticas, de valor, trascendentes... En la era de la hiperactividad y de la hiperconexión podemos morir desconectados de todos y desconectados del Creador. 

 

¿Cómo recuperar la conexión? 

Creo que las voces de maestros y guías posmodernos dirían “conócete a ti mismo” o “autodescubrimiento”, como el principio para saber relacionarte y conectar con los demás. Y muchos están ocupados en eso, buscando su centro o su eneatipoUna tarea muy complicada, porque parte de la gran torpeza del ser humano –tradicional, moderno o de este siglo XXI- que es desconectar su historia de un maravilloso origen, cuando fuimos creados en el seno del amor del Creador.  

Al reconciliarnos con nuestro origen y con nuestro Dios, al entender el sentido de esas palabras, “de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito” (Juan 3:16), podemos conectarnos con nuestro Padre, entender nuestro valor e identidad en Él -que nunca estamos solos- y conectar con los otros, dándoles la importancia debida, esto es, que ellos también son amados y únicos, y son un milagro a todas luces. 

Un toque de sanidad necesita nuestra vista. Una vez un ciego, en el proceso de ser curado por Jesús, dijo: “veo a los hombres como árboles” (Marcos 8:24). Quizás también nosotros veamos a los demás como árboles; porque hay muchos hombres y son solo uno más; o porque simplemente son un árbol del que me sirvo para tomar su fruto. Pero Jesús volvió a tocar al ciego: “Entonces Jesús puso otra vez las manos sobre sus ojos, y él miró fijamente y fue restaurado; y lo veía todo con claridad” (Marcos 8:25). El toque de Jesús, el amor de Jesús, una relación personal con él hará que me descubra a mí mismo como un milagro y que vea a los que me rodean con claridad, reconociendo que no son algo, son alguien; y, ya sea en una sana relación online o en un contacto offline, son mis hermanos, mis prójimos, a los que puedo amar. 
 

1. LLENAS, Jaume (2015). Liderazgo y postmodernidad. Barcelona: Andamio. 

2. MIRA, Francisco (2015). Introducción a la obra de Jaume Llenas y Charles E. Hummel. En: LLENAS, Jaume. Liderazgo y postmodernidad. Barcelona: Andamio. 

3. AREA MOREIRA, Manuel (2009). Tecnologías digitales y multialfabetizaciónEn: BALLESTA PAGÁN, Javier. Educar para los medios en una sociedad multicultural. Barcelona: Editorial Davinci. 

4. CASTELLS, M. (2001). Lección inaugural del programa de doctorado sobre la sociedad de la información y el conocimiento. 

5. GUZMÁN, M.D. (2001): Internet: de la Pangea electrónica al onanismo digital. En: Correa, R.I. La sociedad mesmerizada. Huelva: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva. 

6. WOLTON, Dominique (2000). Las nuevas tecnologías, el individuo y la sociedad. En: Internet ¿y después? Barcelona: Gedisa. 

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