Soliloquios #31

 

Guerra de sexos

¿Guerra de sexos o encaje perfecto? 

Uno de los grandes males sobre la faz de la tierra es la guerra de sexos. Este enfrentamiento entre hombres y mujeres menudo se materializa en ámbitos como la familia, lo laboral, lo académico, en el ámbito de las amistades, de la política, del deporte, etc.  

Dice Génesis 1:27 y 28. “Varón y hembra los creó. Y los bendijo”.  

El Señor podía haber creado un solo tipo de ser humano, con un mismo género. Sin embargo, creó a dos muy iguales, pero, al mismo tiempo, algo diferentes entre sí. Eran varón y hembra, y los bendijo como tales. También bendijo la unión de ambos: “Multiplicaos, fructificad y llenad la tierra”, dijo Dios. 

Con la decisión de pecar y desobedecer a Dios comenzó el enfrentamiento entre uno y otro. Adán vio a Eva con otros ojos. Las diferencias entre ellos se acentuaron mucho más. Sin embargo, el Señor puso el deseo de la mujer hacia su marido (Génesis 3:16) y la necesidad en el marido de su mujer (Jeremías 31:22). De una forma u otra, aunque hubiera esa oposición o guerra de sexos, la mujer sigue necesitando al hombre y el hombre busca ser rodeado por la mujer. 

A pesar de que somos tan diferentes, podemos formar una familia y una sociedad más bella y más rica que si solo existieran hombres o solo existieran mujeres sobre la faz de la tierra. 

 

Desde que nos formamos en el vientre de la madre somos diferentes  

Tenemos una genética distinta. Unas hormonas cuantitativamente diferentes: el hombre tiene más carga de un tipo de hormonas y la mujer de otro tipo de hormonas. Eso hace que genitales, pechos, músculos, riñones o el sistema nervioso del hombre y la mujer sean diferentes. Se han descubierto, también, diferencias notables en los cerebros del hombre y de la mujer. 

Según la neurobióloga Louann Brizendine, todos comenzamos, en la concepción, con circuitos cerebrales femeninos, y es alrededor de la octava semana de gestación cuando las hormonas intervienen para diferenciar la estructura cerebral de ambos sexos.  

Por ejemplo, el área relacionada con el impulso sexual de los varones dobla en tamaño a la de las féminas. Es esta variación en la concentración hormonal la que parece ser la base de las diferencias psicológicas. Los estrógenos hacen que las chicas en la pubertad sean más sociales y maternales, y que los chicos sean algo menos sensibles a las emociones como consecuencia de la influencia de la testosterona. 

Un estudio realizado por la investigadora Melisa Himer, en el año 2002, demostró que, desde la infancia, por regla general, los niños muestran predilección por jugar con camiones o pelotas, y las niñas prefieren las muñecas y las sartenes. Ellas inventan personajes y asumen diferentes roles, “tú serás la mamá y yo seré la hija”; mientras, ellos corren, exploran y luchan contra posibles enemigos. Esto demostraría que niños y niñas, desde muy temprana edad, se decantan más por los juguetes atribuidos a su sexo. 

En otro estudio con bebés recién nacidos una investigadora mostraba a cada uno de ellos un objeto mecánico. Comprobaron que los niños pasaban más tiempo mirando el objeto y que las niñas mostraban mayor interés por las expresiones faciales de la investigadora. Algo que podría ser indicador de que el cerebro masculino tiende a realizar funciones espaciales, y el femenino es más propenso a funciones relacionadas con el lenguaje y la expresión emocional. 

Todos nosotros tenemos una parte innata regulada por genes y hormonas y otra parte que se va modificando a lo largo del tiempo como consecuencia del ambiente sociocultural, la educación y las experiencias que vivimos. 

 

La autodeterminación 

El hombre de hoy, influenciado por filosofías ateas y las ideas de ciertos lobbies, defiende que ser masculino o ser femenina es simplemente una construcción social, es decir, fruto de la educación y de la presión cultural, sin que tenga tanto peso para su género el factor biológico, como el que históricamente se le ha atribuido. 

Lo correcto, según ellos, sería decir hije, en lugar de hijo o hija; o niñeen lugar de niña o niño. Para que más tarde, la persona en cuestión decida lo que quiere ser: si hombre o mujer. Sin embargo, en Génesis hemos leído que Dios, cuando los creó varón y hembra los creó y los bendijo.  

Algunos seres humanos se rebelan contra su cuerpo y contra su naturaleza, por no decir contra Dios, su Creador. Quieren autodefinirse. Es como si pensaran: “No acepto que me digan que soy una chica o un chico. Ya lo decidiré cuando me apetezca. Y si lo prefiero, cambiaré mi género las veces que haga falta”. 

¿Podría, tal vez, cambiar de especie? ¿Dejar de ser un ser humano? Es una condición que nos viene dada y la aceptamos. ¿Por qué, en cambio, no queremos asumir una identidad sexual congénita? ¿No es mejor abrazar nuestra identidad dada por Dios y disfrutarla? Es sanador cuando dejamos de estar en guerra contra el orden de Dios. 

“Pero es que Dios no tiene nada que decir”, alegan otros. ¿Seguro que no? Es nuestro Padre, que nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Además, Él nos hizo. Sería ridículo decir a los creadores de una vacuna contra la COVID-19: “Nosotros guardaremos las dosis a 5 grados, en neveras”. “¡Pero la temperatura adecuada son 12 grados bajo cero!”, nos contestarían. “¡Se van a echar a perder!”. Y en esta conversación irracional e imaginaria nosotros les contestamos: "Son nuestras vacunas y las guardamos como queremos... ¿Quiénes son ustedes para imponernos cómo conservarlas?”. “Bueno... Es que nosotros las hicimos”, dirán, encogiéndose de hombros. "Pero, en fin... Hagan lo que vean”. Y, al final, se pierden las vacunas y van al cubo de la basura.  

Pues algo parecido queremos hacer nosotros al autodefinirnos y decirle a Dios, “Tú no tienes nada que decir en todo esto”. Y nos echamos a perder. 

 

Su presencia une la diferencia 

¿No debería ser algo maravilloso comprender y aprovechar nuestra diferencia? Por el contrario, esas diferencias entre hombres y mujeres nos han enfrentado en demasiadas ocasiones en la denominada guerra de sexos. Creo que hemos herido al otro o hemos rechazado lo que no entendemos. ¿Por qué? Porque la felicidad en el hombre y la mujer solamente puede llegar a ser plena cuando Él está en nuestras vidas.  

Su presencia une la diferencia. Así como la ausencia de su presencia violenta la diferencia. Caín y Abel eran muy diferentes y Caín acabó teniendo envidia de su hermano. En lugar de amar su diferencia, disfrutar de ser él mismo y esforzarse por mejorar; incluso ser capaz de aprender de su hermano Abel; lo que hizo fue matar a su hermano. Caín mató lo que percibió diferente. El principio sigue vigente hoy: La presencia de Dios une a los que son diferentes. La ausencia de su presencia puede desembocar en que los que son diferentes lleguen a rechazarse, a no entenderse y, en algunos casos, hasta a odiarse.  

 

Debemos conocer y entender algunas diferencias entre nosotros para evitar cualquier guerra de sexos 

Mark Gungor, en su libro Ríanse hacia un matrimonio mejor cuenta la historia de dos cerebros. Él explica, en clave de humor, que los cerebros de los hombres están hechos de pequeñas cajas y que tenemos una caja para todo. Tenemos una caja para el coche; tenemos una caja para el dinero; una caja para el trabajo; tenemos una caja para nuestra esposa; tenemos una caja para los niños; tenemos cajas por todas partes. Y la regla es esta: las cajas no se tocan unas con otras.  

Cuando un hombre discute un tema en particular, vamos a esa caja en particular, sacamos esa caja, abrimos la caja, discutimos solo lo que está en esa caja y luego cerramos la caja y la guardamos, teniendo mucho, mucho cuidado, de no tocar ninguna otra caja.   

Ahora bien, el cerebro de las mujeres es muy diferente del de los hombres: el cerebro de las mujeres está hecho de una gran bola de cables. Y todo está conectado a todo. El dinero conecta con el coche; el coche conecta con el trabajo y los hijos; los hijos conectan con su madre y así... Es como Internet.  

Esta estructura en nuestros cerebros explicaría que haya marcadas diferencias entre el hombre y la mujer en cómo hablamos, en cómo entendemos las cosas, o en cómo manejamos el estrés. 

La forma en que nuestros cerebros están conectados también afecta a la comunicación 

Hicieron un estudio y grabaron conversaciones de niños y niñas pequeños en patios de recreo y luego volvieron a analizar las imágenes. Descubrieron que a las niñas les encantaba hablar. Eran más elocuentes, usaban frases útiles y bien elaboradas. Y si no tenían a nadie con quien hablar, se conformaban perfectamente con hablar con una amiga imaginaria y seguir jugando. Luego, analizaron las conversaciones de los niños pequeños y apenas alrededor del 55 por ciento era inteligible. No solo hablaban menos, sino que usaban gruñidos y expresiones menos elaboradas, aunque entre ellos se entendían.  

Los hombres tienden a usar menos palabras que las mujeres. Dicen que, si un hombre necesita hablar 10.000 palabras en un día, una mujer necesita hablar unas 20.000. Simplemente son promedios, pero que nos sirven para acercarnos a lo complejo que es entendernos unos y otros. 

 

Dios sabe cómo tratar con cada uno de nosotros individualmente 

Dios respeta la diferencia entre hombre y mujer, pues Él mismo nos hizo diferentes.  

Si el primer matrimonio fracasó, Adán y Eva, cuando el Señor trae a su Hijo al mundo (el segundo Adán, Cristo) hay dos matrimonios que, en lugar de tener una guerra de sexos, tuvieron un encaje perfecto: Zacarías y Elisabet, y José y María. 

Este encaje perfecto no surgió de la noche a la mañana. Vamos a ver un proceso en ambas parejas. 

El Señor habló a María y ella creyó y dijo “He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38). De esta forma, engendró en su interior la Palabra de Dios, el Verbo. Y, en lugar de quedar muda, como Zacarías, pudo hablar la Palabra de Dios. Sus labios se abrieron en una alabanza que conocemos como El Magníficat 

Zacarías, por su parte, dudó del mensaje del ángel y quedó mudo hasta que la palabra se cumplió. Y no pudo contar nada de lo que el ángel le había mostrado al pueblo o a su esposa, hasta después de nacer Juan. 

Y es que el Señor no está preocupado en nuestro sexo o nuestro género para usarnos en sus planes o para abrir nuestra boca y hablar por ella. Simplemente, el corazón que le cree y que dice “heme aquí”, será portador de la vida de Cristo y compartirá, en todo sentido, esa bendición con los demás.  

“Pues todos sois hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. No hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo” Gálatas 3: 26 al 28.  

Ahora bien, el comienzo del fin de la guerra de sexos es el sabernos hijos de Dios por la fe. Hombres y mujeres igualmente. 

Así como hubo un hombre que suspendió ante lo milagroso de Dios y quedó mudo, una prueba de fe viene a otro hombre, llamado José, el futuro esposo de María. Cuando María regresa de estar unos meses con Elisabet vuelve embarazada, con una barriguita, y José, que era un hombre bueno, no quiere repudiarla públicamente, sino en forma secreta. Pero un ángel visita a José en sueños y le dice lo que ha pasado con María y que no está embarazada por ningún hombre, sino por obra del Espíritu Santo. 

José como María, necesitó fe para creer que eso podía ser así. José no preguntó: “¿Cómo sé que lo que dices es verdad?”. Sino que creyó al Señor e hizo todo lo que el ángel le dijo (Mateo 1: 18 al 25). Se casó con María, aunque ella estaba embarazada; cuando el niño nació, le puso Jesús, que significa Salvador; y entendió que aquel niño era, ni más ni menos que, el Hijo de Dios. 

De esta forma, entre José y María se forma un matrimonio de fe con una preciosa unidad, porque ambos estaban dispuestos a obedecer y a servir al Señor, aunque cada uno era muy diferente al otro y en esa familia que debe cuidar al Hijo de Dios cumplían roles diferentes.  

Ser hijos de Dios por medio de la fe es el comienzo del fin de la guerra de sexos. La presencia de Dios nos acerca, aunque seamos diferentes; el temor de Dios nos une y acaba con la distancia y con la violencia entre hombres y mujeres. 


El encaje perfecto 

En la profecía de Jeremías sobre el nuevo pacto con Israel, donde se habla del perdón de pecados y de la restauración, hay una palabra que es muy enigmática y que, para mí, tiene su cumplimiento en el momento del embarazo sobrenatural de María: “Porque el Señor creará una cosa nueva sobre la tierra: la mujer rodeará al varón” (Jeremías 31:22). 

Volviendo a la visita de María a Elisabet, sucedió algo maravilloso (Lucas 1: 39 al 46). Jesús ya está dentro de María (“la mujer rodeará al varón”) y Juan el Bautista dentro de Elisabet. Y con el simple saludo de María a su parienta, el niño de seis o siete meses ya es capaz de ser lleno del Espíritu Santo (una vez más, ¡qué horrendo es el aborto!); y Elisabet misma es llena del Espíritu Santo, profetiza y bendice a María y a Jesús. Por último, María, también llena del Espíritu, eleva una alabanza poderosa al Señor: su MagníficatHubo una virtud divina que fluyó entre los cuatro: dos hombres dentro de dos mujeres. Dos mujeres que albergan a dos hombres. En lugar de guerra de sexos, hay un encaje perfecto. 


En conclusión 

¿Qué aprendemos aquí? Que los hombres y las mujeres encajamos a la perfección cuando estamos dentro de los planes de Dios, llenos de fe y dispuestos a obedecerle. Entonces, el Espíritu Santo se derrama por igual sobre siervos y siervas, como profetizó Joel. Y la bendición de Dios fluye sin estorbo de unos a otros (Joel 2: 28-32). 

En el comienzo del Nuevo Testamento encontramos a dos matrimonios que acaban encajando sus diferencias, porque hay algo superior que los une: la bendición del Señor sobre el varón y la hembra, para que se amen, para que formen una familia, se multipliquen y le sirvan unidos. 

¡Ama lo que eres! Dios te bendice, hombre. Dios te bendice, mujer. Pero, sobre todo, ama la presencia de Dios en ti. Deja que Jesús viva y fluya a través de tu vida. Y deja que el Señor te encaje con tu esposa o esposo, en tu familia; y en la iglesia, en lugar de guerra de sexos, que haya ese encaje celestial por la bendición del Creador sobre nosotros.  

Recuerda: Su presencia une la diferencia. La ausencia de su presencia violenta la diferencia. 

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